“Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha” (1Ti.4:7,8)
El deporte espiritual consta básicamente de tres ejercicios:
correr, andar y descansar.
“Atráeme; en pos de ti correremos”(Cnt.1:4)
En cuanto a nuestra relación con Dios, se nos invita a correr:
“Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús” (He.12:1,2). El que corre pone toda su energía, intención, esfuerzo y deseo en alcanzar el objetivo deseado.
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mr.12:30): eso es correr. El salmista dijo:
“Anhela mi alma, y aún ardientemente desea los atrios de Jehová” (Sal.84:1) y
“mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal.42:2). Cuando esto sucede, lo único que podemos hacer es correr para alcanzar el premio (1Co.9:24).
“Te enseñaré el camino en que debes andar”(Sal.32:8)
La Biblia nos exhorta:
“Andad en el Espíritu” (Gá.5:16),
“andad en amor” (Ef.5:2),
“andad como hijos de luz” (Ef.5:8)… El que anda, se mueve intencionadamente, pero con soltura y normalidad. En nuestra relación con la gente, el amor, la verdad y la dirección del Espíritu deberían ser tan naturales como el andar. Somos
“labranza de Dios” (1Co.3:9) y, por tanto, el fruto del Espíritu, que es
“amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza” (Gá.5:22,23), debería surgir naturalmente. Es un ejercicio, pero no debería costarnos. Podemos
“andar como él anduvo” (1Jn.2:6).
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.”(Mt.11:28)
Cuando las circunstancias y los problemas nos abruman, es el momento de
“estar quietos y conocer que él es Dios” (Sal.46:10). Puede ser que nos tengamos que mover físicamente: arreglar papeles, esforzarnos en ayudar, huir… pero nuestra alma puede hallar descanso (Mt.11:29). El que descansa, confía, está tranquilo; y lo podemos estar porque Jesús dijo:
“No os afanéis por vuestra vida” (Mt.6:25), ya que Dios tiene cuidado de nosotros (1P.5:7). Y Pablo aún añadió que
“la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento guardará vuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús” (Fil.4:7). Él mismo lo demostró en medio de la aflicción (Hch.16:23-25).
Así pues, debemos
correr en nuestra relación con Dios,
andar en relación con las personas y
descansar en relación con los problemas.
Pero he hallado que muchos andan respecto a Dios, dejando toda su relación con él para cuando van a la iglesia los domingos, los devocionales matutinos de cinco minutos y las ocasiones especiales, sin pensar que pueda haber más. O peor aún, descansan en su relación con Él, dando por sentado que con una simple oración que hicieron antaño es más que suficiente para tener comunión con Él.
También he visto a los que en relación con la gente descansan, siendo indiferentes a las necesidades o al dolor de los demás, pues solo viven para sí; o a los que corren, pisoteando a los demás para alcanzar los mejores puestos o moviendo cielo y tierra para conseguir la atención, aprobación o aceptación de cuantos les rodean.
Y, por supuesto, a quienes en los problemas corren, ansiosos y nerviosos, como si toda solución dependiera únicamente de sus limitadas fuerzas; o los que andan, arrastrando los pies, resignados a una vida de lamentos, dejando que sean las circunstancias las que dirijan las decisiones de su diario andar y no las promesas de Dios.
Si hacemos ejercicio, hagámoslo bien. ¿Qué te parece si nos ponemos el chándal y hacemos un poco de deporte?
Juan Sauce Marín – Dibujante - España
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