Un tiempito atrás, cuando aún no ostentaba el título de pastor, tuve el privilegio de compartir por varios días en la iglesia que pastoreaba un amigo en una población, aquí en la costa norte de Colombia. El primer día salimos mi amigo y yo a convidar personas, creyentes, amigos y “simpatizantes”, para que esa noche acudieran al templo ya que había un invitado especial (yo), y no debían perderse esa bendición.
Todo marchó bien, creyentes y no creyentes prometían asistir. Pero llegamos a casa de una “simpatizante” que cuando el pastor amigo me señaló ante ella como el invitado especial, me miró de pies a cabeza y me preguntó, así, sin anestesia:
- ¿Y usted qué fue? ¿Fue matón? ¿Fue drogadicto, ladrón, o borrachón? ¿Fue homosexual?
Amablemente le respondí que no.
- Ah, ya. ¿Usted fue un satanista, un brujo o algo así?
- Tampoco- le insistí a la doña.
- Entonces, usted no fue nada.
- Gracias a Dios, nada de eso. Nunca maté, ni robé, ni fumé, ni bebí licor, ni conozco las discotecas…
- Aaaah…-dijo la señora-. Entonces no voy a ninguna parte. Yo pensé que usted había sido alguien.
Aparte de la ignorancia de esta vieja, me puse a pensar desde entonces en la manera en que estamos siendo vistos nosotros los cristianos desde afuera. Nos ven exactamente como nos hemos proyectado desde adentro. Ya a mis doce años tuve una crisis con esto. Escuchaba a los ex drogadictos, alcohólicos, ladrones, asesinos o pandilleros, contar sus testimonios y arrancar lágrimas a la multitud. ¿Y qué podía contar yo? Me di cuenta que los púlpitos eran para los ¨ex¨. Así que decidí, a esa edad y siguiendo mi capricho, ir en busca de mi testimonio, y regresar algún día a la iglesia convertido en todo un “ex” algo.
Pero la gracia de Dios fue para mí más amplia que mis ansias de testimonio. Definitivamente no tenía las agallas para convertirme en otro Nicky Cruz, y era demasiado cuerdo para volverme el nuevo loco de la celda ocho. Intenté volverme un subversivo, pero no encontré a ninguno que me indujera en la doctrina, y definitivamente amaba más a Jesús que a Mao (aunque ayudé a apedrear un bus). Llegaba a mis dieciséis años y las expectativas de ser un gran “ex” se diluían. Experimenté un poco de pena al volver a la iglesia con mis manos vacías de testimonio; pero era fuerte el llamado del Señor y retorné, virgen como me fui, sin saber siquiera a que sabe el aguardiente, ni haberme fumado un cigarro.
De todos modos, y aunque esto para mi sea ya un prejuicio superado, sigo siendo testigo de cómo se exalta en la iglesias evangélicas (en Colombia) a hombres y mujeres por su tenebroso pasado. Entre más tenebroso, más aclamación reciben, más plazas, más púlpitos, más tarimas y más ofrendas.
Los medios cristianos, de algún modo, han contribuido y convertido a los “ex” en la cara del evangelio. Tanto creyentes como no creyentes han asimilado la idea de que la iglesia cristiana es un nido de “ex” de la peor calaña, lógicamente arrepentidos, pero sin duda, algunos todavía en ejercicio.
Es común que tanto medios de comunicación como iglesias compitan todavía por traer a la ciudad al mejor EX que puedan encontrar. Por un lado al ex guerrillero y por otro al ex homosexual. Por acá se anuncia al EX narcotraficante, incluida su horda de guardaespaldas, y por allá se presenta al EX asesino, o la EX lesbiana; aunque se matiza el asunto de vez en cuando con la presentación del cantante de turno o el prodigioso niño predicador nunca antes visto, venido de centro o sur América.
A veces me parece estar regresando al mundo que habitaba treinta años atrás; porque las cosas no han cambiado mucho. Por el contrario, los “ex” han evolucionado, se han farandulizado con la bendición de los medios. Ahora los EX hacen reverencia a sí mismos, se han vuelto aparatosos, manejan el lenguaje del despojo, tienen la palabra y hablan en nombre de la iglesia.
No estoy en contra de la salvación de los “peores”. Tanto los mejores como los peores seres humanos tienen derecho a creer el evangelio y ser salvos. Me he gozado al ver a hombres y mujeres transformados por el amor de Cristo, sacados de la caneca de la basura y redimidos y lavados con la misma sangre que me lavó a mí. Lo que me inquieta es la tendencia a olvidar nuestra cristiandad, y que entre sus filas hay hombres y mujeres que crecieron al amparo de la iglesia y nunca se contaminaron con el mundo. Nunca he visto que esto sea motivo de celebración o de campaña masiva en un estadio. Tal vez no acudiría nadie a escuchar a un “ex nadie”. Pero nuestras iglesias están llenas de tantos y tantas que se han guardado para Dios desde su niñez y su juventud y, aunque no quiera admitirse, son un regalo de pureza de parte del Señor a la iglesia del siglo XXI, y debemos apreciarlos si queremos potenciar nuestro futuro.
Tú que estás en estos maravillosos caminos del Señor desde que tienes uso de razón o desde un poquito más tarde, que te has guardado del mundo, que eres virgen en tu mente y cuerpo: Dios te tiene para este tiempo y hora, y te usará para su gloria.
Iván Castro Rodelo – Pastor - Colombia
Si quieres comentar o