En un principio iba a titular este artículo como "El Cristiano egocéntrico", pero hace unas horas decidí cambiarle el título por razones que más adelante expondré.
Cuántas veces habremos escuchado o leído Santiago 1:22-23:
“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos .Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural”.
Los que conocen la Palabra pero no la llevan a la práctica, antes o después son descubiertos, ya se encargará nuestro Señor, pues Él sabe de qué están llenos nuestro corazón y nuestra alma, nos conoce, sabe cómo realmente somos. Es por eso que los únicos engañados son tan solo ellos mismos.
Cualquiera puede aprenderse la Palabra, pero solamente los verdaderos hijos de Dios la llevan en su interior y consiguen ponerla en práctica, aunque eso no quita que a veces tengamos fallos. Todos los hemos tenido, tenemos y tendremos, pero al ser llenos del Espíritu tenemos al mejor aliado y el mejor guía, pues a veces nos corrige, otras nos hace ver lo mal hecho, y otras nos hace percatarnos de ellos antes de ni siquiera ser conscientes de hacerlos.
La primera acción que debemos realizar es ceder, todos lo sabemos; desplazar el yo para que el Espíritu ocupe ese lugar y empezar así la nueva vida en Cristo.
Pero, ¿qué pasa cuando no desplazamos ese Yo y ponemos a su lado solo la sabiduría de la Palabra sin el Espíritu? Que nos convertimos en personas que viven en un eterno carnaval, con un disfraz muy peculiar: el disfraz de cristiano.
Llegados aquí, el porqué del cambio de título: charlando por teléfono con un amado hermano en fe al cual tengo mucho aprecio, se interesó por el estudio que estaba haciendo y, después de conocer cuál era el tema y conocer de antemano el tipo de prédicas a las que estoy acostumbrado, me dio una referencia, diciéndome que escuchara tan solo el mensaje. Hasta aquí no la había utilizado, me ha sido de mucha utilidad para seguir con este estudio (gracias, hermano, el señor te siga bendiciendo).
Sigamos. Dice en 2ª Corintios 11:14-15:
“Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia, cuyo fin será conforme a sus obras”. Se nos muestra que el mismísimo Satanás se disfraza de ángel de luz con el único fin de no ser reconocido, con un disfraz que oculta la realidad interior, un disfraz de luz escondido dentro de la autentica luz.
Para el disfrazado de
cristiano solo hay un final y es la muerte. Se viste de bueno, de celestial, de bondadoso, de paciente, con el único fin de hechizar al verdadero cristiano. Sólo son amadores de sí mismos, absolutamente egocéntricos. Gracias a Dios existe una medicina eficaz y son las Escrituras, las mismas que estos hombres y mujeres usan, con la diferencia de que ellos no las practican. Donde hay justicia ven injusticia, donde hay verdad ven mentira, donde hay exhortación ven ataques personales; consciente o inconscientemente siguen hechizados maquillando lo carnal de piedad, amor y comprensión.
No es posible decir
“¡He aceptado al Señor, soy cristiano!” y no cambiar, ya lo sabemos. Desde el momento que aceptamos el no dar la espalda a la Cruz, nuestras vidas cambian. Lo hemos experimentado, pues es un sinsentido aceptar al Salvador y no cambiar y seguir en la carne. Ellos siguen siendo amadores de sí mismos, del mundo, son egocéntricos, engañadores, manipuladores, chismosos. Muestran una oscuridad disfrazada de luz
(Lucas 1:33, “Nadie pone en oculto la luz encendida, ni debajo del almud, sino en el candelero, para que los que entran vean la luz”). Ocultan su disfraz de luz y no lo exponen, porque todo lo que se expone queda a la vista y se examina, y si examinamos atentamente descubriremos su disfraz.
Es necesario que de nuevo mostremos que estamos nacidos en el Señor
(Lucas 6:46, “¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que yo digo?”). Una de las consecuencias la tenemos en Mateo 7:21:
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hacen la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Hay quien se autojustifica diciendo
"soy salvo", cuando realmente no es así, pues la exposición de sus actitudes demuestran lo contrario: orgullo, enojo, susceptibilidad, compasión sólo hacia ellos mismos, depresión, malhumor…
En Proverbios 14:30 se nos dice: “
El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos”. La envidia, los celos por los demás o la codicia son actitudes desagradables ante Dios, y en Proverbios 3:7, dice:
“No seas sabio en tu propia opinión; Teme a Jehová, y apártate del mal”.
El termino
egocentrismo está definido como:
“Egocentrismo es la característica que define a una persona que cree que sus propias opiniones e intereses son más importantes que las de los demás. Parte de la idea de hegemonía de sus pensamientos, opiniones, decisiones, creencias y razonamientos. Sus intereses son primero y más importantes que el resto. El mundo gira alrededor de su individualidad y lo que no se ajusta a él es rechazado y desvalorado por su opinión.
Egocentrismo es la exagerada exaltación de la propia personalidad, hasta considerarla centro de la atención y actividad generales.
Nunca puede un egocéntrico, con sus mentiras, llegar a ser
cristiano, por mucho que predique, por muchos que escuchen sus “verdades”, por mucho que cambie el mensaje de la Palabra para usarla en su provecho. Debe dejar su necedad y humildemente arrodillarse y pedir perdón; dejar de ocupar el lugar del Espíritu en su interior.
Recordemos y reflexionemos cómo llamaba Pablo a los creyentes de Corinto: ¡carnales!, pues estaban llenos de envidias, conflictos, seguían con borracheras y un sin fin de inmoralidades. Sí, habían recibido al Señor y los dones del Espíritu, pero con sus actitudes, ¿cómo osaban llamarse cristianos si seguían actuando conforme a la carne? No seamos los corintios del siglo XXI.
Ramón Camacho Vinader - España
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