En España se ha difundido un comunicado del pastor Federico Bertuzzi acerca de la situación de los misioneros argentinos en el exterior. Aporto mi reflexión agregando observaciones desde dentro del país.
La situación económica argentina ha llevado a lo que popularmente se denomina “cepo cambiario”. El cepo, en buen romance, es la virtual imposibilidad de comprar dólares (o cualquier tipo de otra moneda) a menos que se cuente con una aprobación estricta del gobierno, aprobación que no se sabe como conseguir. La medida, entre otras cosas, impide girar dinero al exterior, reduce la cantidad de dinero que se puede retirar por cajeros automáticos, restringe el dinero que los turistas pueden devolver al salir del país, etc. Esto provocó la reaparición del mercado negro de cambios donde el dólar negro llegó a subir a casi al doble de valor que el “dólar oficial”. En realidad hoy en Argentina conviven unos cinco tipos de cambio de dólar distinto.
He seguido este tema desde que el Gobierno lo impuso, hace casi un año. En su momento hice un relevamiento de su efecto sobre los misioneros argentinos que demostraba lo perjudicial que resultaba dada la imposibilidad de girarles dinero. También procuré estimular a algunas entidades para que tomaran cartas en el asunto.
Me tocó vivir y sufrir la crisis argentina de 2001, cuando decenas de nuestros misioneros vieron su sostenimiento devaluado el 75% de un día para otro. También viví una crisis anterior semejante, que propinó un duro golpe para el movimiento misionero de aquel momento. Sucedió a fines de los ochenta, durante la llamada hiperinflación del gobierno del Dr. Alfonsín. La crisis de 2013 no es nueva - lamentablemente -, aunque sin duda las tres mencionadas tuvieron diferencias y contextos que no cabe analizar aquí. De todas maneras, las tres tuvieron algo en común: fueron igualmente negativas para los esfuerzos misioneros argentinos. Claro que Dios está en el control y a pesar de todo hemos podido seguir adelante. El profeta Zacarías dijo milenos atrás que la obra de Dios no se hace por el poder de la espada ni por la fuerza de ejércitos, sino por su Espíritu. La obra misionera transcultural argentina es tal vez el mejor ámbito donde esa verdad ha sido puesta a prueba y ha sido revalidada vez tras vez, crisis tras crisis.
Empero en 2013 tenemos una crisis real en un país real (crisis que sin ser reconocida por muchos es más amplia que el tema del cepo). Las consecuencias de la restricción del mercado cambiario no son virtuales, y tampoco pueden ser descartadas porque tenga que ver con gente que desea ir a Miami. Esto afecta a personas, en nuestro caso a centenares de misioneros. En este contexto es la iglesia evangélica argentina, en primer lugar, la que debe tomar debida nota. Tristemente se ha visto poca preocupación acerca de este tema desde las entidades evangélicas argentinas más representativas, y tampoco ha surgido individualmente de parte del liderazgo evangélico nacional. Tengo que mencionar también, en honor a la verdad, que las propias entidades misioneras han sido lentas en responder y levantar la voz sobre este tema. ¿Nos estará pasando lo de la proverbial rana puesta en agua fría mientras el agua se calienta sin que ella se dé cuenta?
Con la carta de Federico Bertuzzi el clamor se ha escuchado otra vez. Pero no vino de adentro de la iglesia evangélica en Argentina, sino desde afuera, de un misionero que está en el campo. Me pregunto por qué la iglesia en Argentina ha guardado silencio ante esto. ¿Es ignorancia? ¿Desinterés? ¿Corrección política por temor a perder alguna cosa? ¿Es debido a lo urgente de otras situaciones? ¿Qué pasa, que los misioneros son apenas tenidos en cuenta? Habiendo dicho esto, me pregunto también si la notoriedad que la obra misionera puede tomar en los medios de comunicación a la luz del escrito de mi amigo Bertuzzi es algo deseable, necesario.
Cabe otra seria consideración y tiene que ver con el tema de ser discriminados como cristianos evangélicos argentinos. Me refiero a la preferencia que el Gobierno Nacional ha dado a los jóvenes católicos que viajarán en junio a Brasil para el congreso mundial de la juventud. Según el diario argentino Clarín del 8 de mayo pasado, la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) les autorizó para comprar de divisas sin inconvenientes para la realización del viaje y asimismo les facilitará la extensión del CUIL (nuevo requisito para viajar al exterior). No hablo en contra de esos jóvenes ni de su congreso, mi crítica es contra la prioridad política que privilegia un viaje de pocos días pero no toma en cuenta la tarea diaria y sostenida de los misioneros argentinos en muchos lugares del globo.
La importancia numérica no está a favor de los misioneros, nunca lo estuvo, y probablemente nunca lo estará. Tal vez es mejor que sea así. Una cosa parece indubitable: en el escenario político argentino, tan convulsionado, crispado y polarizado, parece que el cepo no se modificará. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Llamamos a los misioneros de vuelta a casa y permitimos que el mundo nos imponga otra moratoria? ¿Nos desesperamos y decimos que es mejor dejar la misión para un tiempo más oportuno? A quienes así piensan - en postergar o aducir la imposibilidad de tener el dinero para misiones, les preguntaría: ¿cuánto ofrendaron con “la plata dulce”, “el deme dos”, o el dólar “uno a uno”? Para los tales las crisis sirvieron para justificar lo que no hicieron cuando podían haberlo hecho.
Ninguna de las anteriores es la respuesta cristiana. En primer lugar, esta crisis debe llamarnos a profundizar y ampliar nuestro compromiso cristiano. ¿Harán falta diez veces más ofrendantes e intercesores por cada uno de los que tenemos ahora? Entonces busquemos que sean quince veces más. ¿Harán falta diez veces más iglesias de las que hay comprometidas en la actualidad? Entonces busquemos veinte veces más. De otra manera apenas podríamos mantener la obra actual, y sabemos que la misión debe proyectarse y crecer, no disminuir. Paralelamente la situación actual requiere una participación cristiana social y política hecha con sabiduría e integridad. Debemos reclamar por los derechos que están siendo vulnerados y peticionar ante las autoridades. Tenemos que tomar acciones concretas, y debe hacerse de manera urgente.
Mientras tanto, como cristianos hemos de orar en todo como lo indica la Escritura. Somos el pueblo misionero de Dios, su reinado está por encima de todas las crisis. El mandato de ser sal y luz sigue vigente. A pesar de las dificultades seguiremos haciendo la obra que Él nos encomendó. Jesús nos dio una esperanza que no tiene cepos ni limitaciones: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Daniel Bianchi - Pastor y misionero – Argentina
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