Acompañando a nuestros jóvenes

Con frecuencia oímos en nuestros días que lo importante no es la cantidad de horas que dediquemos a nuestros hijos sino su calidad.

Cuando son pequeños somos más conscientes de que ellos nos necesitan, pero cuando se convierten en adolescentes y jóvenes no nos apercibimos de lo importantes que somos en su vida; quizá porque no nos demuestran que nos quieren, aunque lo hagan; quizá porque empiezan a cuestionar nuestros consejos, aunque los sigan a la larga; o quizá porque en esta época se alejan de nosotros para formarse como personas independientes y diferentes, lo que les hace desagradables con más frecuencia de lo que desearíamos. Pero esto no debe ser motivo para que nosotros nos alejemos de ellos. Dios, nuestro Padre, está cerca de nosotros siempre, para que podamos estar con Él cuando queramos, pero nunca nos obliga a ello, no nos agobia.

Nuestra presencia debe ser discreta pero segura para ellos, una presencia que les deje hacer poco a poco su propio camino pero que, a la vez, les dé libertad para acudir en caso de necesidad, de duda, de conflicto; sin reproches, con respeto porque son personas jóvenes e inexpertas, pero personas.

No podemos pretender darles calidad de tiempo sin tiempo, y tiene calidad todo aquel tiempo que ellos puedan disponer de nosotros.

Sólo estando con ellos seremos capaces de ayudarles a encontrar el equilibrio en las cosas, a que sepan aceptar y encajar lo que no es agradable pero necesario, a que no les amamos menos porque les digamos NO (como dice la canción de Rosana). Todo ello porque ya no nos invadirá ese sentimiento de culpabilidad que tenemos cuando no les dedicamos las horas necesarias y pensamos que el poco rato que estamos juntos vamos a compensarlos tapándolos de todo menos de lo que deberían tener y no negándoles nada para no disgustarnos con ellos, aunque sepamos que lo que piden no les conviene.

A veces me dan envidia sana las tribus de indígenas: trabajan sólo para vivir y prácticamente todas las actividades que hacen las comparten con su familia, con lo que se pasan todo el día juntos, sin prisas y dando importancia a lo que la tiene.

Una maestra de guardería decía que siempre encontramos tiempo para lo que son nuestras prioridades reales: si nuestra prioridad es que las camas estén hechas, siempre se encontrará el momento de hacerlas; si para otro es tener los cristales limpios, tal vez no siempre tendrá las camas hechas, pero siempre encontrará el tiempo para tener sus cristales brillantes, y si para nosotros nuestra prioridad es estar con nuestros hijos, seguro que sabremos renunciar a otras cosas y encontraremos la cantidad y la calidad de horas para estar con ellos, para que ellos, a su vez, aprendan a estar sin nosotros algún día.

Javier de la Viuda - España