“
En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14)
Hablar de algo tan sublime como la gloria de Dios es algo que debe apasionarnos en cada momento. Se trata de lo que “merece” nuestro Dios y, en estos tiempos, tal gloria se ha perdido o más bien redirigido al consumismo, a los predicadores a la carta del evangelio ligero, entre muchas otras situaciones.
La gloria de Dios es aquello para lo que fuimos creados, para lo que se constituyó la iglesia de Cristo (sin olvidar que el trabajo de alcanzar a los perdidos debe tener este mismo enfoque) y lo que debe ser nuestro norte en cada área, etapa de la vida cristiana y consumación de nuestra santidad.
La gloria de Dios sufre en estos días -y no me refiero a su naturaleza, sino a nuestra respuesta a ella- un detrimento tal que poco o nada importa: la majestad divina a sido relegada muy por debajo de nuestros intereses, el futbol, la informática, los proyectos individuales y cuantas cosas sean posibles han ocupado el trono que sólo le pertenece a nuestro Dios. Los teleevangelistas “pululan” a sus anchas y ofrecen una egoísta prosperidad bajo el más repugnante engaño de la “bendición” de Dios por temor a decir que es de su propia manipulación como comunicadores. Alejados de la verdadera esencia de los predicadores, la gloria de Dios es un concepto que incomoda, que se inmiscuye en las agendas personales, que exige rendir cuentas y estar bajo las órdenes de un Amo, Dios y Señor: exige compromiso y lealtad, exige el estar dispuesto a dejarlo todo por la causa de Cristo. Es un concepto real lejos de la comodidad y del lucro; es el representar en fidelidad y compromiso en esta tierra el carácter mismo de Dios quien nos juzgará.
El texto citado arriba es un recordatorio de varios eventos en tiempo pasado, lo que implica el conocimiento que se tiene respecto al tema. Además nos hace concientes de haber oído
“… la palabra de verdad…”. Ante tal situación cabe preguntar: “¿qué hemos hecho con ese mensaje originalmente escuchado que nos llevó a creer en él, y como resultado el “…
fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa…”, y también recibir la garantía celestial “…
que es las arras de nuestra herencia…”, y el tener la mayor de las esperanzas
“… hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria”? Todo esto debe constreñir nuestros corazones, quebrantar nuestra alma y poner nuestro ser y espíritu a disposición de aquel que lo creó y que merece por los siglos de los siglos “toda” nuestra vida en obediencia.
¿Estás dispuesto a darlo todo por él? No tenemos que pedirle a Indiana Jones ni al agente 007 que entre a trabajar en esta situación:
la solución para retornar a la gloria de Dios está en el retorno fiel y perseverante en estudio, oración y obediencia a la Palabra de Dios, la Biblia misma.
Darle la gloria a Dios implica honrar su nombre y su voluntad en obediencia diaria, el tenerle presente en cada momento, el exaltarle en todo lo que hacemos, el darle el mérito correspondiente, el no robarle el lugar que le pertenece como Señor y Amo de nuestras vidas; implica no vivir divorciados de nuestro Creador, implica dejar que como el amado capitán pueda gobernar nuestros pensamientos y actos. ¿Te apuntas a pagar este precio?
El apóstol Pablo tenía claro a quién le pertenece el lugar pleno en el evangelio y en sus resultados, y las palabras siguientes deben ser una alerta para todos nosotros hoy, pues descuidarlas sería algo muy necio, pero obedecerlas sería el mayor acto de sabiduría:
“Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2 Corintios 2:17)
Hoy más que nunca debemos dar el paso de honrar al Señor, de amarle a pesar de las luchas y batallas espirituales, de proclamar su nombre y vivir en integridad. Mi oración es que tú y yo lo podamos lograr con la ayuda divina. No hagamos moderno un evangelio que no existe, vivamos el que ya se nos ha dado, pensemos en los resultados eternos que a esto le acompaña y cumplamos así el propósito original único para el que hemos sido creados: “…
para alabanza de su gloria”.
Es el mayor de los privilegios que se nos ha dado. No se quede sin participar de ello, vivamos y manifestemos el poder de Dios en nuestras vidas por siempre. Bendiciones eternas de Dios en Jesucristo para ti.
Jairo Mendoza – Pastor y Misionero – Sevilla (España)
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