Proyecto Nim, de James Marsh
Se ha estrenado en algunas salas comerciales de cine en nuestro país el último trabajo de James Marsh. Hasta ahora, este cineasta es mucho más interesante en su faceta de documentalista que en lo que ha mostrado con material de ficción.
Un largometraje, éste que nos ocupa, excepcional, en el que se repasan los pormenores de un proyecto que consistió en inculcar el lenguaje humano a un chimpancé, y lo que ocurrió con él una vez finalizado el experimento.
No fue, como se podría pensar, un nuevo intento por demostrar las teorías evolucionistas o una oportunidad de reclamar derechos para esta especie equiparándola con la humana. El propósito de la empresa consistió, durante la década de los 70, en enseñar el lenguaje de signos (es conocida la imposibilidad de los chimpancés de articular y emitir los sonidos necesarios para hablar), y de esa manera conseguir una comunicación entre especies, siendo la meta el poder conocer de primera mano cómo piensan.
Nim, el nombre que se le dio al ejemplar elegido, es arrancado de los brazos de su madre y lo trasladan al seno de una familia numerosa y bien posicionada. Será amamantado y criado como si de un bebé y niño humano se tratara.
Lo vamos a ver crecer e integrarse con su madre y familia adoptiva. Sin duda nos sorprenderá su capacidad para ir asimilando, recordando y expresándose. Aprenderá, sin dificultad, de cada miembro del equipo, de los que irá incorporando nuevos signos/palabras. E incluso veremos cómo es capaz de asignar él mismo un significado a un gesto.
Muestra gran inteligencia, por ejemplo, que el gesto de querer ir al baño lo utilizará no sólo cuando tenga ganas de usarlo, sino que también lo hará para salir del lugar donde se encuentra si no está cómodo. Tampoco tendrá reparos en mostrar su hedonismo, pues no se cansa de sentir placer. En este aspecto asusta lo humano que parece: se comporta como uno de nosotros, pero a los que en este punto encuentran pruebas que emparentan al reino animal con nuestros ancestros, les respondo con una pregunta: ¿no compartimos el mismo Creador?
Un momento emotivo es cuando se nos habla de su capacidad para sentir empatía y mostrar afecto incondicional. Si te notaba mal o cabizbajo, se acercaba y te secaba las lágrimas a besos en un abrazo. Sin embargo, cuando deciden llevarlo a otro sitio para proseguir con el estudio, al separarse de la familia, todos los miembros sienten un desgarro y él, al ir a un lugar donde tendrá mucho más espacio, se siente liberado, indiferente al pasado.
Pasan los años y su volumen, fuerza, instinto, sexualidad, se convierten en un problema. Los resultados del proyecto tampoco están a la altura de lo que se esperaba y se toma la decisión de abortarlo. Nim volverá al lugar donde nació, su entorno natural, donde es un extraño. Tendrá que volver a comenzar de cero. Tendrán que enseñarle esta vez cómo comportarse con los suyos.
Esta vuelta a casa de alguna manera me hizo recordar la parábola del hijo pródigo. Quizá por contraste. Me explico:
El máximo responsable del proyecto, pasado un tiempo, va a pasar una tarde con Nim. Éste le recuerda enseguida y se muestra excitado, contento. No ha olvidado nada de lo aprendido, como si el tiempo no hubiera pasado. No hay rencor, no hay malestar por abandonarle. El chimpancé sólo piensa en la mejor manera de seguir adelante. Los humanos nos pasamos la vida sin querer perdonar nimiedades. Presos de nuestro pasado.
Una de las personas con la que más relación tuvo le va a visitar al lugar donde pasó sus últimos años (Nim murió de un ataque al corazón, no podía ser de otra manera). Ésta mujer le había dominado en el pasado, en todos los sentidos. Al entrar en su área, éste ve necesario marcar su territorio. Las cosas han cambiado desde la última vez que se vieron. La engancha y golpea repetidas veces; hubiera podido matarla, pero no quiso. Quizá debamos pensar por un momento qué reacción humana hubiéramos tenido ante la oportunidad de matar a quien nos ha destrozado la vida y hacerlo ante la impunidad que da el desconocimiento de las consecuencias. Presos de nuestra condición.
Nim se limita a ir asumiendo lo que viene, lo que tiene delante. Responde a estímulos. Lo que nunca hace es preguntar, en ningún momento. Capacidad para comunicarse tiene, dispone de la herramienta, pero no formula preguntas. De dónde viene, para qué y qué destino le espera.
Nosotros inevitablemente e incansablemente nos planteamos la existencia y sin respuestas, agotados, necesitamos reconocer nuestra incapacidad, volver a casa, y que un padre nos esté esperando, e incluso ver que sale al paso, a nuestro encuentro, con los brazos abiertos y nos recibe en un abrazo previo a una gran fiesta por ser al fin libertados.
Samuel Arjona Fernández - Músico y crítico de cine - Guadalajara (España)
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