El rostro humano del nacimiento de Cristo

La indignante noticia de un “pesebre gay” publicada en este medio me ha llevado a analizar de manera más humana la increíble historia de la venida de Dios a nuestro mundo. ¿Por qué de manera más humana? Porque entre tantos bellos pesebres, entre tantos sublimes cuadros de la Sagrada Familia, entre tantas canciones y bellísimas obras literarias, nos hemos olvidado del rostro humano de esta gran obra de Dios.

Y es que todo un Dios omnipotente decide hacerse presente en la historia como si necesitase de la fragilidad humana.Así el santo ángel Gabriel es el encargado de anunciar a los bienaventurados José y María, la más grande noticia de todos los tiempos y, en ocasiones diferentes, para ambos repite: "no temas María”, “no temas José”, lo uno para su maternidad y el otro para ser padre del Redentor. Y ante la inmensidad de tan sublime noticia, el Ángel los calma frente a tan grande responsabilidad.

Cuánto daría por retroceder el tiempo, estar presente y observar aquellos momentos. Los que hablan de un Dios hecho hombre, que nace como un frágil niño, que es envuelto en pañales y recostado en un pesebre… Pero Dios mío, ¡nació en un establo! ¿Por qué tanta humillación? Es la perfección de nuestro Dios incomprensible, nacido como el más pobre entre todos los pobres.

Y nace el niño, su madre lo mira con amor y con temor, ¡y cómo no ser así! Aquel misterio escondido por los siglos de los siglos en el seno de Dios, ¡estaba en sus manos! Su Dios, ¡estaba en sus manos! Un Dios tan pequeño que necesita alimentarse de sus pechos, un Dios que necesita de la protección de su padre, un Dios que tal vez se parece a ella, ¡y es su hijo!¡La inmensidad del misterio de Dios estaba en un niño!

Pero seguro estoy de que a ambos, padre y madre terrenales, en más de una ocasión les habrán temblado los brazos al cargarlo, o al besarlo, a ese hijo de tan profundo misterio… Sí, estoy seguro… Como así también estoy seguro que superados por ese ciego e incontenible amor de madre y de padre, en muchísimas ocasiones entre mimos y abrazos habrán dicho “mi pequeño”, claro que sí, seguro estoy.

Porque sólo Dios pudo ser tan humano e infundir tanta humanidad en Cristo… Es la absoluta perfección de Dios, la unión de lo infinito con lo finito y punto. No hay palabras.

¡Gloria a Dios!


Domingo Cáceres González - Profesional Contable - Asunción (Paraguay)