“Hazme saber, Jehová, mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy. He aquí, diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive. (Selah) Ciertamente como una sombra es el hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá”.
(Salmo 39: 4-6)
La vida es corta -dice David-, nada hay que detenga su paso. Todos los éxitos de esta vida no sirven para soslayar el momento en que las lámparas se apagan y las fuerzas disminuyen, pues como un soplo es la vida y toda fortaleza presente se derrumba cuando el almendro florece.
David, en retrospectiva, mira los años pasar desde la época en que apacentaba las ovejas de su padre hasta el presente, cuando sufría la traición de su hijo Absalón y sacó su conclusión:
“Ciertamente como una sombra es el hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá”.Todo lo que había alcanzado palidecía frente a su fracaso familiar; para nada servía ser un Rey amado por su pueblo si no poseía el amor y respeto de su hijo, que sin consideraciones urdió una trama contra él para quitarle el trono. Por eso dice:
“Hazme saber, Jehová, mi fin… Sepa yo cuán frágil soy”. No que no lo supiera, sino como un recordatorio para el resto de su vida, el reconocer que nuestra historia se termina, que somos como un frágil cristal que se rompe en mil pedazos cuando es golpeado.
David necesitaba ser consiente en todo momento de que el final llegaría para vivir mirando a la meta, para tomar las decisiones en la vida considerando que un día se presentaría delante de Dios. Es triangular la vida entre lo que hemos hecho, lo que haremos y nuestro fin, para intervenir y corregir el rumbo, para ver la congruencia entre mis decisiones y mi deseo fervoroso de ver un día cara a cara a Dios y ser recibido en la Gloria como un vencedor.
Buscando dirección
Nadie puede marcar su rumbo si no sabe a dónde va: podemos tener la mejor brújula, todos los implementos para un viaje y la mejor compañía; pero si no sabemos a dónde nos dirigimos, no sirven de nada. Todos caminamos en una dirección, incluso el que está perdido; el problema es que muchos no saben hacia dónde van, y por lo tanto tampoco sabrán cuando han llegado hasta que se acaba el camino. Joven, ¿qué esperas lograr en la vida?
El libro de
Hebreos 11:14 al 16 declara:
“Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad”. Cada uno de los
héroes de la fe que presenta el libro de Hebreos, sin temor ajustó su rumbo para llegar a la ciudad celestial.
Dice: “buscan una patria”, porque reconocían que esta vida no era su hogar, eran peregrinos y extranjeros. Sabían a dónde iban y lo dieron todo por alcanzarlo. No importó lo difícil de las situaciones vividas, ni la adversidad; sin vacilar marcharon por la vida mirando las promesas de Dios.
Luego añade:
“tenían tiempo de volver” Tenían la posibilidad de volver atrás, de reconsiderar su rumbo, pero estaban decididos a llegar, aunque significará perder la vida y negarse a sí mismo; porque todo lo que podía ofrecerles este mundo no tenía comparación con la Patria celestial que les esperaba al final del camino.
Por eso dice:
“Pero anhelaban una mejor”. Todas las aflicciones presentes no eran nada comparadas con la Gloria venidera. Tenían la firme convicción de que valía la pena, porque su objetivo era superior e incomparable a la gloria de esta vida.
Caminaron sin temor al fracaso, nunca quisieron retroceder, no se rindieron ni desviaron la vista:
“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11:13). Vivieron buscando, caminaron con esperanza, esperando al mesías y, aunque no le vieron, son participantes de su obra porque, sin saberlo, fueron atalayas que levantaron su voz con fuerza anunciando que el reino de los cielos se ha acercado, porque su vida tenía dirección.
¿Hacia dónde estás caminando?
Cuando decimos que Cristo es el Señor de nuestra vida nos referimos a que todas nuestras decisiones deben hallar justificación en su voluntad, es decir, todo lo que hacemos debe estar al servicio de nuestra salvación. No tomaremos decisiones que nos aparten de Dios, que impidan nuestro avanzar hacia la estatura que Dios requiere de cada creyente, porque consideramos que este mundo no es nuestra patria, que nuestro hogar está
más allá del sol.
Le invito a evaluar nuestras vidas, a cuestionarnos lo que realmente somos. ¿Es la Patria celestial mi destino? ¿Lo que hago, mis acciones cotidianas, hablan de mi amor por Cristo? ¿Al relacionarme con otras personas queda en evidencia mi deseo de agradar a Dios antes que a los hombres? ¿Estoy consciente de que mis acciones determinan lo que soy?
Es necesario hacernos una auditoria de prioridades exhaustiva: ¿Es mi máxima aspiración la esperanza de la Patria celestial? ¿Es coherente lo que hago, lo que espero lograr y la esperanza de la Patria Celestial? ¿Logro diferenciar entre aquellas decisiones que confirman mi rumbo a la Patria Celestial de aquellas que alteran mi dirección y me alejan de mi meta? Debemos buscar las respuestas más allá de la emoción; evaluemos con sinceridad nuestra vida.
Marcelo Riquelme Márquez – Pastor - Paillaco (Chile)
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