El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Germán López-Cortacans ha presentado una tesis doctoral sobre la imagen de Dios en las personas con discapacidad intelectual, en la que desafía el utilitarismo que impregna la ética de nuestro tiempo.
Uno de los temas que aborda la ética es la respuesta a una pregunta básica: ¿qué es una persona? De la respuesta se derivan pilares legales, sociales y éticos que marcan la convivencia. Es una pregunta que además tiene implicaciones directas al centrar nuestra atención en sectores que han sufrido -o sufren todavía- discriminación. Personas que, desde una perspectiva utilitarista, son a menudo considerados menos útiles, y por tanto menos aptos.
Este tema ha sido abordado por Germán López-Cortacans, doctor en Teología y en Ciencias de la Salud e investigador del Grupo de Salud Mental en Tarragona (IDIAP Jordi Gol), en una reciente tesis doctoral presentada en la Universidad de Murcia. El título de su trabajo es “La imago Dei en las personas con discapacidad intelectual”.
La tesis presenta una parte teórica, examinando las bases bíblicas del concepto de imagen de Dios, para a continuación realizar una investigación práctica. Germán López trabajó con tres grupos con discapacidad intelectual en Madrid, Salamanca y Tarragona, con el objetivo de “identificar y analizar los conocimientos, vivencias, experiencias y sentimientos de las personas con discapacidad intelectual sobre el significado de ser creados a la imagen de Dios”.
Para Germán López-Cortacans, estos colectivos siguen siendo marginados y silenciados en amplios sectores de nuestra sociedad y las iglesias tampoco están haciendo todo lo posible por integrarles. Para cambiar esta situación, aboga por empezar escuchándoles.
Pregunta. ¿Quiénes son las personas con discapacidad intelectual?
Respuesta. En la tesis empiezo con una aclaración porque a veces se confunde este concepto, el de discapacidad intelectual, con la enfermedad mental. Hay que aclarar que son dos realidades diferenciadas. La persona con discapacidad intelectual es a aquella persona que tiene un coeficiente de inteligencia por debajo de lo que se considera normal. Quienes más tipifican este colectivo son las personas con síndrome de Down.
P. ¿Es un tema tabú en nuestra sociedad?
R. Más que tabú, lo que encontramos es que estas personas están siendo silenciadas, olvidadas. Son personas que no tienen historia, no sabemos nada de ellas a lo largo de un recorrido histórico, y cuando se les ha prestado atención, ha sido normalmente para hacer burla o escarnio de ellas. Hay toda una influencia utilitarista que lo que hace es que estas personas directamente no estén en la sociedad. Hay estudios recientes que dicen que casi un 90% de las mujeres embarazadas con un embrión con síndrome de Down abortan. Por tanto, podemos imaginar las implicaciones que esto tiene.
P. ¿Está viendo la sociedad entonces a estas personas como un estorbo?
R. Sí, y tanto es así que tenemos a un conocido catedrático de ética, Peter Singer, que considera que no son personas. Para él son solo seres humanos. Singer tiene una frase conocida, que dice que si una persona no puede tocar la guitarra, no entiende a Woody Allen o no puede aprender un idioma, ¿qué utilidad tiene? Pues esto nos da una idea la importancia de reivindicar que estas personas son, precisamente, personas; y desde la experiencia de la fe, personas creadas a la imagen de Dios.
P. Este es el tema central de tu tesis. ¿Qué dice la Biblia sobre este asunto?
R. Desde una perspectiva de madurez intelectual, debemos admitir que la Biblia no habla para nada de las personas con discapacidad intelectual. No lo hace por una razón sencilla, y es que este concepto no se desarrolla hasta el siglo XIX. Cuando se da la revolución industrial, las personas que no podían trabajar se consideraban “no capacitadas”, es decir, discapacitadas. Por tanto este término alude precisamente a este colectivo que no puede trabajar.
Pero dicho esto, podemos rastrear, sobre todo en el evangelio, una actitud de Jesús de Nazaret hacia las personas que eran marginadas, excluidas, y personas en ese sentido como las que hoy tienen discapacidad intelectual.
P. ¿Cómo es la percepción de estas personas en el entorno de las iglesias evangélicas?
R. Tenemos que ser profundamente autocríticos. Deberíamos pedir perdón a Dios, porque estas personas no ocupan los primeros lugares en los bancos. Estas personas en muchas iglesias no pueden participar de los sacramentos; en muchas iglesias no pueden participar de la vida eclesial. Sin estas personas, la iglesia del Señor es una iglesia incompleta. Por ello, urge hacer una autocrítica.
P. En la tesis defiendes un acercamiento relacional, para poder entender mejor cómo experimentan estas personas la espiritualidad.
R. Desde la teología, la imagen de Dios se ha presentado en tres perspectivas: la funcional, la sustancial y la relacional. Históricamente la teología se ha fundamentado en los aspectos más sustanciales, aquellos que hacen referencia a la autoconcencia y a los cinco sentidos. Pero la perspectiva relacional se ha dejado un poco de lado. Es curioso que cuando leemos el evangelio, lo que hace Jesús es recuperar este aspecto relacional. Se ve nítidamente como Jesús se acerca a la gente, las abraza, las mira… Así que el aspecto relacional va mucho más allá de lo comunicacional o verbal: la relación va más allá de las palabras. Se puede entender que este colectivo tiene una relación con Dios y de eso no hay que tener ningún tipo de duda.
P. Planteas la forma de incluirles, que puedan tener lugar y se les escuche. ¿Cómo se puede llevar a cabo?
R. Creo que estas personas tienen su lugar en la sociedad. Pueden trabajar. Hay multitud de estudios que demuestran que son personas capaces y que con supervisión pueden realizar muchas tareas y ser remunerados. Son personas que pueden también participar del ocio, y disfrutar del espacio público. Esto no siempre ha sido así. En 1970 estas personas no podían ir a un cine o a un restaurante. Aún hoy encontramos casos en los que estas personas se encuentran con prohibiciones de acceso. Es cierto que tenemos leyes que les protegen, pero aún queda mucho por hacer.
P. En la investigación explicas que trabajaste con tres grupos, en Salamanca, Tarragona y Madrid. ¿Cómo fue esta experiencia?
R. Lo que yo quería era, más que teorizar, escuchar. En este caso son colectivos que pertenecen a Fe y Luz, una iniciativa de la iglesia católica, formados por personas con y sin capacidad intelectual. En este caso eran personas con discapacidad intelectual leve. Lo que hice fue investigar en grupos focales. El método consiste en realizar entrevistas a grupos de 8 a 10 personas. Yo les preguntaba, por ejemplo: “¿está la imagen de Dios en todas las personas o no?”. Su respuesta fue que todas las personas tenemos la imagen de Dios del mismo modo, en el mismo grado. No hay personas que tengan más “imagen de Dios” que otras, sino que tienen esta visión, seguramente más igualitaria que la que a veces podemos tener nosotros.
Cuando yo les preguntaba por algún pasaje del evangelio que les gustase o les llevase a la reflexión, en uno de los grupos me indicaron el relato de las bodas de Caná. Quizá muchos de nosotros haríamos una reflexión más teológica en relación a la conversión del agua al vino. Pero no, para ellos el énfasis era que en este relato se ve a Jesús con su madre, con sus discípulos, con sus amigos… Están juntos. Ese “estar juntos” me gustó mucho, me llamó la atención, y se ve a menudo en su discurso. Es algo que valoran especialmente. Todos sabemos que estas personas suelen ser muy afectuosas, es una de sus características. Cuando te ven, te besan, te abrazan. Creo que esto da mucho para reflexionar.
P. ¿Crees que podemos los cristianos contagiarnos de planteamientos utilitaristas?
R. Nuestro discurso teológico está estructurado en la razón, y todo lo que no quepa en el andamiaje intelectual nos cuesta. Por eso las personas con discapacidad intelectual nos interpelan. Nos hace repensar nuestras estructuras teológicas, y sin dejar la razón, ser capaces de ir más allá, para poder entender la importancia de la relación. La importancia de descubrir el rostro del otro, no solo sus rasgos, sino la persona. Que podamos recuperar el “tú”, la comunidad. Como iglesia tenemos mucho camino por recorrer. Hay que incorporarlos a nuestra vida de fe, a nuestra experiencia comunitaria y a nuestras liturgias.
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