El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
“Todo el mundo” quiere creer que es solidario, pero “del dicho al hecho hay un trecho”.
Vivimos en un mundo azotado por la pobreza, el hambre y la enfermedad: 836 millones de personas aun viven con menos de 1,25 dólares diarios; y alrededor de 842 millones de personas (prácticamente 1 de cada 9) pasan hambre. La pobreza mata, pero el exceso de riqueza también: la mayor parte de las enfermedades no transmisibles (enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes, neumopatías crónicas...) ocurren en los países con ingresos altos.
La ONU ha establecido el día 20 de diciembre como Día Internacional de la Solidaridad Humana. ¿Sirve de algo compartir con el menos favorecido? ¿Hasta qué punto un individuo puede, con su granito de arena, contribuir al objetivo de erradicar la pobreza, el hambre o la enfermedad? La ONU identifica la solidaridad como uno de los valores internaciones fundamentales para las relaciones en el siglo XXI.
El profesor y columnista del New York Times, Anand Giridharadas, afirma que la desigualdad en el mundo no se solucionará con “granitos de arena”. No cree que los voluntarios del mundo, los ciudadanos de “a pie” puedan resolver un problema que les supera. En una entrevista del 4 de diciembre que recoge el periódico El País, también dice que las personas pueden hacer miles de cosas voluntariamente, pero, aunque eso es bonito, también puede ser una distracción. Anand propone usar la política como el instrumento que aborde estos grandes problemas.
VIVIR CON MENOS DE UN EURO AL DÍA
Según informes de la ONU, la gran mayoría de las personas que viven con menos de 1,25 dólares diarios pertenece a dos regiones: Asia Meridional y África Subsahariana. En 2014, cada día, 42.000 personas tuvieron que abandonar sus hogares en busca de protección debido a un conflicto.
Según el programa mundial de alimentos (wfp.org), el hambre mata a más personas cada año que el sida, la malaria y la tuberculosis juntos. ¿Qué pasaría si uno de cada nueve compañeros en nuestro trabajo, o uno de cada nueve familiares o amigos murieran por causa del hambre? Esta es la realidad en muchas partes del mundo. Así, 3,1 millones de niños menores de cinco años mueren cada año por causa de la desnutrición.
ENFERMEDADES TRANSMISIBLES Y NO TRANSMISIBLES
Otro campo de batalla para el que quiere ser solidario es el de la enfermedad. Simplificando mucho el tema, podríamos decir que hay dos grandes tipos de enfermedades: las transmisibles y las no transmisibles. Según la Organización Mundial de la Salud, la causa número uno de muerte en el mundo son las enfermedades cardiovasculares. ¿Qué quiere decir esto? Significa que la mayor parte de las enfermedades no transmisibles ocurre en los países con ingresos altos. Aunque no todas, muchas de estas enfermedades se podrían evitar llevando una alimentación saludable acompañada de ejercicio físico moderado y una vida menos estresada. En los países de ingresos altos, 7 de cada 10 muertes ocurren en personas de 70 años o más. Por el contrario, en los países de ingresos bajos, aproximadamente 4 de cada 10 muertes ocurren en niños menores de 15 años, y tan solo 2 de cada 10 muertes corresponden a personas de 70 años o más.
En los países pobres la causa predominante de defunción son las enfermedades infecciosas: las infecciones de las vías respiratorias bajas, la infección por el VIH/sida, las enfermedades diarreicas, el paludismo y la tuberculosis, entre otras. En estos países, la pobreza, el hambre y la enfermedad se asocian para formar un tripartito destructivo, sobre todo, contra la población infantil.
NO SE DICE, SE HACE
El célebre literato C.S. Lewis afirmaba en su obra Mero cristianismo: “distingamos entre las diferencias de creencia y las de hecho”. Distingamos entre lo que creemos o decimos y entre lo que hacemos.
Uno de los objetivos de la ONU para el 2030 es acabar con estos graves problemas mundiales. ¿Cuál es el objetivo de la Iglesia? ¿Hace algo al respecto? ¿Debe involucrarse en la política social para aportar “su granito de arena”? ¿Qué puede hacer el creyente sencillo? ¿Dice la Biblia algo sobre la pobreza, el hambre o la enfermedad?
Hace unas semanas conté con la ayuda de varias personas para que me facilitarán una definición de solidaridad; entre otras, seleccioné estas: “solidaridad es dar de tu tiempo y de tu talento para el crecimiento personal y bienestar de los demás”; “la verdadera solidaridad es ayudar a alguien sin recibir nada a cambio”; “ser solidario cambia la vida de los que ayudas pero, sobre todo, cambia tu vida para bien”; y, por último, “solidaridad es compartir, hasta lo que necesitas para vivir”.
¿Quién no quiere ser solidario? “Todo el mundo” quiere creer que es solidario, pero “del dicho al hecho hay un trecho”. ¿Creemos ser solidarios o, de hecho, somos solidarios? ¿Practicamos la solidaridad? ¿Lo hacemos desde una posición individual, aportando nuestro granito de arena, o buscamos la fuerza de la colectividad?
Operación Niño de la Navidad es un claro ejemplo de cómo un colectivo de personas puede ayudar a un grupo enorme de necesitados. Desde 1990, más de 80 millones de niños pobres en el mundo han recibido un regalo por estas fechas tan significativas.
LA PERSONA MÁS SOLIDARIA DE LA HISTORIA
La persona más solidaria de la historia de la humanidad es Jesús de Nazaret. Y no digo “fue” sino “es” porque su mensaje sigue teniendo relevancia hoy. ¿Quién de nosotros hubiera escogido para nacer un sitio que no reúne las condiciones mínimas de higiene?
En una ocasión se le acercó un joven rico que quería seguirle. Jesús le retó para que vendiera todo lo que poseía antes de seguirle. Dice la Biblia que el joven rico, cuando escuchó las palabras de Jesús, se dio la vuelta entristecido. El amor al dinero no echa fuera el temor. El amor al dinero sigue siendo la raíz de todos los males.
¿Hasta qué punto estamos dispuestos a ser solidarios con el prójimo? ¿Cuánto de lo que somos y de nuestra comodidad queremos sacrificar? El único motivo por el que Jesús hipotecó su vida fue la humanidad. Aceptó pagar nuestras deudas para que no viviéramos embargados. Tampoco como esclavos de nada ni nadie. Hoy en día, Jesús seguiría diciéndonos que las aves del cielo tienen nido y las zorras madriguera, pero también que el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.
Jesús fue solidario con el enfermo. En una sociedad en la que los leprosos eran expulsados de los núcleos urbanos, él trató con ellos, los tocó sin miedo porque sabía que lo que de verdad contamina al ser humano, no viene de fuera sino del interior de uno mismo. Trató con la enfermedad, la enfrentó cara a cara y la combatió para devolverle la dignidad a la persona, quien no era reconocida por su propio nombre sino por el de la enfermedad que le doblegaba.
Jesús nos desafía, mediante sus hechos, a ser lo suficientemente espirituales como para no olvidarnos de la necesidad física y material del prójimo. Escribamos en el libro en blanco de la vida, no lo que nosotros entendemos por solidaridad sino más bien el verdadero y práctico compromiso solidario que el Maestro nos dicta a través de su ejemplo. Sigamos poniendo nuestro granito de arena.
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