El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El 24 de abril de 1915 comenzó el exterminio de un pueblo de tradición cristiana a manos del ejército turco. Un siglo después, Turquía sigue sin reconocer la matanza sistemática de un millón y medio de personas.
La inmediata reacción de las autoridades turcas ante las palabras del papa Francisco, que se pronunció contundentemente sobre el hecho histórico del genocidio armenio, demuestra que cien años después, la herida sigue abierta.
El genocidio armenio, como se denomina a la matanza de cerca de un millón y medio de personas a partir de 1915 a manos del Imperio Otomano, es considerado el primer genocidio del siglo XX, que abrió una colosal cicatriz en la región entre el Río Bósforo y el Cáucaso y cuyos efectos políticos, sociales y culturales aún permanecen vivos al conmemorarse un siglo desde su inicio.
LA HISTORIA DE UN EXTERMINIO
A principios del siglo XX, el Imperio Otomano estaba integrado por poblaciones cristianas -armenios y griegos- y musulmanas -turcos, kurdos y árabes- y su sustento ideológico, basado en el otomanismo, reconocía la diversidad de minorías.
Sin embargo, esta ideología fue reemplazada desde 1913 por el panturquismo o panturanismo, que sostenía la superioridad de la raza turca y proponía la unión de todos los pueblos turcos desde el Bósforo hasta China.
En julio de 1908, una revolución de apariencia liberal, encabezada por el partido laico “Comité de Unión y Progreso” (Ittihad), más conocido como el partido de los Jóvenes Turcos, desplazó al sultán Abdul Hamid (el sultán Rojo), que había ordenado entre 1894 y 1896 la matanza de miles de armenios en diferentes puntos del imperio, a un lugar simbólico.
Estas matanzas, producidas poco después de que el sultán debiera aceptar en el Tratado de San Stefano la independencia de Rumania, Serbia y Montenegro, y la semi independencia de Bulgaria, buscaban sembrar el terror y evitar a toda costa la creación de un Estado armenio, previsiblemente favorable a Rusia, al este de su territorio, en la frontera turco-rusa.
La llegada de los Jóvenes Turcos produjo algo de esperanza entre los armenios, pero ésta duró hasta que en abril de 1909 estalló una segunda matanza organizada, primero en la ciudad de Adaná y luego en el resto de la provincia, donde en total fueron muertas alrededor de 30.000 personas.
El punto de inflexión fue la derrota del Ejército otomano ante las tropas rusas en el Cáucaso en diciembre de 1914, cuando las autoridades otomanas acusaron directamente a los armenios de combatir en el bando enemigo.
Los armenios establecieron la fecha del comienzo del exterminio en 24 de abril de 1915, el día en que las autoridades otomanas detuvieron a 235 miembros de esta comunidad en Estambul (entonces Constantinopla), cifra que en los días siguientes ascendió a 600.
Luego, una orden del gobierno central determinó la deportación de toda la población armenia, sin posibilidad de cargar los medios para la subsistencia.
La marcha forzada por cientos de kilómetros, atravesando zonas desérticas, desató la muerte de la mayor parte de los deportados, víctimas del hambre, la sed y las privaciones, mientras los pocos sobrevivientes eran robados y violados por bandas de asesinos y bandoleros.
Seguidamente, con la ayuda del Ejército y formaciones irregulares integradas por kurdos y otras minorías, cientos de miles de armenios fueron asesinados y deportados por suponer “una amenaza para la seguridad nacional”.
Los que no fueron fusilados o quemados vivos en establos en los disturbios escenificados por las propias autoridades, murieron en las largas travesías en caravana hacia los desiertos de Irak y Siria, en las que perecieron cientos de miles de ancianos, mujeres y niños.
SIETE AÑOS DE MATANZA SISTEMÁTICA
El saldo mortal oscila entre el medio millón y el millón y medio de armenios masacrados entre 1915 y 1923 Las autoridades otomanas crearon una red de 25 campos de concentración, donde los armenios perecieron de inanición, según la historiografía armenia, que también denuncia la muerte de decenas de miles de personas al ser tiradas por la borda en el mar Negro y tras ser inoculadas con diferentes virus.
Si bien los historiadores armenios y occidentales coinciden al calificar de ingeniería étnica la política otomana en relación con los armenios, discrepan en cuanto al número de víctimas de la masacre.
El saldo mortal oscila entre el medio millón y el millón y medio de armenios masacrados entre 1915 y 1923, mientras lo que es seguro es que sólo habría sobrevivido una pequeña parte.
“El mayor crimen de la Primera Guerra Mundial”, como lo definió el entonces presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, tuvo como testigos de excepción a comerciantes y misioneros occidentales.
El fundador de la actual Turquía, Kemal Ataturk, reconoció la matanza de millones de cristianos otomanos, pero la palabra genocidio es tabú desde entonces entre los historiadores turcos, que acusan a los armenios de aliarse con Rusia y rebelarse contra el imperio que les acogía.
Hasta ahora, Turquía admite oficialmente que cientos de miles de armenios murieron como consecuencia de las luchas en Anatolia oriental y de la política de deportaciones de las autoridades otomanas, pero se niega rotundamente a que esas masacres se describan como “genocidio”.
Como resultado del genocidio, nació la diáspora armenia, muy influyente en países como Estados Unidos, Francia o Argentina, mientras la actual Armenia logró su independencia tras la caída de la Unión Soviética en 1991.
La matanza se extendió también hacia otras minorías cristianas, como la griega o la asiria, de los que también fueron víctimas cientos de miles de personas.
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