Con los resultados presentados esta semana la existencia del bosón de Higgs -la partícula subatómica teorizada por el físico británico Peter Higgs en los años sesenta, y que supone el único ingrediente del Modelo Estándar de la Física que aún no se había demostrado experimentalmente- es prácticamente un hecho.
Si no fuera por el bosón de Higgs, las partículas fundamentales de las que se compone todo, desde un grano de arena hasta las personas, los planetas y las galaxias, viajarían por el Cosmos a la velocidad de la luz, y el Universo no se habría 'coagulado' para formar materia. Por ese motivo, el editor del físico Leon Lederman creyó oportuno cambiar el título de su libro llamado originalmente 'The goddamn particle' ('La puñetera partícula') por el de 'The God particle' (La 'partícula Dios', aunque popularmente se ha traducido como 'la partícula de Dios').
UN PUZZLE SIN UNA PIEZA
El Modelo Estándar describe, con tremenda precisión, las partículas elementales y las fuerzas de interacción entre ellas. Pero tenía una ausencia importantísima al no poder explicar por qué tienen masa las partículas que la tienen. La respuesta la propusieron hace medio siglo el británico Peter Higgs y otros especialistas, con un mecanismo que explicaría ese origen de la masa de algunas partículas y que se manifestaría precisamente en una partícula nueva, el llamado bosón de Higgs, que por fin asoma en los detectores del LHC.
“Sin masa, el universo sería un lugar muy diferente”, explican los científicos del CERN. “Por ejemplo, si el electrón no tuviera masa, no habría química, ni biología ni personas. Además, el Sol brilla gracias a una delicada interacción entre las fuerzas fundamentales de la naturaleza que no funcionaría si algunas de esas partículas no tuvieran masa”.
LA MASA Y EL CAMPO DE HIGGS
La clave para entenderlo es partir de un hecho: las partículas adquieren masa al entrar en el llamado campo de Higgs, debido a que interactúa con los bosones de Higgs que son los que "dan masa" a los objetos al entrar en el campo de Higgs.
Para comprenderlo en un ejemplo podemos pensar en el agua (que sería el campo de Higgs)
en la que nada un delfín o se baña un hipopótamo. Para las partículas que no tienen masa, como el fotón de la luz, el agua es totalmente transparente, como si no existiera. Para las que tienen masa, pero poca, supone una realidad palpable aunque se deslizan fácilmente sin apenas interactuar con el líquido, como los delfines. Pero las partículas de gran masa, como si fueran hipopótamos, se mueven con dificultad en el agua.
IMPORTANCIA DE LA PARTÍCULA DE HIGGS
El Higgs del Modelo Estándar no es el final, no es la meta, sino el punto de partida de la investigación del universo más allá de la física conocida.
A nivel práctico, supone lo mismo que el descubrimiento del electrón. Inicialmente fue una curiosidad científica. Pero poco a poco, a partir de ese momento, surgió la conducción de la electricidad y la luz, la radio, la televisión, y un interminable conjunto de enormes avances que hoy en día son parte habitual e indispensable de nuestra vida.
¿A dónde conducirá el descubrimiento del bosón de Higgs? Hoy por hoy es impredecible. Pero una nueva puerta se ha abierto a un mundo hasta hoy desconocido para la ciencia y el ser humano.
EL NUEVO HALLAZGO A LA LUZ DE LA FE BÍBLICA
Es anecdótico que se llame partícula de Dios al bosón, pero sí es interesante saber cómo interactúa el nuevo descubrimiento con las bases de la fe cristiana, algo para lo que el doctor en Biología Antonio Cruz ha escrito
un interesante artículo para Protestante Digital.
De él entresacamos algunas ideas. La primera, que “
ninguna partícula material que descubra jamás la ciencia puede negar la existencia de Dios, ni tampoco demostrarla”.
Sin embargo, entrando en cuestiones filosóficas partiendo de esta base científica, plantea que “
la materia resulta cada vez más difícil de definir, manifestándose mucho más compleja y misteriosa de lo que se creía” hasta el punto de que
“no es posible definir a la vez dónde se halla y lo que está haciendo ninguna partícula. ¿De qué está constituido entonces el universo y nosotros mismos? ¿qué es la materia cuando nadie la observa? ¿podría tratarse de una realidad inmaterial e indeterminada? ¿es la observación de un observador exterior al cosmos la que define la propia realidad del cosmos? ¿sería factible pensar en Dios como en el Creador que nos hace reales mientras nos está observando?”
Por ello, concluye,
“ante la cuestión sobre si tiene sentido hoy, frente a la ciencia del tercer milenio, creer en la resurrección de Jesucristo y en el poder milagroso que refleja toda la Escritura, puede afirmarse que los descubrimientos de la física cuántica no impiden la fe trascendente, sino que se abren a las posibilidades de la metafísica. El mundo de la materia ha dejado de ser aquella cárcel del espíritu, a que se referían los místicos españoles, para empezar a mostrar todas sus potencialidades ocultas”.
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