La Fundación Cyborg es mucho más que la idea de unos estrafalarios jóvenes seguidores de la ciencia ficción. Se trata de todo un proyecto que se ha hecho con el premio Cre@atic 2010, promovido por el Ayuntamiento de Mataró desde el parque tecnológico Tecnocampus para reconocer las mejores iniciativas empresariales en el mundo de la innovación y las nuevas tecnologías.
Su director es Neil Harbisson, que podría definirse como un auténtico ciborg. Este joven de 28 años lleva incorporado un “eyeborg”, un dispositivo electrónico conectado a su propio cerebro para descodificar colores en sonidos. Se la implantó para superar una extraña enfermedad visual, la acromatopsia, que sólo le permite visualizar los colores en blanco y negro.
Artista visual y compositor, Harbisson, con la ayuda de un ingeniero electrónico, inventó el eyeborg, un dispositivo a modo de antena receptora que lleva en su frente para percibir “las frecuencias que emiten los colores y las transforma en impulsos audibles que recibo por vía ósea en el cráneo”, explica. Algo que le permite “percibir el color a través del oído” gracias a la unión de un software cibernético con el cerebro.
Harbisson es el primer ciborg reconocido por un gobierno, el británico. Algo que consiguió después de superar numerosas trabas burocráticas para demostrar que el dispositivo que lleva incorporado, el eyeborg, es una extensión más de su cuerpo y que puede salir con él en la fotografía de su pasaporte.
CIBORGS POR OPCIÓN PERSONAL
Su condición de ciborg le ha llevado a crear la
primera fundación “dedicada exclusivamente a convertir a los humanos en ciborgs” extendiendo sus sentidos mediante la ciencia cibernética. “Se trata de crear tecnología no como herramienta, sino
como una aplicación del cuerpo, como una prótesis”, una empresa que amplía su especialización a la creación de acontecimientos cibernéticos tales como conciertos artísticos, obras visuales y escénicas como las que ya expone el propio Harbisson.
Ante la controversia que pueda surgir, Harbisson avanza que “la fundación defenderá los derechos de los ciborgs” siendo consciente de que será la propia sociedad la que les planteará problemas de índole éticos y morales, por lo que ya dispone de un gabinete jurídico.
La Fundación Cyborg trabaja con neurólogos y psicólogos para estudiar la evolución de la unión del cuerpo con la cibernética. “Un estudio muy interesante” juzga Harbisson, “ya que en muchas ocasiones se crean nuevos sentidos en el cerebro y este evoluciona”. En este punto rehúye los estereotipos que lo comparan con episodios de ciencia ficción o con la creación de nuevos superpoderes. “Hay muchas personas que ya son ciborgs por razones médicas” y aduce que
lo que pretende la Fundación “es lograr que ser ciborg sea una opción personal a escoger”.
Tal es el avance que ha mostrado Neil Harbisson experimentando con su propio cuerpo que ya ha superado la quinta generación del eyeborg, el dispositivo que le traduce en vibraciones lo que capta una microcámara. Un ingeniero de la UPC, Matias Lizana, es quien ha creado un microchip “que me implantaré en el cráneo, bajo la piel” cuando encuentre el cirujano que acceda a ello.
Como tal, la fundación “no tiene ánimo de lucro y todos los beneficios se reinvertirán en ella” avanza Harbisson. El proyecto se financiará mediante becas, subvenciones y premios, pero también a través de iniciativas empresariales innovadoras como el micromecenazgo para lograr lo que el artista resume en “el paso para unirnos definitivamente a unas máquinas de las que ya dependemos”.
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