La Universidad de Oslo y el Instituto de Salud Ocupacional de la capital noruega, en colaboración con el servicio médico del Ejército de ese país, analizaron los niveles de inteligencia de cerca de 250.000 reclutas de 18 y 19 años. Las conclusiones fueron las siguientes: el primogénito tiene un cociente intelectual (CI) 2,3 puntos por encima del segundo, y éste aventaja en 1,1 puntos al tercero. El CI de los primeros es también mayor que el de los hijos únicos.
EDUCAR A TODOS IGUAL ES IMPOSIBLE
Según la teoría del orden de nacimiento, desarrollada con éxito dispar por una legión de psicólogos, el primero se lleva el conservadurismo, el respeto a las expectativas y los valores paternos y el perfeccionismo. El mediano, en terreno de nadie, tarda en decidir qué quiere hacer con su vida -frente al mayor, que la encarrila muy pronto- y desarrolla más relaciones con iguales que jerárquicas. El benjamín, por su parte, es la bohemia y el riesgo; divertido y encantador, puede ser también más débil que los otros. Un ejemplo notorio: los tres hermanos Grimaldi, príncipes de Mónaco. Entre la regia perfección de la mayor, Carolina, y la bohemia liberal y circense de Estefanía, la menor, se halla el caso del príncipe Alberto, con una opción de vida personal distinta a la de sus hermanas.
La historia es un filón de ejemplos que ratifican el citado reparto de actitudes y aptitudes: más de la mitad de los presidentes de Estados Unidos han sido primogénitos; también eran los mayores, o hijos únicos, veintiuno de los 23 primeros astronautas estadounidenses.
El orden de nacimiento no es determinante en ningún caso, pero sí tiene importancia. Suele decirse que el hijo mayor es el más adulto de todos, el receptor de valores paternos. Pero con el nacimiento de nuevos hijos, la dedicación y el entusiasmo que los padres ponían en él va mermando. Así, a medida que nacen más vástagos, se debilita la educación parental.
En virtud de la atención dedicada -máxima al primero; más escasa al último, viene la existencia del síndrome del primer hijo, más apegado a los padres; el síndrome del mimado (el menor, al que se considera pequeño durante más tiempo) y el síndrome del hijo mediano, el que más facilidad tiene para desarrollar emociones negativas, pero también el más sociable de todos.
Si hubiera que sacar una conclusión al respecto, sería la de que no se puede educar a todos de la misma manera.
El que pasa por ser la mayor autoridad mundial en la materia, el profesor Frank J. Sulloway, del Instituto de Investigación Social y de la Personalidad de la Universidad de Berkeley (California, EE UU), atribuye estas y otras diferencias entre hermanos al hecho de maximizar la atención de los padres a través de diferentes estrategias con el fin de reafirmar la propia identidad. Para María José Díaz-Aguado, catedrática de Psicología de la Educación de la Complutense, las singularidades se deben también al reparto de papeles: todos los hijos podrían ser estudiosos, o simpáticos, pero hay tendencia a repartir roles de forma excluyente.
Sulloway concluye diciendo que el entorno explica al menos el 50% de las variaciones en la personalidad, como sabemos gracias a los estudios en genética del comportamiento, así que también influye bastante en el desarrollo de las diferencias. El orden de nacimiento conforma la personalidad y el comportamiento mediante mecanismos biológicos, psicológicos, sociales y antropológicos.
Con respecto a la inteligencia privilegiada del primer hijo, la explicación parece clara: es su cercanía a los padres y adultos, tanto como su papel de tutor o guía de los siguientes hermanos.
Pero los primogénitos también tienen su cruz, sus expectativas son muy elevadas, por lo que les cuesta asumir fracasos. El segundo hijo y los sucesivos suelen pasar más tiempo con niños.
Algo debe de tener la primogenitura cuando Esaú se la vendió a Jacob por un plato de lentejas. O cuando algunos corpus jurídicos, como el derecho catalán, reconocen su figura (la del hereu, o heredero, el mayor).
De todos modos, los rasgos asociados al orden de nacimiento son una relación de probabilidad, no de causa-efecto. Es decir, que el hecho de ser primogénito o benjamín no determina necesariamente una característica, sino que incrementa la probabilidad de tenerla, como todo, siempre hay excepciones.
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