Dzerzhinsk, una joven ciudad de Rusia central, fue durante décadas un próspero núcleo de la industria química soviética y allí se fabricaron algunas de las más terribles armas de la guerra fría, como la iperita o gas mostaza, así como dioxinas y otros contaminantes industriales. Muchas de la fábricas cerraron tras el desmoronamiento de la Unión Soviética, pero el daño ya estaba hecho. Hoy en día, Dzerzhinsk tiene el triste honor de figurar en la lista de los 10 lugares más contaminados del planeta junto a Chernobil, La Oroya, Linfen y otras ciudades arrasadas por el plomo, la radiactividad o las partículas en suspensión. El ránking lo ha elaborado el Instituto Blacksmith, una organización conservacionista con sede en Nueva York.
El informe ha analizado 300 ciudades, aunque ha preferido no establecer un orden concreto entre las 10 primeras porque en muchos países no hay registros sanitarios precisos. Lo que sí está claro, subraya, es que los problemas ambientales causan hasta el 20% de las muertes en los países en desarrollo.
Richard Fuller, director del Blacksmith, dice que en algunas de las urbes la longevidad se acerca a niveles "de la época medieval". En Dzerzhinsk, por ejemplo, sus 300.000 habitantes tienen una esperanza de vida de 42 años (varones) y 47 años (mujeres). El problema en la ciudad rusa fue concretamente la acumulación sin control de materiales sobrantes de la industria que acabaron afectando a los acuíferos de los que se abastecen varios barrios. Así, el agua supera en 17 millones de veces el nivel recomendado de fenoles.
Cinco de las urbes seleccionadas pertenecen a la extinta URSS. Norilsk (Rusia), al norte del círculo polar ártico, fue creada en los años 30 del siglo pasado como un gulag minero y ahora es una auténtica "historia de terror", resume Fuller. La ciudad (134.000 habitantes) es líder mundial en extracción de paladio y níquel, pero, a cambio, "la nieve es negruzca, el aire sabe a azufre y la esperanza de vida para los trabajadores industriales está 10 años por debajo de la media rusa". En el otro extremo del país, los habitantes de Dalnegorsk y Rudnaya Pristan sufren altísimas concentraciones de plomo y arsénico procedentes también de varias minas.
20 AÑOS DESPUÉS, TODAVÍA...
La lista no tiene orden, pero Chernobil (Ucrania) ocupa sin dudas un lugar preeminente. Miles de personas murieron directa o indirectamente de resultas de la explosión de 1986 y al menos cinco millones de personas estuvieron expuestas a una radiactividad anormalmente alta. Todavía hoy quedan en el ambiente elevadas concentraciones de uranio, plutonio, yodo, cesio-137 y metales pesados.
En Mailuu-Suu (Kirguizistán) funcionó durante décadas una de las mayores minas de uranio del mundo y un centro de procesamiento en el que se fabricaron algunas de las primeras bombas atómicas de la URSS. Ahora están clausurados, pero 23.000 personas siguen directamente expuestas a elevadísimos niveles de radiación.
Linfen, centro de la industria del carbón, es un ejemplo los graves problemas medioambientales que acucian a la emergente China. La ciudad (200.000 habitantes) tiene una atmósfera prácticamente irrespirable, según asumen las autoridades chinas, por altas concentraciones de monóxido de carbono, ceniza, dióxido de sulfuro o arsénico. En Asia, el informe cita también el caso de Ranipet (India), con una contaminación del suelo y el agua de tal calibre que los niños sufren úlceras y la esperanza de vida de los adultos apenas roza los 40 años. El problema surge especialmente de la industria del cuero.
La lista continúa con La Oroya (Perú), un pueblo minero en los Andes con una gran planta de fundición de metales. Los niños presentan "altos niveles de plomo" y la lluvia ácida está acabando con la vegetación. En Haina (República Dominicana), la contaminación fundamental procede de una gran planta de reciclaje de baterías de automóvil que ya está clausurada, pero que ha dejado una terribles secuelas de plomo. Finalmente, la lista la cierra una ciudad africana, Kabwe (Zambia), donde, entre otros problemas, las emisiones procedentes de las minas de cobre han incrementado por cinco los niveles de plomo en sangre en los niños.
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