Carlos Martínez cumple 40 años sobre los escenarios y analiza el desarrollo de su trayectoria. “Mi temor siempre ha sido que me caricaturicen como el mimo protestante. Siempre he preferido esperar a que me pregunten para dar la respuesta”.
¿Qué es lo que uno piensa cuando piensa en un mimo? Quizá, en nuestro contexto, la imagen recurrente sea la de esa persona que se pinta la cara de blanco, viste de negro y hace gestos en el paseo de debajo de casa. Pero después, uno habla con Carlos Martínez y descubre toda una vida dedicada a este arte, y percibe que se trata de algo más profundo.
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Silencio y gestos unidos en el proceso de la comunicación no verbal. Ideas y palabras que se transmiten con las manos, con una mirada. Y mucho más. Celebrando ahora sus 40 años sobre los escenarios, Martínez reflexiona sobre la complejidad de todo ello. “El silencio de un mimo dice algo, porque lo utiliza para contar una historia”, dice.
Martínez ha desarrollado su carrera sobre todo en Suiza y Alemania, y está más que acostumbrado a la puntualidad y a la interpretación del tiempo que hacen en Europa central. “Un mes de junio, mi representante en Suiza me llamó para preguntarme qué quería comer después de la actuación que iba a hacer en noviembre. Yo le dije que cómo podía saber lo que me apetecería en cinco meses. Él me corrigió y me dijo que era el mes de noviembre del siguiente año”, explica moviendo las manos.
Además de dar seminarios a pastores sobre el uso de la comunicación no verbal, sus piezas se utilizan también en contextos de escuelas dominicales y predicaciones, al mismo tiempo que denotan una importante carga social. De hecho, últimamente algunos ven en su lenguaje universal un elemento de acogida. “En cada actuación que hago en Alemania o en Suiza siempre hay algún ucraniano. No entienden el idioma y, claro, la gente se pregunta adonde llevarlos. Así que los traen”, asegura.
Para analizar su trayectoria con motivo de este 40º aniversario, Carlos se ha sentado a charlar con este medio en una cafetería, creando un pequeño oasis de silencio mientras todo a su alrededor vociferaba.
[photo_footer]Para el 40º aniversario, Carlos Martínez ha preparado un espectáculo titulado Vitamimo. / Carlos Martínez.[/photo_footer]
Pregunta: Carlos, ¿cómo llegas a estos cuarenta años en los escenarios?
Respuesta: Me veo a punto de jubilarme (ríe). Cuando uno empieza, no se imagina que va a estar cuarenta años. Yo me contentaba con estar cuatro o cinco años porque era mi sueño de niño, ser actor y dedicarme al escenario. Pero los soñadores sabemos que no todos los sueños se pueden realizar. Pero van pasando los años y cumples diez años, luego veinte y luego veinticinco…
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Recuerdo cuando cumplí los veinticinco años actuando. Hicimos una gira por varios países y más de ochenta actuaciones. Para mí aquello ya era una ‘cima’ conseguida. Me preguntaba qué más podía haber. Pero nunca fue un objetivo cumplir una cantidad de años. Quizá porque el teatro es muy del presente. Por eso hablamos de representar una obra, porque es muy de trabajar en el presente. En realidad, el artista trabaja al día y cada actuación es llegar a la ‘cima’. No se trata de los años ni del número de actuaciones, sino del presente. Si el público responde, si el actor responde al público, si se da esa comunicación, eso es la ‘cima’, el objetivo conseguido.
Los años son el objetivo de la promoción. Cuando empecé a trabajar en los años ochenta tenía ocho piezas de mimo. Hoy tengo ochenta. Tengo muchos espectáculos y eso es importante para mi representante, para poder vender. En Suiza, por ejemplo, los teatros te contratan una vez y no te vuelven a llamar hasta pasados dos años. Y si lo hacen, quieren un espectáculo distinto. El representante no puede vender a un artista solo, pero sí a un artista con muchos espectáculos.
Todo eso que ha formado parte de mi arte no tenía nada que ver con mi sueño. Ha sido hacer posible que pueda vivir como artista, y poco a poco se ha convertido en mi sueño de ser actor. Pero soy consciente de que sin una promotora estaría haciendo obras de forma puntual y no mantendría una regularidad de un mínimo de entre sesenta y setenta actuaciones por año.
P: ¿Pero alguna vez se jubila un artista?
R: Cuando hablo de jubilarme pienso en la edad, pero yo siempre digo que mientras el cuerpo aguante seguiremos. Ahora estamos preparando un plan para los próximos tres años, pero recuerdo que antes planificábamos con cinco años de antelación. O incluso diez. Acabo de cumplir 67 años y estamos pensando en llegar a los 70. A partir de ahí, veremos. Me encuentro con fuerzas.
[destacate]“Un predicador no hace radio, sino que está presente y la gente acude a verlo, y el cuerpo forma parte del mensaje.”[/destacate]Pero es cierto que el artista no se jubila nunca. Si me retiro a nivel laboral, seguiré haciendo mimo a nivel de voluntariado, dando seminarios y cursillos, o para jóvenes que quieran utilizar la comunicación no verbal. Incluso también a predicadores. Una vez al año doy seminarios sobre comunicación no verbal a pastores en Alemania o Suiza. Un predicador no hace radio, sino que está presente y la gente acude a verlo, y el cuerpo forma parte del mensaje. Esto me permitiría seguir trabajando en la parte docente. Hay muchas formas en las que se podría seguir trabajando sin estar en el escenario.
[photo_footer]Su carrera ha estado sobre todo vinculada a Alemania y Suiza. / Carlos Martínez.[/photo_footer]
P: ¿Qué has preparado para celebrar tu 40 aniversario sobre los escenarios?
R: Hemos contactado con teatros en España, pero no ha habido manera. Aquí hice dos ensayos con público. Hasta ahora hemos representado 18 veces el espectáculo en Suiza, Alemania, Suecia y también vamos a Portugal y Kosovo.
Ahora es más difícil que antes de la pandemia. En ese sentido doy las gracias a Dios especialmente por Suiza y Alemania, porque si estuviese dependiendo de China, Jordania, Sudáfrica o Canadá, todos ellos países en los que he estado, ahora sería más difícil.
El espectáculo se llama Vitamimo. En este juego de palabras uno los conceptos de vida y arte, que es el mimo, y resumo así estos 40 años dedicados al mimo. El espectáculo en sí tiene una primera parte de mimo puro que dura una hora. Luego se hace el descanso y se aprovecha ese tiempo para recopilar las cuatro piezas que el público ha votado más previamente, a través de un código QR, de entre una lista de 20. Y en la segunda parte interpreto esas cuatro piezas, sin maquillaje y contando anécdotas. El objetivo es hacerlo como mínimo cuarenta veces.
P: ¿Cómo ha sido tu evolución en el proceso creativo hasta aquí?
R: Muchas piezas han nacido por necesidad. Porque mi representante necesitaba vender (ríe). Eso te obliga a trabajar y convertir las ideas en algo factible. Solo he hecho un espectáculo por encargo, para Cruz Roja, pero lo hice a mi manera. Nunca me he sentido obligado a hacer una pieza sobre algo en concreto o en contra de mis creencias, ni de mi filosofía. Todo lo he hecho porque me ha gustado.
Por un lado está eso, y luego está lo que pasa en la vida. Cuando murió mi madre, eso cambió muchas cosas para mí. Me tocó el alma. Daba por sentado que mi padre se moriría, pero mi madre era eterna. Fue un choque muy grande. Hasta entonces, muchas de mis piezas eran divertidas, pero después el proceso creativo empezó a llevarme hacia piezas de mimo que eran más poéticas.
También cambia el hecho de contar con un director escénico. Él va a ser como el espejo de Blancanieves, que siempre dice la verdad y a veces duele. Pero eso hace que las obras vayan en una dirección o en otra. Hay obras que en casa son geniales pero delante del director todavía requieren de más tiempo.
Algunas de mis obras nacieron para ser entendidas más adelante. Por ejemplo, yo estuve trabajando casi tres años con un pianista y siempre nos encontrábamos en el camerino. Antes de conocerle yo había hecho una pieza sobre la soledad del camerino y cuando se la presenté a mi director escénico la descartó. Pero después de tres años, el pianista enfermó y murió. Entonces tuve que volver al camerino yo solo. Así que retoqué la pieza y se la dediqué como homenaje a mi colega, a mi amigo. En ese contexto, la pieza automáticamente cambió, e incluso mi director escénico lo reconoció. Muchas veces he hecho una pieza sin que llegase el momento de presentarla. Pero la creatividad está siempre ahí, no para.
P: ¿Si pudieses interpretar una de tus piezas por última vez cuál sería?
R: El Reloj de bolsillo. Precisamente la hice en 1994, cuando murió mi madre. Es una pieza que representa tres generaciones en seis minutos. Retrata lo rápido que pasa el tiempo, pero a la vez se permite disfrutar cada momento. La muerte pasa de soslayo. Está por ahí, pero no se ve. En occidente pensamos que la vida es el principio y la muerte el final, pero en las tribus amazónicas es circular. De alguna manera, eso es lo que sentí cuando mamá murió. La vida sigue y formamos parte de ese círculo.
Otra sería La creación. La hice porque un niño me pidió que representase a Dios. Pensé que la única forma de hacerlo era a través de un personaje que hace algo con las manos. Un dios de brazos cruzados no funciona. En la pieza se ve cómo Dios va creando la tierra, el mar, la luz, el hombre, la mujer y todo. Tan solo en cuatro minutos. Estas dos piezas serían las que podría estar haciendo cada día.
P: Es evidente que tu fe cristiana ocupa un lugar en práctica artística. ¿Pero cuál ha sido?
R: En primer lugar, mi fe me ha permitido tratar los temas bíblicos con respeto. Es muy fácil reírse de la Biblia, o hacer una crítica barata, sin argumentos. Por eso ha sido importante para mí tratarla con respeto, aunque le doy mi toque artístico y mi nota de humor. Para algunos cristianos, el humor no cabe en la iglesia, pero para mí sí.
[destacate]“El humor es más serio de lo que parece y hay que tratarlo con mucha delicadeza para que no solo haga reír, sino también reflexionar y pensar.”[/destacate]Recuerdo que estuve actuando para un grupo de actores profesionales en el Teatro Nacional de Riga. Una actriz del grupo me dijo que tenían entendido que yo era capaz de representar a Dios como mimo. Le dije que sí y me pidió hacerlo. Así que les representé la pieza de La creación. Al terminarla, la actriz vino a mí acompañada de otros actores y me preguntaron que dónde podían encontrar ese Dios. No tenían esa idea de Dios tan cariñoso, tan bondadoso y sufriente al mismo tiempo. Yo les puse en contacto con una iglesia que conocía en Riga y ahora, en el Teatro nacional, hay 25 actores cristianos. El pastor de esa iglesia tiene un permiso especial para ir los jueves a orar con ellos. Y todo por haber representado a Dios con respeto. Eso es lo que mi fe me ha aportado a la hora de tratar temas bíblicos.
Pero también, cuando hago piezas sobre derechos humanos o sobre elementos naturales, plasmo ese respeto por la vida y el ser humano. El humor debe plantearse con respeto, porque es una navaja de doble filo. Hay que ir con mucho cuidado para evitar hacer daño. El humor es más serio de lo que parece y hay que tratarlo con mucha delicadeza para que no solo haga reír, sino también reflexionar y pensar. Eso es lo bueno del humor.
P: En la vida de iglesia, la voz es un elemento central para la alabanza, la predicación y demás. Pero tú ‘predicaste’ a 25 personas sin hablar. Quizá alguno se pregunte qué puede decir sobre Dios una persona que no utiliza palabras.
R: Hay momentos para el silencio. Yo nací en Asturias y provengo de un trasfondo católico. Muchos de mi familia todavía lo son. Y lo que a mí me gustaba de la Iglesia Católica era el silencio. Cuando pasé a formar parte de la iglesia evangélica, que es donde conocí el evangelio de una forma muy evidente y clara, eché a faltar aquel silencio. Ese momento de silencio no es malo, sino que puede aportar mucho.
En muchas iglesias, el problema con el silencio es que no le dejamos hablar. Parece que si hay silencio es porque algo no funciona. Sería como una radio que de repente deja de funcionar. Pero el silencio de un mimo dice algo, porque lo utiliza para contar una historia. Cuando no dejamos al silencio hablar, ya sea a través de una expresión gráfica, una pintura, por una noche estrellada o por un bebé durmiendo, ese silencio empieza a hablarnos de nuestro pasado. El silencio tiene la costumbre de recordarnos todo lo malo que hemos hecho. Por eso no queremos que entre en nuestra vida. Intentamos controlarlo para evitar que nos haga sentir culpables. Pero cuando el silencio nos habla y le dejamos hablar, puede ser un verdadero mensaje. Nunca diré que el silencio habla más que la palabra. Creo en el predicador y en todo lo que tenga que ver con la voz, pero no podemos dejar de lado el silencio.
Un músico muy querido me dijo que la música sin silencio no existe. Es decir, el silencio debe formar parte de nuestra comunicación. Si alguien quiere incluir un poco de silencio en la iglesia, ¿por qué no hacerlo a través del arte?
[destacate]“El silencio debe formar parte de nuestra comunicación.”[/destacate]De vez en cuando, alguna iglesia en Alemania me contrata para que yo represente una pieza de mimo antes de la predicación. Aquí, trabajaba con Ester Rodríguez en el ministerio de ‘Llamada’ y mi parte era a la inversa. Después de la predicación, hacía un resumen de todo lo que el predicador había dicho. A veces en mimo y otras veces hablado. Pero en Alemania, como la obra de mimo genera preguntas, lo prefieren antes de la predicación. Así, después, el predicador puede abordarlas en su mensaje. El mimo es como una de las parábolas de Jesús. Hay gente que se queda únicamente en el cuento, y hay otros que se quedan porque quieren saber más. Existen muchas formas de integrar el silencio en la iglesia. Si no, tampoco pasa nada. No hay problema en una iglesia que pueda vivir sin mimo, pero seguro que necesitan que alguien les mime un poco (ríe con su juego de palabras).
P: Hace poco hablaba con un pastor que me explicaba cómo intenta utilizar silencios para crear espacios en sus predicaciones.
R: En un campo de fútbol, la gente no aguanta un minuto de silencio. El pensamiento es muy fuerte, y si no se controla no deja al silencio hablar. Silencio, como tal, se ve muy poco. Requiere entrenamiento. Así que tampoco podemos pedir silencio a una iglesia que no ha tenido esa preparación para aprovechar el silencio.
En cambio, con una representación artística sencilla, sí se puede generar un silencio que hable. Cuando doy clases a los pastores siempre les digo que no le tengan miedo al tiempo que tardan en ir desde su asiento al púlpito. Hay algunos que van corriendo porque temen que sea un tiempo muerto, pero no lo es. La gente observa al pastor cómo se desplaza, y según como camina, la gente ya se prepara para escuchar de una forma o de otra. Todos los silencios del predicador, donde el público le ve pasar página de una hoja, son detalles que se pueden incorporar sin tener que hacer mimo. Forman parte de la comunicación no verbal, que es, a veces, tan importante como la verbal.
[photo_footer]Además de interpretar sus espectáculos, Martínez también realiza seminarios de comunicació no verbal. / Carlos Martínez.[/photo_footer]
P: Carlos, tu carrera se ha desarrollado sobre todo en Alemania y en Suiza, pero siempre has mantenido una cierta relación con la iglesia y el público en España. ¿Cómo ha sido todo ello?
R: Hay gente en Alemania que me ha visto trabajar muchas veces. Hace poco hice un ensayo con público en la iglesia a la que asisto aquí en España, e interpreté piezas que llevo haciendo cuarenta años. Pero para el público aquí eran nuevas. En parte, es el precio que he pagado por empezar a trabajar fuera, por querer vivir de esto y convertirlo en mi profesión.
En Alemania también cuajó porque los primeros años trabajé mucho en iglesias. Yo había empezado en España con Juventud Para Cristo. Trabajé con ellos y hacía mimo y daba cursos de mímica. Y Juventud Para Cristo en Alemania se fijó en mi trabajo y me invitó a ir para allá. Entonces, las iglesias de allí comenzaron a ver y a valorar ese tipo de arte. Eso me abrió muchas puertas. Como allí me contrataban y aquí no, poco a poco me fui desplazando hacia allí. Siempre digo que en España me tratan muy bien, pero no me contratan (ríe). Pero aquí también han habido iglesias que han apostado por mí, e incluso me han firmado un contrato. He estado actuando en Alicante, Bilbao o Madrid. Pero todo ello representa un 5% de mi trabajo general.
En Alemania, las iglesias están acostumbradas a contratar a un artista si lo quieren, y además pagan por adelantado. Llega un momento que te acostumbras a ese ritmo y cuando vienes a España se produce un choque cultural.
[destacate]“Me gustaría poder trabajar más en mi tierra para que vean mi obra. En España no he tenido tiempo para crear un formato de trabajo con el mimo.”[/destacate]He trabajado en iglesias, pero siempre tenía en mente trabajar en teatros. Hubo un momento que trabajaba más en teatros que en iglesias. Después decidimos equilibrarlo al 50%, porque muchas iglesias preguntaban por mí. Hemos intentado mantener los dos tipos de público. Lo bueno es que mi espectáculo tiene cabida tanto en una iglesia como en un teatro. No tengo que cambiar mi forma de pensar. Ni en el teatro tengo que hacer solo derechos humanos, ni en la iglesia puedo hacer únicamente Mi Biblia. Puedo intercambiarlo perfectamente.
Hace poco estuve en un teatro en Suecia en el que la gente podía escoger las piezas que interpreto. Incluso en teatros, mucha gente quiere ver La creación, porque esta hecha de una forma muy humana. No es proselitismo. De hecho, una psicóloga que lleva muchos años trabajando con meditación, vio la pieza y me dijo que en cuatro minutos había alcanzado lugares en su alma que solamente había podido conseguir a base de horas. ¿Qué tiene La creación? Es un trabajo de mimo en el que cada gesto está muy trabajado. Esto lo he visto reflejado fuera, en el extranjero, a nivel profesional. En España quizá no lo he visto porque no he tenido ocasión. Cuando he actuado en alguna iglesia o en algún teatro aquí, he visto la sensación de lo novedoso. Por un lado me sorprende, pero por el otro me entusiasma, porque es como empezar de cero.
A nivel de iglesia, en España tengo la ocasión de hablar. A veces me invitan para actuar y les parece caro. Entonces les digo que me inviten a predicar. Ahí no cobro. A veces predico. Pero solo acepto cuando puedo compartir mi visión de la Biblia desde una perspectiva teatral. Si me obligan a hacerlo desde una perspectiva teológica concreta, me cuesta más. Mi perspectiva es la de un actor que lee la Biblia. No hablo de cambiar la Biblia, sino la perspectiva. Esa es la labor del arte: hace que la gente vea la misma historia desde otra perspectiva y se plantee cosas nuevas. Eso me lo ha dado el mimo y es algo que hago incluso cuando doy seminarios a pastores, a pesar de ser personas que conocen la Biblia muy bien. Voy y les cuento el mismo relato bíblico desde la perspectiva de un actor, y automáticamente cambia todo. Jesús interpretó dos parábolas y a veces pienso que menos mal que no interpretó las otras, porque podemos jugar ahí. Pero respecto a las que interpretó, estamos obligados a ser fieles a la interpretación. Aún así, tenemos libertad para cambiar la forma de transmitir el mensaje.
Alguien me dijo una vez que mi talento es el mimo, pero que mi don es la comunicación. Puedo comunicar con el gesto y la palabra, lo que pasa es que es el gesto el que me da trabajo (ríe).
P: Qué lástima que en España no haya cultura de mimo.
R: Lo que me gustaría es poder trabajar más en mi tierra para que vean mi obra. En España no he tenido tiempo para crear un formato de trabajo con el mimo. Siempre se ve al mimo como el payaso que está en la rambla o el que cuenta algo que nadie va a entender. Como nunca me han visto, aquí no ha creado una tendencia. En cambio, en otros países sí. Pero en Alemania y en Suiza tampoco había tradición de mimo. Así que he tenido que ganarme el público. Creo que aquí hubiese pasado lo mismo, lo que pasa es que no he tenido opciones de trabajar.
Y esto no solamente con las iglesias. Aquí los teatros tampoco contratan a un mimo. He tenido experiencias preciosas actuando en España, pero cuando lo comparamos con el extranjero, sigue siendo una minoría.
[destacate]“La labor del artista es provocar preguntas, y cuando la gente ya tiene la pregunta, ahí es cuando nuestra fe puede dar respuesta”.[/destacate]P: ¿Cómo vives el típico dilema del artista cristiano?
R: Sobre todo en el ámbito secular, aunque no me gusta llamarlo así, la mayoría no sabe ni siquiera que soy cristiano. Eso es algo que ayuda a la hora de vender, pensando en el representante, porque la palabra ‘cristiano’, en según qué sectores artísticos, está mal vista. Por otro lado, cuando quieres trabajar en las iglesias y dices que eres cristiano, te ven muy bien. Pero cuando dices también que eres artista, ya no tanto. Así que, muchas veces, un artista que es cristiano se encuentra como en una especia de limbo. En cambio, decir que uno es artista y budista no genera los mismos problemas.
Por eso procuramos siempre ser muy cautos. No queremos hacer del cristianismo la bandera que usamos para vender. Hubo muchas iglesias en Alemania que me contrataban porque era cristiano. Hasta que me di cuenta y les pedí que me contratasen por mi arte. Eso sí, si alguien pregunta, se le responde.
He intentado que alguien que no sea cristiano vea mi espectáculo y se quede complacido. Igual que cuando yo leo de Saramago un retrato sobre Jesús herético y con el que no estoy de acuerdo, pero le respeto por lo bien que escribe. Quiero que me respeten profesionalmente por mi trabajo. Por eso me gusta que las iglesias me contraten como profesional. Para compartir mi testimonio no hace falta que me paguen. Mi temor siempre ha sido que me caricaturicen como el mimo protestante. Y no por vergüenza. Pero siempre he preferido esperar a que me pregunten para dar la respuesta.
Pienso en Larry Norman y aquello a lo que se refería al decir que cuando los cristianos dicen que Jesús es la respuesta, uno piensa en cuál es la pregunta. La labor del artista es provocar preguntas, y cuando la gente ya tiene la pregunta, ahí es cuando nuestra fe, nuestro conocimiento bíblico y nuestra experiencia como cristianos pueden dar respuesta. Pero primero hay que conseguir la pregunta con el arte.
Puede consultar más sobre la obra de Carlos Martínez en la actualidad a través de sus canales de YouTube, Instagram, Facebook o Twitter.
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