Algunos investigadores del ámbito pediátrico hablan de una estimación de 5 millones de menores que han perdido a un progenitor o cuidador a causa de la Covid-19.
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La pandemia de la Covid-19 ha provocado más de 5,8 millones de muertes en todo el mundo, según la plataforma digital de datos Our world in data. Pero a las defunciones les sigue un impacto individual a largo plazo y que también tiene un efecto en el conjunto de la sociedad: la orfandad.
Una investigación publicada en julio de 2021 por la revista médica The Lancet señalaba que, solo entre los meses de marzo de 2020 y abril de 2021, más de 1,5 millones de niños en todo el mundo habían perdido a uno de sus cuidadores principales (padres o abuelos) o secundarios a causa del coronavirus. “Desgraciadamente este es un hecho más invisibilizado del impacto que la Covid ha tenido, y sigue teniendo, sobre la infancia. No siempre es el padre o la madre quien cuida al niño, puede ser la abuela, el abuelo, una tía, u otro familiar cercano”, explica Francisca Capa, presidenta de Alianza Solidaria.
Susan Hillis, una de las investigadoras que ha trabajado en una publicación para Pediatrics que abarca un periodo de tiempo similar y que se concentra en Estados Unidos, donde se calcula que entre abril de 2020 y junio de 2021 140.000 menores han experimentado la pérdida de un pariente cuidador cercano, aseguraba recientemente a la revista Time que “hemos actualizado esos datos [los publicados por The Lancet] y la cifra ahora se estima en 5 millones [de niños que han sufrido la muerte de un progenitor o familiar próximo]”.
En las conclusiones de sus estudios, los investigadores alertan de que la pérdida repentina de un progenitor o un familiar cercano puede provocar desórdenes de la salud mental en los niños y adolescentes. “A nivel psicológico el impacto es muy fuerte. La pérdida de un progenitor, padre o madre, ya sea en la infancia o en la adolescencia, es uno de los acontecimientos que más estrés puede generar en un niño o un adolescente”, explica la psicóloga Silvia Villares. “Es fundamental comprender que nuestros padres tienen un papel fundamental en nuestro desarrollo, no solamente como generadores del vínculo y el afecto emocional que necesitamos todos los seres humanos, sino también como modelos de vida y transmisores de valores. Cuando esto se quiebra por una pérdida, se va a producir un impacto”, añade.
Villares apunta que “no existe un único modelo descriptivo de afectación para todos, porque hay muchos factores a tener en cuenta”, como si se trata del padre o de la madre, o también la edad del menor en el momento de la pérdida. “Existen investigaciones que dicen que el duelo y la recuperación de esa pérdida, y el posterior desarrollo de la personalidad y la psicología del menor, va a ser mucho más impactado si es en la infancia que en la adolescencia. Lo que ha generado efectos más adversos y más impacto en la psicología del menor ha sido la pérdida de la madre, sobre todo en edades a partir de los 10 años en adelante”, asegura.
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Además del duelo, también hay otros aspectos colaterales que forman parte del proceso con el que los niños viven la pérdida. “No solamente estamos hablando del duelo y de cómo se va a desarrollar, sino de todos los efectos colaterales que van a quedar alrededor de la vida de ese menor, suponiendo tantos cambios como, por ejemplo, el estado en que queda el progenitor que pierde a su cónyuge, si su situación socioeconómica va a quedar afectada, si va a ver cambios de lugar de residencia o de centro de estudios, etc.”, dice.
Desde Alianza Solidaria, que han enfocado parte de su trabajo en los últimos años para contrarrestar el efecto de la pandemia en la infancia en Latinoamérica, también observan el impacto de la orfandad a causa de la Covid-19 desde una afectación más amplia. “El impacto es tremendo a nivel psicológico, porque [los menores] pierden a la persona de referencia que les daba seguridad, con lo que aparecen la inseguridad, la incertidumbre, la angustia, la tristeza, la culpa, etc. Toda la cohorte de síntomas acompañantes del duelo suponen una pérdida de la capacidad de concentración y, por tanto, de rendimiento en los estudios, en los que continúan con ellos, porque muchos ya no lo hacen”, señala.
Dentro de lo particular de cada situación, para los menores es probable que el duelo tenga un impacto que afecte a diferentes áreas de sus vidas. “Entre las reacciones que pueden tener encontramos regresiones, fracaso escolar, problemas de retraimiento o aislamiento. Cuando son adolescentes, la forma en la que se expresa el duelo también es diferente a los adultos. Hay una serie de comportamientos que debemos entender que son muy diferentes”, advierte Villares.
Latinoamérica es la región que se ha visto más afectada por la orfandad como consecuencia de la Covid-19. Según The Lancet, Perú es el país con un mayor número de casos, con una media de 10,2 niños por cada millar. Aunque le sigue Sudáfrica (5,1/1000), también destacan las cifras de México (3,5/1000), Brasil (2,4/1000), Colombia (2,3/1000) y Argentina (1,1/1000).
Desde Alianza Solidaria han trabajado sobre el terreno identificando el impacto de la pandemia en la educación de los menores y el nivel adquisitivo de las familias. “La Covid en sí misma ha afectado enormemente a las familias, con pérdidas de empleo o precarización y descenso en la escala social. Mucha clase media ahora es pobre, y muchos pobres ahora están en pobreza extrema. Esto ya hizo que muchos niños dejaran la escuela para entrar en el mercado informal de trabajo. Si a esto le añadimos la pérdida de un adulto que sostenía o aportaba al sostenimiento de la familia, esta opción casi se hace obligatoria”, explica Capa.
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Además, dice la presidenta de la ONG, “la pérdida de personas, supone una reestructuración del núcleo familiar.” “La pérdida del padre obliga a la madre a hacerse cargo de la familia, buscar trabajo y, si no tiene recursos, tal vez enviar a alguno de los niños con otros familiares, para que los sostengan. Pero si es la madre la que muere, el padre tal vez continúe con su trabajo. Esto, a veces, aboca a precipitar matrimonios por conveniencia que, si bien resuelven lo práctico, suelen traer consigo mucha conflictividad y si no hay nadie que asuma las responsabilidades prácticas, los niños crecen es un estado caótico, y a veces, la Administración tiene que intervenir y acaban institucionalizados en algún centro”, añade Capa.
La sociedad pandémica es también la sociedad que debe afrontar los millones de orfandades en su desarrollo. Pero, ¿qué forma puede tener en un futuro cercano? “Será una sociedad con una pobreza cronificada. Hay que tener en cuenta que todos los logros de desarrollo y lucha contra la pobreza alcanzados durante los últimos 20 años se han perdido en un solo año de pandemia”, remarca Capa.
A nivel emocional, la psicóloga Silvia Villares recuerda que “hay investigaciones que afirman que adultos que han perdido a alguno de sus progenitores o a los dos durante su infancia van a tener mayor vulnerabilidad emocional, y en ocasiones hay cierta correlación con la depresión, el miedo, la ansiedad, la desconfianza y la sensación de inseguridad”. “Cada caso es diferente y no podemos generalizar, pero podríamos hablar de una población que en su edad adulta podría tener mayores niveles de vulnerabilidad psicológica”, añade.
Un escenario en el que la necesidad de unas relaciones familiares sanas vuelve a recuperar relevancia en el desarrollo de la sociedad. “Cuando la familia es funcional, ejerce el rol de un escudo protector en la vida de las personas. Además, supone un espacio para el desarrollo en el que la persona puede adquirir sentimientos de seguridad y de amor. Esto es fundamental para el desarrollo de nuestra personalidad cuando somos adultos y para tener unas emociones mucho más saludables”, enfatiza Villares. “La familia es un elemento de mucho valor en el que los seres humanos crecemos y lo necesitamos para nuestra futura salud mental”, añade.
Las iglesias también han sufrido el efecto de la pandemia en diversos aspectos, desde su mortandad hasta cuestiones de organización de su actividad. El de la orfandad se plantea como otro elemento necesitado de una pastoral específica. “Debemos ser conscientes de esas necesidades”, subraya Villares. “Las iglesias pueden funcionar como un paraguas en el que ofrecer valores y generar vínculos, porque las personas necesitamos sentirnos conectadas y vinculadas. Con un menor que esté teniendo un vacío y un déficit a nivel de sentirse querido por muchas circunstancias, como la pérdida de un progenitor y su impacto, es fundamental poder generar esas experiencias y relaciones en las que se sienta amado y protegido”, reitera.
“También es verdad que es necesario el hecho de poder ir más allá, entendiendo que la naturaleza de nuestras necesidades no solamente es espiritual sino también emocional”, puntualiza, en referencia a la cantidad de profesionales de la psiquiatría y la psicología en el ámbito de la iglesia que pueden ejercer su oficio al servicio de esta. “Cuando hay casos de personas con un alto nivel de sufrimiento debemos esforzarnos por poner a su disposición esos recursos profesionales”, dice.
Desde Alianza Solidaria lo plantean como una contraparte a la actitud de la Administración. “Los estado responden creando instituciones que recojan a estos niños. Pero un niño necesita algo más que techo y comida”, considera Capa. “La familia es la institución que Dios creó para el desarrollo integral del ser humano, y es en el seno de una familia donde debieran estar estos niños. Así que creo que es misión de la iglesia facilitar y animar a familias cristianas a ser familias de acogida, donde niños que han quedado en desamparo puedan crecer. El número de niños en desamparo se ha incrementado de forma exponencial en un corto espacio de tiempo. Tomemos nota, como iglesia, de esta necesidad y veámosla como un ministerio importante”, añade.
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