La búsqueda de una vacuna contra la Covid-19 conlleva debates morales históricos. ¿Qué dicen científicos cristianos sobre ello?
A principios de junio, el gigante farmacéutico estadounidense Johnson & Johnson anunciaba que iba a avanzar el plazo para probar en humanos su proyecto de vacuna contra la Covid-19, de septiembre a la segunda quincena de julio. China va a comenzar a probar en militares un prototipo desarrollado por el Instituto Científico Militar y por la biofarmacéutica CanSino Biologics. El primer ministro indio, Narendra Modi, ha asegurado este martes que esperan poder comenzar a probar un ensayo de vacuna “asequible y universal” en humanos este julio, y la Universidad de Oxford y el grupo británico AstraZeneca poseen la prueba más avanzada según la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya en fase 3, la última.
“Cuando se descubra será la primera vacuna, será difícil, porque los primeros pasos en algo así son difíciles, pero tenemos ya cien candidaturas y alguna ya está en estado avanzado”, explicaba hace unos días el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, que ha señalado que podría haber un producto definitivo en el plazo de un año.
Pero el proceso para desarrollar una vacuna siempre conlleva una serie de dilemas morales y éticos. Siempre están presentes los casos, como el de las malformaciones a causa de la talidomida en la década de 1960, que llevan a replantearse las pruebas en humanos y animales. Tampoco son ajenos los intereses políticos y económicos en el transcurso de los acontecimientos previos a la mercantilización de un nuevo producto farmacéutico. “Ahora hay más de una decena de candidatos a vacuna que han entrado, o lo van a hacer en breve, en ensayos clínicos”, señala el investigador del Centro Nacional de Biotecnología, Daniel Fernández. “Los primeros resultados pueden llegar antes de que acabe el año y si funciona, quizá podríamos tener una vacuna para mediados de 2021. Aunque una producción masiva para abastecer toda la demanda internacional puede tardar bastante. Ahí vendrá el dilema importante: cómo realizar la distribución a nivel internacional, a escala nacional, quién debe ser vacunado en un contexto de escasez para conseguir una protección lo más global posible”, añade.
Hasta ahora, el proceso de desarrollo de la vacuna contra el coronavirus ha dejado auténticos órdagos, como el del jefe de los servicios de medicina intensiva y rehabilitación del Hospital Cochin de París, Jean-Paul Mira, que afirmó si “acaso no deberíamos realizar este estudio (el de desarrollo de una vacuna) en África, donde no hay mascarillas, ni tratamiento ni reanimación”. “Hay compañías que prefieren realizar estos experimentos en países donde hay menos restricciones legales y un alto número de casos susceptibles de estudio”, dice el doctor en biología molecular y miembro de la junta de la Alianza Evangélica Española, Emilio Carmona. “Es un debate candente hace tiempo que rebrota ahora. A esto se añade que algunos han optado por experimentaciones de alto riesgo acortando o solapando las fases para acortar los plazos en dar con una vacuna”, añade.
En España, el ministro de Ciencia e Innovación, Pedro Duque, ha señalado que ya hay cinco “candidatos” para convertirse en una vacuna eficaz contra la Covid-19. “Creemos que a principios del año que viene tendremos con garantía todas las dosis”, ha reiterado.
Para Bárbara Alonso, bióloga, “los científicos son conscientes de que ahora mismo la gente necesita esperanza y entienden este tipo de afirmaciones”. “El problema es que crea unas expectativas que no sabemos si se podrán cumplir, ya que se está intentando encontrar una vacuna eficaz y segura en tiempo récord”, remarca.
“Decir ahora mismo que la vacuna va a estar en unos meses son básicamente buenos deseos, todos lo queremos. Pero no está en la mano de los políticos conseguirlo. Pueden ayudar aumentando la inversión económica o facilitando la burocracia. Pero al final la ciencia tiene sus tiempos, y si queremos que los resultados sean fiables hay que respetar su metodología”, subraya Fernández.
Según Carmona, “lo que ocurre es que aquí no mueren muchas personas en un solo día, ni la solución llega en un plazo breve, sino que todo se dilata a lo largo de meses y aun años”. “Antes de la pandemia se conocía de su posibilidad, y hay organismos trabajando hace tiempo para responder en casos así, pero ha quedado evidencia de que se necesita una mayor preparación para poder actuar con más rapidez”, apunta.
[photo_footer]Estados Unidos y China han trasladado al campo de la investigación farmacéutica su particular confrontación por ser la primera potencia económica del mundo./Morning Brew, Unsplash CC [/photo_footer]
“No creo que esto perjudique a la comunidad científica, sino todo lo contrario”, manifiesta Carmona en relación a la urgencia impuesta para dar con la primera vacuna. También Fernández coincide en que todo el proceso “está teniendo un efecto positivo para la investigación”. “Los coronavirus se conocen desde hace décadas, y hay grupos españoles investigando en ellos desde hace unos 30 años. Pero antes no tenían interés político ni económico. Si lo hubiesen tenido, la pandemia actual nos podría haber pillado con algún medicamento o vacuna desarrollados para un coronavirus similar. Pero ahora, precisamente porque hay un interés político de volver cuanto antes a la normalidad y el interés económico de un mercado prácticamente mundial, se está avanzando como no podíamos haber imaginado. Es impresionante todo lo que se sabe hoy de un virus que se identificó hace medio año”, explica.
En un sentido opuesto, Alonso sí que relaciona estos esfuerzos con “propaganda y dinero para el país que saque la vacuna” y considera que “sí que influyen estos intereses”. “Esto penaliza a la investigación en aquellos países en los que esta ha sido desatendida. Por mucho dinero que se invierta ahora, no se podrá estar a la altura de los países que hayan invertido durante años para crear una infraestructura potente que pueda hacer frente a una investigación de esta envergadura”, dice la bióloga.
A mediados de junio la OMS anunciaba que había más de 130 proyectos en fase preclínica, es decir, la fase 0, correspondiente al cribado de moléculas para obtener una candidata que pueda probarse en cultivos celulares que emulen, en cierta forma, las condiciones de las células humanas. Esta ‘carrera’ internacional ha enfocado la atención en la relación entre los Estados y sus principales corporaciones farmacéuticas. “No se produce meramente competencia, ni meramente colaboración, sino una mezcla de ambas. La necesidad de encontrar una solución impele a grandes gobiernos y organizaciones a colaborar entre sí, y al mismo tiempo, existe una competencia entre China y EEUU por demostrar su hegemonía”, dice Carmona. “La combinación de cooperación y competitividad suele resultar en un mayor avance científico, pero puede crear problemas si se traspasan límites éticos, como la falsificación u ocultación de resultados, o saltarse controles en las pruebas”, señala.
Para Carmona “las pruebas más seguras (de una vacuna) tardarán uno o dos años más”. “Aquí habrá que sopesar el riesgo y el beneficio. Algunos países quieren comprar ya derechos antes de saber si una línea concreta de investigación dará resultado para poder tener reservas nacionales, lo cual crea otro debate” indica.
El problema es que el proceso de investigación tampoco va acompañado de una garantía de un acceso generalizado de la población a la vacuna, es decir, de que cualquier persona pueda pagar o recibir ese tratamiento. Por eso, Alonso recuerda que “el objetivo es hacerla todo lo accesible que se pueda, ya que es conveniente inmunizar a toda la población que sea posible”.
“Cuando llegue, no debemos pensar en la vacuna como una forma de protección individual, sino como una forma de protegernos a todos, y diseñar cómo llevar esto a cabo será un reto”, señala Fernández.
[photo_footer]Además de la vacuna, hay otras investigaciones en marcha para mejorar la respuesta de los organismos humanos ante el coronavirus./@marjanblan, Unsplash CC[/photo_footer]
La de la vacuna, parece “nuestra mejor carta”, como señala Alonso. “El problema”, apunta la investigadora, “es que esto cambia por días”. “Cada día conocemos más este virus, esta enfermedad y eso ayuda a apuntar hacia una mejor terapia. Por ejemplo, hace poco se dudaba si la Covid-19 producía inmunidad, lo que hacía que la vacuna fuese un tratamiento inservible, pero a día de hoy parece ser que sí, por lo que la vacuna parece una buena opción”, señala.
Esta bióloga recuerda que “también se estudian otros tratamientos para mejorar la supervivencia de los enfermos por Covid-19 y que existe la posibilidad, como ha pasado con otros virus, de que mute y se vuelva menos letal”.
En el Centro Nacional de Biotecnología no han dejado de trabajar en la investigación del virus. Según Fernández, “ahora se están explorando dos alternativas para la vacuna. Una es usar una versión ‘defectuosa’ del coronavirus que pueda infectar nuestras células pero sin producir ningún daño; la otra consiste en utilizar otro tipo de virus que conocemos mejor, y que es inofensivo, para introducirle las proteínas del coronavirus y así ‘enseñárselas’ a nuestro sistema inmunitario”, dice el investigador. “Ambas investigaciones están en fase preclínica, probando si son eficaces en animales de laboratorio”, añade, al mismo tiempo que considera que pasarán “meses, si todo va bien”, para comenzar a probar una vacuna elaborada en España con personas.
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