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Mª Jesús Núñez
 

Estrés post-vacacional: una visión diferente

A pesar de haberle puesto nombre, no se trata de una patología, sino de un proceso que lo pasan muchas personas de modo similar, y que siguiendo unas pautas sencillas podemos pasarlo más rápido y mejor.

AUTOR Mª Jesús Núñez Dios 30 DE SEPTIEMBRE DE 2016 10:30 h
estres trabajo El regreso a la rutina puede provocar el denominado 'síndrome de estrés postvacacional'.

Se acabó el verano. Y los periódicos, la televisión, los medios en general se vuelven locos con el tema de moda en estas fechas: el llamado Síndrome de Estrés Post Vacacional. Pero, ¿a qué se están refiriendo realmente?



Cuando se habla de síndrome post vacacional, o depresión post vacacional, normalmente se hace referencia al proceso que “supuestamente” sufrimos cuando nos reincorporarnos a nuestra vida cotidiana. Es decir, pasar de estar todo el día al aire libre y al sol, en la playa o en el campo, para tener que volver a acudir a la oficina a diario, puede tener unos efectos “negativos” en nuestro estado de ánimo... (esto, hasta cierto punto, es algo lógico, ¿verdad?) Pero es que muchas veces estos efectos negativos se exacerban y se traducen en síntomas a nivel físico (como fatiga, problemas de sueño, falta de apetito o de concentración) y a nivel psíquico (como irritabilidad, nerviosismo, apatía, falta de interés, o sensación de malestar general), síntomas todos que pueden llegar a confundirse con un cuadro depresivo. 



Muchas veces nos preguntamos cómo es posible que después de haber pasado el periodo más relajante, divertido y refrescante del año nos sintamos decaídos, sin ganas o desmotivados para iniciar una nueva temporada. Puede parecer contradictorio que vengamos de pasar los días más relajados del año, que nos han valido para “recargar las pilas” (en teoría), porque desconectamos de las preocupaciones del día a día, dejamos a un lado el estrés, las obligaciones, y nos dedicamos a mimarnos y recuperar fuerzas… ¿Cómo es posible, entonces, que al día siguiente de vivir esta maravillosa experiencia empecemos a sentirnos tan mal? 



Lo cierto es que, en mayor o menor medida, a mucha gente le pasa esto cuando se reincorpora a sus rutinas. Y como es un fenómeno que se repite cada año, los profesionales de la salud han decidido “catalogarlo” y ponerle un nombre: el síndrome de estrés post vacacional.



Recapitulemos: hemos visto que esto tiene una causa, tiene unos síntomas, le han puesto nombre…, a veces incluso tiene un tratamiento, ¿podemos decir que se trata de una enfermedad?



¡Buena pregunta! Porque realmente no está tan claro como nos lo pintan. Desde luego que esto no es una patología, no es una enfermedad, sino más bien es algo frecuente que nos pasa cuando nos vemos obligados a poner fin a una rutina maravillosa, con un montón de distractores, con amigos, con planes estupendos, sin madrugar, descansando lo que queramos… y de repente nos encontramos con todo lo contrario: rutina, trabajo, frustración, tener que madrugar, sensaciones negativas…, el cuerpo necesita adaptarse a todo eso y aparecen esos síntomas desagradables que mencionábamos. Pero no, a pesar de haberle puesto nombre no se trata de una patología, sino de un proceso que lo pasan muchas personas, que lo pasan de modo similar, y que siguiendo unas pautas sencillas (de las que hablaremos enseguida) nos puede ayudar a pasarlo más rápido y mejor.



 



No podemos pretender tener vidas felices las 24 horas, los 365 días del año.



Entonces, para aclarar bien este punto, podemos decir que este proceso, que todos podemos llegar a sufrir en algún momento, al no ser una enfermedad, no es solucionable yendo al médico, ni mucho menos tomando pastillas, sino que lo que necesita es adaptación.



Nos encanta poner categorías, y ponerle etiquetas a todo, parece que esto nos ayuda a simplificar y a entender mejor nuestro entorno. Si además buscamos un nombre de lo más rimbombante (como es este caso), pues a buen seguro ya habremos creado una enfermedad. Pero lo cierto es que este síndrome no existía hasta hace bien poco; pero con este modelo de vida “moderno” que tenemos, lo que nos encontramos es que necesitamos un tiempo razonable de adaptación, nada más que eso. Pero siempre aparece alguien que toma un síntoma de aquí, toma otro síntoma de allá, los junta… y aparece el síndrome. Siendo así, podemos crear todos los síndromes que queramos. El otro día escuchaba hablar del síndrome post esfuerzo físico (o sea, las agujetas de toda la vida)… Claro, con este sistema podemos crear todos los síndromes que queramos, y hay que tener mucho cuidado con esto, porque la gente cuando escucha “síndrome” lo asocia con enfermedad, cuando escucha enfermedad lo asocia a médico, y cuando escucha médico lo asocia a medicamento. Y esto nos lleva a patologizarlo casi todo, y hay que tener mucho cuidado con esto. Si realmente hay una enfermedad detrás, seguramente no tenga que ver con un proceso de adaptación, sino con otras cosas mucho más complejas.



Otra cuestión importante es cuánto tiempo se estima necesario para que se complete este período de adaptación. Los profesionales de la salud han intentado perfilar todo lo referente a este síndrome. Cuando se esté dando este proceso de forma seria, con muchos de los síntomas manifestándose, más allá del típico malestar “normal” que nos puede acarrear tener que abandonar las actividades de verano que tanto nos gustaba hacer, se ha estimado que 2 semanas es un tiempo que marcaría la diferencia. A partir de las 2 semanas, si no te has adaptado aún, a lo mejor hay que plantearse consultarlo de forma profesional (al psicólogo o al médico), porque puede ser entonces que haya de fondo un trastorno de ansiedad o una depresión, que no ha hecho más que manifestarse coincidiendo en el tiempo en el que volvemos de las vacaciones; por lo que lo hemos confundido con el síndrome post vacacional, pero en realidad puede haber algo más serio en el fondo. En este caso, si ya han pasado esas 2, 3 semanas, y los síntomas no remiten sino que empeoran, pues será bueno que lo consultemos, para descartar un trastorno más serio.



Consejos para que esta adaptación se resuelva lo mejor posible: lo ideal sería que, en la medida de lo posible, no dejásemos de hacer las cosas que nos gusta hacer, sólo porque ya no estamos de vacaciones. Si me gusta quedar con amigos, pues es saludable buscar un tiempo para poder quedar con ellos siempre que pueda. Si me encanta hacer surf en la playa, pues es bueno que aproveche algún rato en mis días libres para acudir a hacer surf… La clave está en no dejar de hacer las cosas que nos gusta hacer, porque claro, esto no va a ayudar a que nos sintamos bien, sino que aumentará nuestro malestar.



Y otra cosa importante es hablar sobre esto, normalizarlo. Porque con esta tendencia a “patologizar de las dificultades de la vida”, pues parece que no pudiésemos tener una semana de bajón, y hasta estar un poco “decaídos”… La vida es así, con sus altos y bajos; no podemos pretender tener vidas felices las 24 horas, los 365 días del año, porque eso es una utopía.



Entonces, lo primero es entender lo que nos está pasando; después no abandonar los pequeños momentos felices que teníamos en verano, como quedar con amigos, ir a la pasear a la playa, practicar nuestro deporte favorito…, todas esas actividades no debemos olvidarnos de ellas, al contrario, ahora es cuando más las necesitamos.



Además de esto, aplicando el sentido común, el descanso, la actividad física y la alimentación, son fundamentales para tener una vida sana, con un cuerpo sano y una mente sana. Como no cuidemos estos tres puntos, por muchos medicamentos que tomemos no vamos a sentirnos mejor; los hábitos son fundamentales. Pero falta un elemento en la tríada: cuerpo-mente-espíritu. Muchas veces lo que nos falla son los cuidados del espíritu. Por eso quisiera ahora reflexionar sobre qué dice la Biblia sobre esta cuestión. Como cristianos, sabemos que en La Palabra de Dios están todas las respuestas para la vida. ¿Qué consejos nos da Nuestro Creador para batallar con circunstancias como esta?



 



Seamos, pues, agradecidos: la actitud es de vital importancia.



Yo suelo decir (cariñosamente) que la Biblia es nuestro “manual de instrucciones”. En él encontramos todas las respuestas para cuestiones de nuestra vida, porque una de sus dimensiones es que es un libro eminentemente práctico. Hay muchos textos donde los autores, inspirados por Dios, nos recomiendan estar siempre gozosos, y esto no significa estar siempre riéndose por todo, y siempre alegres (ya que la alegría es una emoción como la tristeza, o el miedo, y todas ellas son útiles, son pasajeras, vienen y se van una vez han ejercido su función). El gozo del que se nos habla aquí, yo creo que tiene que ver más con una actitud interior, de aceptación, de confianza, de gratitud… 



Y esto de la gratitud no es baladí, ya que hay estudios recientes que hablan de que las personas agradecidas son más felices. Los psicólogos Emmons y McCollough (2002) estudiaron las consecuencias de la gratitud y acabaron concluyendo que tiene profundos efectos en el bienestar físico y también emocional de las personas; interesantísimo estudio que ha encontrado resultados sorprendentes. 



Dice en la carta a los Tesalonicenses “Dad gracias en todo –sed agradecidos- porque esta es la voluntad de Dios para vosotros”. ¿Acaso no sabrá nuestro Creador lo que nos conviene para ser felices?



Vivimos, muchas veces instalados en la queja. Las cosas están mal, o no están como nosotros quisiéramos, y no hacemos más que quejarnos, aún sabiendo que esto, por sí sólo no soluciona nada, sino que nos amarga todavía más; digamos que “retroalimenta” nuestro estado negativo. Y digo esto porque, a día de hoy, tener un trabajo al que reincorporarse tiene que ser una alegría, algo que te de un empujón, porque ya quisieran muchos poder decir que tienen Síndrome Post Vacacional, porque eso significaría que tienen trabajo… Seamos, pues, agradecidos: la actitud es de vital importancia. Porque puede ser que no te guste tu trabajo, o que quieras en algún momento cambiar de actividad, pero de momento, si has decidido quedarte, te va a ayudar ver el lado positivo y ser agradecido por el trabajo y el sueldo que te ayudan a vivir.



De la actitud de aceptación nos habla también en la carta a los Filipenses, que dice: “He aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación; sé vivir humildemente y sé tener abundancia…” Tremendas enseñanzas las que se nos ofrecen en todo el capítulo 4 de la carta a los Filipenses; yo animo a nuestros lectores a que lo lean con calma y reflexionen sobre él, porque es un auténtico tratado psicológico para combatir la ansiedad. Es tremendamente importante tener esta actitud de aceptación (que no es resignación; si puedo hacer algo por mejorar mi situación, debo hacerlo). La aceptación es distinta, es interiorizar aquello que no puedo cambiar y que tengo que aprender a convivir con ello. Y es importante hacerlo para eliminar la ansiedad de nuestra vida y para vivir en paz. Si no estoy a gusto con la vuelta al trabajo, porque no me gusta mi trabajo, pensaré sobre la conveniencia de buscar otra cosa, pero mientras tanto, agradezco por mi puesto de trabajo, que me trae mi sustento, lo acepto y vivo tranquilo, porque esto va a ser lo mejor para mi salud mental y física. 



Podría seguir escribiendo folios y folios…, pero creo que lo fundamental ha quedado dicho: Una buena disposición interior (buena actitud); vivir el presente con gratitud (sea que estoy de vacaciones, agradeciendo por ellas; y sea que estoy de vuelta al trabajo, agradeciendo por él también); y sin descuidar esas pequeñas cosas que nos hacen felices, tanto en verano como en cualquier otra estación. Esos “caramelos” que nos ofrece la vida, intentemos saborearlos, siempre que podamos.



 



Mª Jesús Núñez Dios es psicóloga.


 

 


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