Hay veces en las que alguien me propone hacer algo y le digo “No. No puedo… No tengo tiempo”. ¿Qué quiero decir, en realidad?
-¿Qué le sirvo, caballero?
-Café con leche en taza mediana, por favor.
Son las 8:00h. Han pasado 3 horas desde que desperté. El primer café de la mañana es casero y sabe a poco. Sirve para arrancar, vestirme y salir por la puerta, maletín en mano, a la caza del día.
Cerca del trabajo, hay una cafetería que suma 10 para los devoradores de letras. Su combinación café más libros se hace irresistible. Necesito estos momentos. No es algo que pueda hacer todos los días pero, cuando tengo la oportunidad, la aprovecho: leo, pienso y escribo para asentar las ideas entre sorbo y sorbo de café. La atención del lugar es exquisita.
-¿Qué le debo?
-1,60 €, señor.
Echo mano del monedero. Su fondo está limpio, vacío, sin un triste céntimo de euro. El silencio toma la palabra durante segundos mientras gesticulo con la mirada expresiones de sorpresa y rebusco con la derecha algún tesoro perdido en el bolsillo delantero del pantalón vaquero. Nada. También limpio.
-Lo siento. No tengo dinero.
Esta vez, gesticula él, pero no le dejo hablar: -Si me lo permite, me acerco al cajero, saco dinero y le pago.
-No hay problema, señor.
Dicho y hecho. Vuelo con el dinero en mano y aterrizo sobre el mostrador con un billete de 20 euros.
Hay veces en las que alguien me propone hacer algo y le digo “No. No puedo… No tengo tiempo”. ¿Qué quiero decir, en realidad? Creo que lo que esta expresión significa es:
“No estoy diespuesto a salir corriendo, ir al cajero del banco y sacar tiempo en efectivo para pagar lo que me propone. No quiero pagar esa cuenta".
La vida es tiempo. Por eso no queremos perderlo en lo que no nos gusta o no nos llama la atención. Cada vez que tratamos con alguien deberíamos plantearnos cuánto vale nuestro tiempo y el suyo. Deberíamos pensar si realmente lo que le propongo traerá como resultado un “NO” por respuesta. ¿Necesitamos incentivos para reaccionar y movernos?
El estrés que produce la saturación me impide decidir con claridad. Normalmente, respondo “SÍ” a las personas que suplen mi escasez. El éxito no está en ofrecer lo que la otra persona tiene sino en regalarle lo que aún no tiene. Debemos olfatear como sabuesos de qué carece cada persona con la que nos relacionamos y, entonces, sólo entonces, suplir parte de esa necesidad para ser relevantes en su vida.
En realidad, ¿estamos apuntando hacia el objetivo de “dar”? ¿Cuántas de las exigencias que hago tienen que ver con los intereses de la persona a la que pido, y no con los míos propios?
El único interés personal y egoísta que yo debiera tener es el de crecer gracias al esfuerzo de darme a los demás. Pero la ley de la recompensa pesa sobre nosotros. La recompensa instantánea, la efímera recompensa.
Ésta es una opción. Movernos en el mundo superficial de las recompensas voluminosas, sonoras y de muchos colores que, según explotan, se disipan como fuegos artificiales. O, por el contrario, darnos a los demás, sin esperar ningún interés personal a cambio. ¿Tienes tiempo para esto? Te espera una recompensa mayor.
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