¿Qué vale más: tu tiempo o tu dinero? La confianza no se gana con euros sino con horas.
Mi hijo y yo tenemos la costumbre de salir a pasear por la tarde. La distancia desde casa al ayuntamiento da para charlar juntos de los temas que nos interesan a cada uno. Casi siempre empiezo yo; y lo hago por los que más me cuestan: la saga Star Wars, el FIFA 2015 o alguna otra pregunta como “¿cuántos goles has marcado hoy en el cole?”.
A medida que avanza la conversación, siento que he pagado el peaje y, con este, la oportunidad de hablar con la quinta puesta y sin tráfico denso.
La atención y el tiempo se pagan caros. ¿A quién le sobra tiempo? ¿Quién no desea que le presten atención cuando habla? Ya he comprobado que puedo obligar a alguien a que me escuche. El resultado siempre es el mismo: pierdo su atención.
Hoy se habla demasiado sobre la falta de atención. Parece una epidemia, un virus escolar que se propaga de centro en centro educativo pero que se incuba en casa, en la cuna de la soledad.
La plaza está adornada con tulipanes de colores. Los árboles se enraman entre sí y preparan un pasillo de sombra que nos protege del sol. Llega la hora de la merienda. La pastelería de la esquina de la calle Mayor sirve, por 1´50, unas palmeras con chocolate negro y espeso que cubre como una armadura esos tiernos corazones de hojaldre. Compramos una y la compartimos, después hay que cenar. La vuelta a casa suele ser más tranquila, menos dicharachera. En el silencio, a cada paso, resuenan las conversaciones de la ida mientras masticamos cada uno nuestro cacho de palmera.
¿Cuánto cuesta hablar con un chaval de 16? ¿Cuánto cuesta su atención? Seguramente sea más cara que la de uno de 13, como la de mi hijo. Con el paso de los años, este peaje se encarece. Conozco a jóvenes cuya atención fue embargada por el banco del resentimiento. Hubo cuotas mensuales que quedaron sin pagar: cuotas de amor, comprensión, juego… pero sobre todo de atención y tiempo. La vida no perdona y ejecuta. Recogemos lo que sembramos. No todo se puede comprar y pagar con dinero.
¿Qué vale más: tu tiempo o tu dinero? La confianza no se gana con euros sino con horas. ¿No es paradójico? Debemos gastar de nuestro tiempo para ganar el de los demás. Debemos renunciar a lo que nos llama la atención para obtener la atención de los demás.
Piensa en la última persona con la que hablaste y te impresionó. Quizá la recuerdas porque ganó tu atención y tu tiempo, no tanto por lo que dijo sino por lo que no te dijo.
Me cuesta más escuchar que hablar. Puedo hablar durante horas sin cansarme. Pero no puedo escuchar durante horas sin sentirme agotado. Necesito interactuar, intercambiar impresiones.
A todos nos gusta sentir que llevamos el control del volante. El problema es que, en realidad, no podemos controlarlo todo. Lo que sí podemos es evitar invertir en aquellas personas, situaciones o cosas que nos roban el tiempo como si este no tuviera ningún valor para nosotros.
Por fin llegamos a casa. Nos descalzamos en la entrada y dejamos los zapatos a un lado tras la puerta. No tengo la sensación de haber perdido el tiempo. Al contrario, me siento mejor. El leve dolor de las rodillas nos indica que ambos hemos hecho un esfuerzo placentero.
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