Una pena compartida es media pena (proverbio sueco)
EL SUFRIMIENTO ES UNIVERSAL
Todos tenemos las mismas necesidades cuando sufrimos, seamos o no creyentes, sea cual sea nuestro status social, nacionalidad, raza o sexo.
Y sea cual sea nuestra responsabilidad dentro de la Iglesia o fuera de ella; seamos pastores o diáconos, líderes de grupos de jóvenes o celadores; maestros de Escuela Dominical o cantantes del grupo de alabanza; responsables de la librería o miembros del grupo de oración; seamos niños, jóvenes, adultos o ancianos.
En cualquier caso, todos los seres humanos necesitamos que se reconozca nuestro sufrimiento emocional, psicológico y espiritual; necesitamos sentirnos seguros, respetados y aceptados incondicionalmente, para poder compartir y expresar nuestro dolor en libertad con la confianza de que seremos comprendidos.
EL PROCESO DEL DUELO
El duelo es la reacción emocional, física y espiritual en respuesta a la muerte de un ser querido. Es un acontecimiento vital estresante de primer orden, considerándose que la muerte de un hijo o del cónyuge es la situación más angustiosa a la que el ser humano puede estar sometido. Con frecuencia la persona se siente muy cansada, física y psíquicamente.
Para el doliente llegar a aceptar la realidad de la pérdida lleva mucho más tiempo del que se supone, porque implica no sólo una aceptación intelectual, sino también emocional.
La persona en duelo puede ser intelectualmente consciente de la realidad de la pérdida mucho antes de que
las emociones le permitan aceptar plenamente la información como verdadera.
A muchos padres les costará meses pronunciar las palabras: “mi hijo está muerto”, y lo cierto es que la fe en Dios no remedia ni el desgarro, ni la soledad, ni la tristeza que nos invade cuando se nos muere un ser querido.
Para muchos, el verdadero duelo no se inicia hasta pasados unos meses después de sufrir la pérdida ya que hasta este momento han vivido medio aturdidos, arropados por familiares, amigos y hermanos.
Pero el proceso apenas ha dado comienzo, ya que durante este período, la persona debe liberarse de los lazos con la persona fallecida, readaptarse a la vida cotidiana sin esa persona y establecer nuevas relaciones; modificar sus roles e identidad, y redirigir sus necesidades afectivas. Y, sin embargo, es entonces cuando más necesita el soporte emocional, cuando más necesita recibir una visita o un abrazo y una palabra de aliento (que no un sermón), cuando los demás se van retirando creyendo que la persona ya se ha recuperado.
LA NECESIDAD DE CONFIAR EN ALGUIEN
Es cierto que no todas las personas viven el proceso de duelo de la misma manera, ni tienen los mismos recursos personales para abordarlo, pero el hecho de poner palabras al dolor ayuda mucho a empezar a curarlo. Sabemos que la única manera de sanar el duelo es atravesándolo, y la mejor forma de hacerlo es experimentando y expresando los sentimientos que van surgiendo durante el proceso, el dolor, la tristeza, la rabia, la ira, la culpa, la vergüenza, la añoranza, la incredulidad…
Las cargas compartidas son menos pesadas, menos dolorosas. Debemos encontrar personas, que pueden ser familiares, amigos, hermanos, pastores, terapeutas o grupos de apoyo, a las que podamos explicarles lo que estamos pasando sin que nos interrumpan con su propio “orden del día”.
VALOR DEL GRUPO DE APOYO EN EL PROCESO DEL DUELO
En general las personas que mejor nos pueden comprender son aquellas que han pasado por la misma experiencia y que no nos juzgan cuando pasado un tiempo seguimos estando tristes, confundidos o enfadados
Un grupo de encuentro, apoyo o ayuda al duelo, no es un grupo de autoayuda ni es un grupo de terapia. Un grupo de encuentro es un grupo de personas que comparten sus experiencias, donde la experiencia no se considera terapia sino “desarrollo”. Estos grupos suelen tener un tamaño lo suficientemente grande para alentar la interacción de persona a persona y lo bastante pequeño para permitir interactuar a todos los miembros; es un grupo en el que los miembros se mueven desde la sinceridad personal, la expresión emocional, y la toma de contacto y expresión de uno mismo. En estos grupos hay facilitadores, monitores, directores..., denominados de diferentes maneras según el grupo.
Uno de los objetivos que persiguen los Grupos de Ayuda y Acompañamiento en el Duelo es conseguir que, en un ambiente de seguridad y confianza, se favorezca la realización de las tareas de duelo, es decir, asumir la realidad de la pérdida, dar expresión a las emociones y al dolor, adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente, invertir la energía en nuevas metas y relaciones y recuperar la ilusión por la vida de manera que la persona pueda aprender a hacer uso de estrategias de afrontamiento durante el transcurso del duelo. Lo que se pretende en los Grupos es ayudar al doliente a
normalizar sus emociones, a identificarlas y expresarlas en el contexto del proceso que está viviendo.
Estos grupos generan un sentimiento de pertenencia, un sentimiento compartido de sentir que sufren por lo mismo y este sentimiento crea un alto nivel de cohesión. Proporcionan la motivación para permanecer en el grupo y trabajar con los otros miembros, y proporcionan una atmósfera de apoyo para afrontar riesgos, para compartir material personal y expresar emociones, que puede, desde la perspectiva de los participantes, ser difícil de hacer entre extraños.
Proporcionan conocimiento del proceso de duelo y de la elaboración emocional. Permite que los miembros puedan retroalimentarse (darse feedback-orientarse).
Desde mi experiencia personal, he podido comprobar el enorme beneficio que proporciona a los dolientes, participar en estos grupos de apoyo. La mayoría vienen por indicación de su médico de cabecera, psicólogo o psiquiatra, ya que son estos, los que reconocen su tremendo valor terapéutico.
En nuestro país, España, el permiso laboral de las madres por nacimiento de un hijo es conocido como post y pre natal. Este descanso maternal consiste en un permiso de seis semanas antes del parto y doce semanas después del mismo.Cuando se trata del
fallecimiento de un hijo o de un cónyuge, el trabajador cuenta únicamente con siete días seguidos de permiso pagado.
Estos datos son absolutamente desproporcionados y lo que suele ocurrir en la mayoría de los casos es que las personas en duelo se reincorporan a sus trabajos, pero como les resulta tan difícil asumir sus tareas y responsabilidades, acuden al médico de cabecera para explicarles su malestar y desánimo y este generalmente les otorga la baja laboral por depresión.
Pero el duelo no es una enfermedad, aunque puede derivar en diferentes patologías si no se elabora adecuadamente. La tristeza, la falta de ilusión, puede parecer una depresión, pero forma parte del proceso.
LA FE EN EL DUELO
A lo largo de los años he tenido la oportunidad de conocer muchas historias de personas que sufrieron pérdidas, y he podido comprobar cómo elaboraban saludablemente el duelo algunas que no eran creyentes, y, sin embargo, conozco tristes historias de otras, que teniendo a Dios como su Señor y Salvador, no se permitieron sufrir cuando debían sufrir, ni llorar cuando debían llorar, asumieron precipitadamente sus responsabilidades y por no querer “hacerse las víctimas” no aceptaron la ayuda que se les brindaba.
Lamentablemente, años más tarde, “este inevitable sufrimiento” derivó en depresiones profundas u otro tipo de trastornos psicológicos.
A la Iglesia le corresponde también como comunidad terapéutica, aliviar el sufrimiento de sus miembros invirtiendo en enseñanza, formación y acompañamiento, llevando consuelo a los dolientes.
Próximo artículo:
Acompañamiento en el duelo (un desafío para la Iglesia)
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