- El partido de vuelta es el jueves, a ver si arreglas ese cacharro.- Instó José.- No es lo mismo leer el resumen del periódico.
Don Guillermo asintió y todos callaron. Aquel televisor estuvo en negro tres meses y así continuaba, la situación estaba dura, el dinero ya no alcanzaba. En la mesa del fondo, la que estaba junto a la cristalera, cuatro operarios de la Cervecería jugaban al cacho. El ruido del cubilete inundó entonces la taberna; era un sonido conocido y familiar que, extrañamente, les evocó la paz que buscaban.
- Hace bueno,
ché. Está como para pasear.- Comentó Braulio apurando su vino.
Todos miraron el sol de la tarde que, con su haz de luz, irrumpía por la puerta entreabierta. Pero nadie se levantó, era ahí donde querían quedarse.
- Y tú José ¿Cómo lo llevas? – Preguntó tímido don Guillermo.- Siento no haber estado en la misa de un año. Ya sabes, el trabajo.
- Estoy mejor.- Respondió apesadumbrado.- La extraño mucho, pero la vida sigue, no se para a esperar a nadie.
Los tres hombres de la barra asintieron.
- En el barrio hay varias mujeres solteras todavía. Igual puedes acercarte a una- Sugirió don Guillermo mientras cobraba a un cliente.
- Quizás.- José miraba el azulejo de la pared, distraído.- Quizás.
- Déjate de mujeres.- Intervino Braulio.- ¡Con lo tranquilo que te has quedado!
- Tranquilo y solo.- A José se le llenaron los ojos de las lágrimas que nunca brotaron.
De nuevo el silencio. Los dados impactaban contra la madera vieja, infestada de polillas. Don Guillermo suspiró, pensando en que quizás no debía jubilarse ni vender la taberna ¿Dónde irían los que no tenían a nadie más? ¿Dónde iría él?
- ¿Qué hora es? – Preguntó José.
- Casi las seis ¿Tienes que hacer?
- Sí, ir al mercado a por algunas cosas. La nevera está vacía y la casa hecha un asco, se me hace muy cuesta arriba.- José se derrumbaba poco a poco, como los castillos de naipes azotados por la brisa de primavera.
Don Guillermo le entendía perfectamente, se había casado tres veces. De la primera, se divorció; las otras dos se murieron. En total, quince hijos con las tres. Algunos, todavía pequeños, fallecieron por no soportar la altura de La Paz. A adultos llegaron diez, de los cuales solo uno le visitaba, de vez en cuando, casi siempre para pedirle dinero. En Navidad, en cambio, se sentía revivir. Todos se reunían ante un buen plato de Picana y él repartía aguinaldos. Aún faltaba mucho para que fuese de nuevo Navidad.
Entró entonces Esteban, se acercó a la mesa de los jugadores de cacho.
- ¿Cómo estáis muchachos? ¿Hay novedades?
- Todavía no, ya te dije que cuando haya una plaza vacante yo te aviso.
Esteban dio las gracias, casi susurrando, y le hizo una señal a Don Guillermo para hablar a solas.
- Tu dirás.- Exclamó el dueño.
- Mire don Guillermo, sé que le debo treinta Bolivianos, me ha fiado usted mucho y se lo agradezco. Pero sigo sin trabajo ¿Sabe usted? – Sus manos nerviosas estrujaban la gorra de fieltro con insistencia.- En cuanto consiga algo se lo devolveré todo, de verdad.
- Cuando puedas muchacho.- Respondió sin mirarle a los ojos.- Tómate algo con nosotros, hoy te invito yo.
Esteban llegó hasta la barra y se apoyó derrotado. Los demás cambiaron de tema, conscientes de la situación de él, pero sin comentarle nada. Lo mejor era tapar lo duro, ya bastantes penurias había fuera, ese lugar era sagrado.
- ¡Qué hembra!- exclamó Braulio. Señaló con el dedo índice de la mano que sujetaba el vaso a una joven que paseaba su figura junto a la cristalera.
- Parece actriz de cine, ché.- Comentó José.- ¿Qué hará en un barrio como éste? – Todos rieron.- Se ha perdido seguro.
La mujer de Braulio no era como aquella. No vestía tacones, ni faldas de tubo. Hacía mucho que se había olvidado de dónde quedaba la peluquería, jamás se maquilló. Pero ella, su esposa eterna, tenía dentro toda la fuerza que a él le faltaba. Sus manos, llenas de callos, podían acariciarle por la noche y fregar suelos durante el día; lo podían todo. Ella, aún con los ojos cansados, tenía una mirada que, sin necesidad de más aderezo, iluminaba aquello en lo que se posaba. Era, sin duda, mejor que él.
Don Guillermo puso la radio, era la hora de las noticias. Sonó el eslogan, con su melodía pegadiza “Panamericana, Panamericana, la radio que todos tienen encendida desde la mañana…”. Hablaron de una nueva manifestación de maestros que paralizaban la Avenida del Prado. Tampoco se podía circular por la Avenida Arce, pues fue tomada por un grupo numeroso de mineros reivindicativos. Ellos escuchaban negando con la cabeza, chasqueando la lengua, molestos.
- ¿Dónde iremos a parar?- Preguntó al fin Braulio.
- Pero no solo nosotros.- Corrigió José.- El mundo está cada vez peor.
En la mesa del fondo, dos de los operarios aplaudieron bulliciosos. Acababan de ganar una partida interminable. Uno de ellos, emocionado, gritaba “¡Eso es, señores, ahí está!” El otro reía “¡Qué dormida! ¡Memorable!”
Ya no se habló más de la muerte, ni del desempleo o de la convulsión social. Aquello había que celebrarlo. Don Guillermo les puso una ronda de su mejor cerveza, la que solo sacaba en ocasiones especiales, como cuando Esteban se casó. Comentaron las probabilidades de que la suerte de los dados sucediese. Durante horas analizaron cada jugada, entre carcajadas y brindis.
Fue solo un instante, pero el tiempo y el dolor desaparecieron para ellos.
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(1) Equipo de fútbol de La Paz, Bolivia.
(2) Juego de dados por parejas.
(3) Equivale a 3 Euros
(4) Jugada definitiva en que los seis dados salen con el mismo número a la vez, de una sola tirada.
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