Es mi experiencia, por lo menos. Supongo que otros, más afortunados, tendrán a su disposición un enjambre de estas deidades con lo cual escribir un artículo semanal, o uno diario, les puede resultar de lo más fácil.
Ha pasado el campeonato mundial de fútbol y ha vuelto la tranquilidad al espíritu de millones que, quieras que no, pasamos unas cuantas horas sentados frente al televisor. Nos queda resonando en los oídos no la gritería del último gol que dio el triunfo a la selección española, sino lo que dijo Fidel Castro a propósito del Mundial. ¡Claro, quién le hace caso a Fidel! De todos modos, lo que él dijo fue publicado bajo el título: «Cómo me gustaría estar equivocado». Y anda circulando por las ciber carreteras de la Internet.
Miro mi pequeña biblioteca enfrente de mi escritorio. Unos cuantos libros colocados en la forma convencional, y otros amontonados, unos sobre otros, donde encuentran un espacio disponible.
No sé sobre qué escribir. Bueno, no es que no sepa, solo que no quisiera, por lo menos hoy, referirme a cosas tristes. Como por ejemplo, la rebaja (¡vaya rebaja!) que la justicia (?) chilena le hizo en estos días a uno de los generalotes que supuestamente permanecía recluido en una cárcel-hotel cinco estrellas construida especialmente para ellos. De 360 años más dos cadenas perpetuas a lo que lo habían condenado por la cantidad de crímenes que se comprobó en los que había tenido algo que ver durante la dictadura militar, le rebajaron la pena a 17 años. Sí, señor. ¡De 360 años más dos cadenas perpetuas a 17 años! Y como ya llevaría unos diez, le quedarían siete por cumplir. Y no sería raro que, por “buena conducta” un día de estos esté de vuelta en su casa.
Ya no tiene sentido seguir hablando de estas cosas. Prefiero algo más positivo. Me paro, pues, y voy a revisar libros en busca de algo que levante el ánimo, no solo el mío sino el de los que pudieran leerme. Por desgracia, me tropiezo con uno que compré hace algunos años en una librería de San Diego, California. Se titula “La caravana de la muerte. Las víctimas de Pinochet” publicado en 2001 por Editorial Contrapunto (Blume) de Barcelona. Contiene texto y fotos, muchas fotos, referidos a familiares de ejecutados políticos en distintos puntos del país, principalmente en Calama, Antofagasta, Copiapó, La Serena, Santiago y Cauquenes. La mayoría de los que aparecen en las fotos es gente humilde, trabajadora, que sigue esperando una respuesta que no llegó, ni llega y quizás nunca llegue. Lo dejo. Ahí quedará, como un testimonio elocuente del vuelo trágico que hizo la muerte vestida de militar por sobre suelo chileno hace ya tanto tiempo pero no tanto como el referido al Holocausto, que se sigue recordando, o a la Guerra Civil Española, que igualmente no termina de pasar al olvido.
Detengo mis dedos curiosos en un ejemplar pequeño, casi mínimo pero que encierra en sus páginas un trozo de historia impresionante sobre el desarrollo del protestantismo en España. Se titula “Pasado, presente y futuro de los protestantes andaluces” y es una apretada recopilación que hace nuestro querido amigo e insigne historiador, Gabino Fernández Campos. El libro tiene sus años, como que el autor aparece, en la contracubierta, luciendo la misma barba que luce hoy, pero más frondosa y de un negro tan impresionante como el blanco que lleva ahora.
Gabino, querido hermano y amigo. Cómo disfrutamos tu visita a Miami el pasado febrero. Pero seguimos beneficiándonos de tus luces al abrir uno de los tantos volúmenes que han salido de tu ilustradísima y prolífica pluma. Nos das, en el librito que comento, datos cablegráficos de hombres como George Borrow, aquel escritor inglés que recorrió España distribuyendo la Biblia en castellano, caló y vascuense; que tuvo la dicha de convivir con los gitanos a quienes dedicó su traducción al caló del Evangelio según San Lucas y que fue a morir a Oulton, Suffolk en 1881, triste y desconsolado ante la partida de su esposa, 12 años antes. O de Manuel García Matamoros quien en 1861 conoció las cárceles de Barcelona y Granada por el delito de no ser católico. Dices de él que «los atropellos y las intrigas tratando de comprometerle en revueltas políticas resultaron inútiles para cambiar su conciencia, pero no su salud. Su pena de 9 años de presidio se conmutó por la del mismo tiempo de destierro» yendo a instalarse en Francia y Suiza donde siguió trabajando en la publicación clandestina de una edición malagueña del Nuevo Testamento.
Recordar a aquellos héroes de la Palabra que ofrendaron lo mejor de sus vidas en el altar del servicio a Cristo contrasta un poco con la cantidad de héroes que ha producido el Mundial de Sudáfrica que acaba de finalizar. Héroes de la pelota, de la gambeta y del tiro al arco; de la atajada espectacular y del gol de media cancha. Dan Garber, un alto ejecutivo la Major League Soccer de los Estados Unidos, ha dicho que para ellos Landon Donovan es un héroe. “La MLS necesita héroes y nosotros tenemos uno…” manifestó. (No tengo nada contra Donovan; al contrario, creo que es un caballero del fútbol; ni tengo nada contra los demás jugadores; ni contra el buen fútbol, ni contra el Mundial… bueno… contra el Mundial, quién sabe.)
El mundo necesita héroes. Y los busca. Si no los encuentra, los crea. Un niño de cinco años dijo que su héroe era Mickey Mouse, también conocido como el Ratón Miguelito. Y una niña adolescente dijo que el suyo era Danny Yankee. Un honorable señor diputado, bromeando con algunos amigos, dijo que su héroe era Alí Babá.
Sigo buscando y me encuentro con “Aquellos tiempos con Gabo. Hallazgo de un García Márquez desconocido” (Plaza & Janés, 2000, 220 pp.) escrito por Plinio Apuleyo Mendoza. No logro identificar ese Apuleyo como nombre o como apellido. Pero este detalle carece de importancia.
No obstante que el libro tiene referencias inéditas al Gran Gabo (¿otro de nuestros héroes?), leerlo me deja pensando. Pensando sobre una cosa: Apuleyo y Gabo aparecen en el libro como dos verdaderos amigos.
¡Verdaderos amigos! ¡A estos sí que es difícil encontrarlos!
Esta especie es tan escasa hoy por hoy, que a dos personajes bíblicos que se ofrecen al lector como verdaderos amigos, David y Jonatán, hay quienes les han atribuido la condición de pareja homosexual. Lo que estaría sugiriendo que la verdadera amistad no se puede concebir si no hay de por medio un amor erótico. Y, encima de eso, tan controversial como sigue siendo el amor Eros en dos personas del mismo sexo.
¿Recuerdan a Anastasio, aquel pobre que se colgó de la lámpara de lágrimas con las dos corbatas que le regaló su esposa Isabelina para el día del padre? Pues, me contaba antes de tomar tan drástica decisión que a lo largo de su vida podía decir sin temor a equivocarse que «¿Amigos, amigos? ¡Cero! ¿Conocidos? Algunos. ¿Compañeros circunstanciales del camino? Varios. El egoísmo, la autosupervaloración, la sospecha, la búsqueda de beneficios personales por sobre los de los demás debilita y desvirtúa la verdadera amistad». Por eso, decidió irse a otros mundos a buscar lo que en este no encontró. Quizás en otra galaxia.
Pues, el amigo Apuleyo Mendoza se da el lujo de dejar estampado para la posteridad lo que ha sido su relación con García Márquez. Y lo dice en su libro con un lenguaje que no puede inducir a errores.
«Hemos visto nacer y morir sueños. Hemos visto pasar y desaparecer amigos. Nos han salido canas. Hemos vivido en muchas partes. Nos hemos casado, hemos tenido hijos y nietos. Él se ha vuelto rico y célebre. Yo me he vuelto pobre. Juntos, hemos recorrido muchas partes del mundo. Hemos perseguido jóvenes alemanas por las calles sombrías de Leipzig. Hemos atravesado toda Europa en tren, de pie, en un vagón atestado, muertos de hambre y fatiga. Hemos viajado por la Unión Soviética como falsos integrantes de un grupo de danzas folklóricas. Hemos vivido en Caracas tormentosas jornadas de reporteros cuando cayó el dictador Pérez Jiménez. Hemos pasado toda una noche a los pies de un hombre que en la madrugada sería sentenciado a muerte en La Habana. Hemos trabajado juntos en Bogotá como representantes de una agencia de noticias. Hemos bebido tequila oyendo a los mariachis de la plaza Garibaldi, en México. Hemos pasado todo un verano en la isla de Pantelería, con sus dos hijos, que son mis ahijados, y Mercedes, su mujer, que es mi comadre, bebiendo áspero vino siciliano y oyendo música de Brahms frente a un mar con siete tonos de azul. Hemos recorrido muchas veces las calles del barrio gótico, en Barcelona, hablando y hablando, y discutiendo acerca de todo, y siempre he sido uno de los primeros en leer sus manuscritos, y en este terreno sagrado que es la literatura, donde no cabe la mentira, siempre le he dicho la verdad como él también, sin contemplaciones, me ha dicho la suya».
Yo no sé tú, pero envidio a ese Plinio Apuleyo. No tanto porque su amigo sea Gabriel García Márquez, el que se hizo rico mientras él se hizo pobre, sino por tener la franqueza de contarle al mundo que tiene un amigo. Un amigo de verdad.
Y eso no lo puede decir cualquiera.
Si quieres comentar o