Ante ello, han sido otras instancias las que han promovido las transformaciones, pues a los grupos religiosos nunca les interesó: “Al cambio perceptible a favor de los derechos de las mujeres lo impulsan la industria, la ciencia, la educación y el movimiento feminista” (p. 31).(*) Las mujeres eran vistas sólo como baluartes de la tradición y del estilo “familiarista” de la sociedad. Sólo así se puede explicar por qué obtuvieron el voto hasta 1953, dado que se les veía como marionetas de los sacerdotes. Los medios de comunicación, como el cine, desempeñaron otra función, pues abrieron la puerta para mostrar alternativas ajenas al patriarcado en cuanto al desarrollo personal de las mujeres.
Al referirse a la forma en que la ciencia, especialmente la psicología freudiana, también ha desempeñado un importante papel en pro de la laicidad en México, llama la atención una frase de Monsiváis que también toca el tema religioso: “La ciencia es más difícil de vencer que la herejía… (p. 32)”, por lo que las creencias enajenantes se fueron modificando (y abandonando) ante la superación, por ejemplo, de la culpabilidad en diversos terrenos, como la sexualidad. No obstante, subraya Monsiváis, el tradicionalismo no ha cejado en emerger periódicamente, pero los impulsos religiosos ya no pueden ser teledirigidos y pueden tener las formas más variadas.
Monsiváis señala el periodo que va 1911 a 1940 como una etapa en que el catolicismo integrista luchó abiertamente contra la secularización, pues ni siquiera el ascenso de un presidente creyente (Ávila Camacho, en 1940) frenó el avance de la laicidad: él se propuso “contener a la derecha”, no sin incurrir en excesos, como una matanza de sinarquistas en León, Guanajuato, en esa misma década. Con ello, la resistencia se instaló en la provincia, especialmente en las regiones más católicas del país, donde además de la persecución a los grupos protestantes, se dan otros episodios de intolerancia contra todo lo que huela a comunismo. El régimen priísta, recuerda Monsiváis, “mantiene el apego formal a la libertad de conciencia sin defenderla verdaderamente en los casos de agresiones y linchamientos” (p. 37).
No obstante, entre 1980 y 1999, comienzan a darse signos de acercamiento entre el catolicismo y el Estado: comienza a superarse el fingimiento y los obispos retoman su agresividad contra los grupos protestantes, Con los triunfos electorales del Partido Acción Nacional (PAN), de ideología filocatólica, los gobernantes de este partido y sus aliados retoman la ofensiva y pretenden ejercer la censura en los temas sensibles para ellos. “Fracasan en casi todo pero sus éxitos parciales se advierten en riesgos y conquistas que se creían irreversibles” (Idem). Sus campañas se vieron reforzadas por las visitas papales, pero no contaban lo suficiente con el otro factor que entró en juego: la explosión de conversiones a diversos credos, es decir, el despegue definitivo de la pluralidad debido a que, como bien dice Monsiváis, con su más clásico estilo:
En materia de variedades de la experiencia religiosa, cada persona es la autoridad. Pero el nuevo mapa de las convicciones normaliza algo básico: la vivencia de lo distinto, indispensable en el acomodo de la diversidad. Se piense lo que sea de la fe del vecino, no se tiene la mayor parte de las veces ocasión de expresar en actos la discrepancia (si la hay), y tal aprendizaje de la tolerancia, aún dificultosa en pueblos o regiones, es un gran adelanto cultural.
A cada persona, le resultan valiosas sus verdades o su verdad, pero las verdades absolutas de uno y de otro ya admiten la coexistencia pacífica de los dogmas, la expresión más clara del laicismo. (pp. 38-39, énfasis agregado).
Si ni la familia, la iglesia o la escuela enseñan el respeto a la diversidad, para eso están las leyes… Pluralidad = tolerancia, ésa parece ser la ecuación que propone Monsiváis con el avance de la laicidad. Al no haber ya creencias dominantes impuestas por decreto en la mayoría de la población, la tolerancia es una exigencia social de convivencia, aunque los viejos clericalismos se sacudan de dolor, como la reacción del actual presidente mexicano (entonces presidente del PAN) ante la visita del papa Wojtyla, que no fue más que una bravata que cerró los ojos, una vez más, a la intolerancia católica e invirtió las realidades al hablar, nada menos ¡que de hostilidad en contra de creyentes católicos en Chiapas!
El colmo fue cuando, luego de establecerse las relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano, el representante papal afirmó que “Dios había sido devuelto a México”, y viceversa. Pero la laicidad ya no tiene regreso y la añorada teocracia no puede volver. De modo que las preguntas monsivaítas, fruto de la pluralidad, resuenan en los oídos de todo aquel que quiera escucharlas: “¿Cuántas oraciones por el bien de la Patria produce la Iglesia católica y cuántas los pentecostales? […] ¿a quién escucha el Verdadero Señor de la Verdadera Fe? […] ¿Y si no es así, y si Dios acepta vivir en un país secularizado y diverso?” (pp. 45, 47).
El promotor y defensor de la laicidad que fue Monsiváis dio la bienvenida al país plural y libre que siempre soñó y sobre el cual escribió tanto y tan intensamente. Ojalá este legado continúe dentro y fuera de los espacios que, por tradición ideológica y cultural, están ligados a la laicidad.
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(*) El texto de C. Monsiváis se puede leer en el sitio de la
revista Fractal.
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