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Optimismo inteligente

Todos hemos escuchado en alguna ocasión alguno de esos discursos en que se mencionan y se combinan conceptos como el optimismo o la energía positiva. Y no es difícil encontrarse, en una gran cantidad de ellos, con cierta relación casi supersticiosa en que se sugiere que lo que hace que algo salga bien en última instancia es que uno lo anhele suficientemente y que el pensamiento positivo es algo así como milagroso (de hecho, en internet es posible encontrar hasta lo que han dado en llamar “Cursos
EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín Torralba 14 DE MAYO DE 2010 22:00 h

Reconozco que para una servidora sigue siendo una incógnita cómo se consigue esto. Quizá es que todavía no soy suficientemente optimista. Puede ser que no haya alcanzado aún ese estado supremo de felicidad y dicha que predican algunos desde filosofías que más tienen que ver con lo místico y lo abstracto que con la realidad que vivimos. Y, ojo, que soy una enamorada del optimismo (que, sin duda es recomendable, positivo y necesario), pero no de cualquiera. Optimismo inteligente, por favor.

Quizá esta idea sea, valga la repetición, de las más inteligentes que ha desarrollado la psicología en los últimos años. Combina de forma perfecta dos elementos que para muchos serían muy difíciles de compatibilizar: el optimismo por una parte, un concepto específicamente ligado a la interpretación de los hechos en base a emociones positivas y que tiene, a su vez repercusiones en el afrontamiento de las personas y, por otro, la inteligencia, ligada a lo racional por excelencia. ¿Cómo se llevan de la mano estas dos ideas cuando parecen pertenecer a mundos tan distanciados como la emoción y la racionalidad?

Pues hoy en día sabemos que estos dos aspectos de la vida no están tan distanciados, ni mucho menos. Es más, muchos han empezado a descubrir que en muchos de esos discursos ñoños sobre el optimismo se esconde una forma de vivir tan absurda como la que se basa en un pesimismo patológico. La famosa metáfora del vaso medio lleno o medio vacío, tan manida ya de tanto usarla, sigue pudiendo arrojar luz acerca de esto:

Cuando un vaso tiene una cantidad de agua que cubre la mitad de su capacidad, efectivamente puede ser visto desde dos posibles prismas. Algunos lo contemplan desde una perspectiva de tintes algo más negativos (“está medio vacío”), otros desde una más optimista (“está medio lleno”). El optimismo radical, sin embargo, optaría en muchas ocasiones (o, al menos, eso se destila de su discurso excesivamente romántico y distanciado de la realidad) por decir “El vaso está lleno”, porque creen que con esa forma de percibir la realidad contribuyen a que el vaso se llene. En el otro polo de la dimensión estarán, por supuesto, aquellos que, independientemente de la realidad de que el vaso tiene cierta cantidad de líquido, preferirán ser coherentes con su perspectiva de la vida aunque esta difiera de la realidad y dirán “El vaso no tiene nada”. Como gustos hay colores, claro está, pero igual de cierto es que estas diferentes formas de afrontar lo difícil o simple de nuestra cotidianeidad tienen consecuencias directas sobre la forma en que vivimos.

¿Cuál de las interpretaciones mencionadas se acerca más a la idea de “optimismo inteligente”? Pues, sin duda, la que opte por considerar el vaso como medio lleno, pero no porque de fondo se alberga una idea supersticiosa por la cual se considera que algo casi mágico tendrá lugar por pensar así, sino porque tienen en cuenta dos elementos fundamentales: que el vaso medio lleno corresponde a una realidad tangible, comprobable y, por otro lado, que se es consciente de que definir ese estado como medio lleno en vez de medio vacío, sí tiene cierta influencia en nuestra forma de afrontar esa situación. Mientras la primera interpretación crea en nosotros un estado de ánimo positivo, la segunda nos transmite un fondo de tristeza, de desánimo que orienta de forma casi imperceptible a veces, pero real, nuestra conducta.

En el ámbito de las relaciones, por ejemplo cuando funcionamos en pareja, no es lo mismo ni tiene las mismas implicaciones considerar lo que el otro está haciendo bien que lo que está haciendo mal, aún cuando las dos facetas de la realidad sean inapelables. El optimista inteligente no niega lo que no funciona, pero decide de forma consciente considerar también lo que es adecuado en aras de fortalecer su ánimo en la relación y tener un enfoque constructivo y no basado en el reproche. Cuando nos sentimos agredidos por alguien (y la agresión podría ser un hecho indiscutible), no tendremos la misma reacción considerando que la persona ha tenido mala intención o cuando entendemos que no la ha tenido. Estos y otros ejemplos (por ejemplo, en las relaciones familiares, con los hijos, en el trabajo…) quizá arrojan algo más de luz sobre este asunto que no siempre nos resulta fácil discernir.

Cuando nos acercamos al terreno de lo espiritual, nos encontramos también con estas perspectivas frente al mensaje del evangelio. En la perspectiva de Dios que el hombre tiene, sin ir más lejos, nos encontramos también con las diferentes facetas que antes mencionábamos respecto a la metáfora del vaso (salvando las distancias y las implicaciones, claro, que no son las mismas). Algunos, en su optimismo enfermizo, prefieren ver a Dios como ese ser bonachón y amoroso que no tendrá en cuenta al final nada de lo malo que el hombre pueda haber cometido. Su función es la de perdonar, según ellos lo ven, y se auto-convencen de que será así aún cuando la Biblia, desde su primera página hasta la última no se cansa de negarlo.

Otros viven, por el contrario, en la angustia permanente de un Dios que es únicamente castigador y que se comporta con el hombre de forma tiránica, lo cual les lleva en no pocas ocasiones a considerar que un Dios así no les interesa y se rebelan ante Él o se hunden en la desesperanza más absoluta al saberse incapaces de alcanzar Su favor. La Biblia tampoco nos muestra a Dios de esta manera.

Sí nos revela, sin embargo, una realidad que es mucho más rica en matices que todo esto. La Palabra de Dios nos muestra cómo “Dios es amor” (1ªJuan 4:16), sí, pero es también un Dios justo que se rebela con ira ante la desobediencia y el desprecio que el ser humano le profesa. Es un Dios que ha tenido en cuenta la incapacidad del hombre para salvarse a sí mismo y ha provisto de un plan precioso de salvación que incluye la entrega a la muerte de Su hijo Jesucristo para recuperar “lo que se había perdido”, es decir, cada uno de nosotros respecto al plan que Él nos había trazado. El optimista inteligente sabrá ver en ese plan una realidad preciosa: la de poder ser salvo, pero teniendo en cuenta una realidad igualmente cierta a la luz de la Biblia y es que ahora es el tiempo aceptable en que Dios puede ser hallado, pero llegará otro en que, agotada Su paciencia, manifestará su juicio para unos y otros. En unos casos, para salvación, en otros para condenación.

¿Cómo ves el vaso, entonces? ¿Medio lleno o medio vacío?

Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él (1ª Juan 4:16)

Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 6:23)
 

 


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