También tiene mérito la pintura de Miró y nunca le he encontrado el punto que sí descubrí en Dalí o Pollock. También tiene mérito la discografía completa de Nacho Cano y nunca me ha transmitido la más mínima emoción.
A lo que iba, que esto va de televisión y de periodismo. Los únicos personajes que me han gustado del circo son los payasos, los bufones, los personajes de cara pintada, zapatones imposibles y gags reiterativos, pero que son capaces de captar mi atención. Suelen protagonizar pequeños gags en los descansos entre acróbatas en bicicleta y chinos que hacen rodar platos encima de unos palos, pero siguen siendo los mejores, como esos anuncios bien hechos (algunos) en las pausas de una mala película.
Pues bien,
esta semana ha muerto Ángel Cristo, oficialmente conocido como domador de fieras y empresario circense, pero en realidad popular por sus escándalos, su matrimonio con Bárbara Rey (entre 1980 y 1988) y sus apariciones en revistas y programas del corazón. Él quiso ser domador y triunfar (y, ojo, que llegó a contar con uno de los circos más importantes de Europa, el Circo Ruso) pero acabó siendo el payaso, el bufón, el muñeco con el que todos los periodistas (perdón por calificarlos así, pero prefiero no poner insultos) del corazón se atrevían.
De acuerdo,
Ángel Cristo tuvo una vida de excesos y no precisamente ejemplar: presuntos malos tratos a su mujer, drogas (aquí ya no es presunción, ya que estuvo en un centro de desintoxicación), denuncias por el estado de abandonos de sus animales, polémicas varias y hasta detenciones.
No se trata de atacar o defender al personaje. Tampoco se trata de juzgar su vida (no soy quien debe hacerlo). Ni se trata de criticar que viviera a costa de los suculentos dividendos por parte de la prensa del corazón, una prensa que practica un doble juego: por un lado, el exceso de almíbar, el empalagoso estilo de decir lo guapa y elegante que va la princesa, la tonadillera, el torero o la actriz y lo feliz que es en este momento de su vida. Pero por otro, el ataque descarnado, como una jauría de hienas hacia la presa fácil, débil, moribunda, que huye campo a través pero con un balazo mortal en su cuerpo. En este segundo episodio es donde entra Ángel Cristo. Y repito, prescindo de la catadura moral de un personaje que sacó tajada económica por dejarse acorralar por esas fieras hambrientas, a las que supo domar como si de leones o tigres se trataran.
Eso sí, más de un zarpazo o un hueso roto se llevó Ángel en sus cara a cara con las fieras (y sí, hablo tanto de los animales como de los carroñeros del corazón). Hace unos meses, Ángel Cristo se sentó en la silla de las torturas de
DEC (el antaño
¿Dónde estás corazón?) y dio toda una lección de cómo conseguir dinero a cambio de nada.
A sus 65 años, harto ya de una vida descontrolada, quizá pensó que su prestigio no podía salir más maltrecho de una pelea más. Eso sí, a cambio de dinero, de mucho dinero. Así, el domador se sentó en ese peculiar patíbulo y dejó que las hienas chillaran, escupieran bilis e intentarán morderle por todo el cuerpo. María Patiño, Gustavo González o Gema López atacaron y humillaron a un personaje que, hierático y en una actitud casi zen, prácticamente ni les miró. Los colaboradores de Cantizano, poco acostumbrados a perder (su habitual muchos contra uno acaba con sus presas) se pelearon incluso entre ellos, mientras Ángel se embolsó unos buenos emolumentos después de un episodio de pasividad espectacular. Ángel, tras muchos años conviviendo con la prensa más zafia que existe, supo finalmente aprovecharse del sistema, y tal cómo dijo el periodista Alfons Arús (en su programa Arucitys) hablando sobre esa intervención: “La cara de Ángel Cristo es mejor como humor que un gag de los Morancos”.
Ángel Cristo ha sido víctima y cómplice al mismo tiempo. Ha alimentado a esa prensa tramposa, venenosa y sin ningún atisbo de ética o respeto, pero también ha servido como diana para que los sicarios del cuore lanzaran sus disparos a bocajarro, sin piedad, una forma de matar a alguien lenta y dolorosa.
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