El reciente veredicto de la Comisión designada por el papa Benedicto XVI para investigar las acusaciones contra Maciel Degollado, en el sentido de que éste perpetró “gravísimos y objetivamente inmorales comportamientos […], confirmados por testimonios incontrovertibles se configuran como delitos y manifiestan una vida sin escrúpulos y sin auténtico sentimiento religioso”; es una acabado intento de control de daños.
No hay ni una palabra sobre cómo fue posible que por seis décadas el legionario mayor hubiese podido al mismo tiempo ser un abusador sexual de infantes en distintos países, entre ellos México y España, y presentado por las sucesivas autoridades de la Iglesia católica como ejemplo de vida entregada al servicio sacerdotal.
Las denuncias contra Marcial Maciel y su doble vida, más bien por lo menos cuádruple (sacerdote que representaba cumplir su voto de celibato, sexópata que calmaba sus ansias con infantes y adolescentes, cautivador de mujeres con las que procreó varios hijos, y adicto a distintas drogas), irrumpieron con fuerza ante la opinión pública en febrero de 1997. Sin embargo antes, pero mucho antes, ya un grupo de víctimas había intentado llamar la atención de las autoridades del Vaticano sobre los peculiares gustos del sacerdote fundador de una orden tan cercana a los afectos papales.
A principios de la década de los años cincuenta del siglo pasado, Marcial Maciel debió enfrentar una investigación por sus abusos sexuales de menores. Pero quienes le señalaban de haberles dañado no sostuvieron sus acusaciones ya fuese por temor o bien a causa del chantaje de que fueron objeto para evitar “hacerle daño a la Iglesia [católica]”. En 1978 y 1989 algunos legionarios atacados sexualmente por Maciel en su niñez y/o adolescencia le hicieron llegar a Juan Pablo II misivas en las que relataban los horrores perpetrados contra ellos por el fundador de los Legionarios de Cristo.
La respuesta fue el silencio. El mismo grupo se sintió lacerado por Juan Pablo II cuando éste, en 1994, presentó a Maciel como un “eficaz guía de la juventud”.
Fue entonces que decidieron buscar otros senderos para revelar los delitos de Marcial Maciel. Acudieron a la prensa porque obispos, arzobispos, cardenales y el Papa se rehusaron siquiera a escucharles. Fue entonces que a partir de febrero de 1997, con un extenso reportaje publicado por Gerald Renner y Jason Berry en
The Hartford Courant, las noticias que develaron las atrocidades de Maciel fueron multiplicándose. En México, de manera destacada, el diario
La Jornada se ocupó del asunto y uno de sus reporteros fue encarado por el cardenal Norberto Rivera Carrera. Éste urgió al periodista que le dijera quién y cuánto le habían pagado para hacer los reportajes. Desde ese mismo 1997, quien esto escribe tomó el asunto y dedicó varios artículos al tema en
La Jornada.
S
in usar el término, la Comisión especial designada por Benedicto XVI ha recomendado que debe refundarse a la Legión de Cristo. Se habla de renovarla, recuperar el carisma que le dio origen. Pero hay un absoluto silencio sobre el régimen vertical, y bendecido por sucesivos papas, que hizo posible el blindaje construido por Maciel que le dejó las manos libres para depredar a sus anchas. Porque el voto de obediencia absoluta que cada legionario debía profesar a quien llamaban “nuestro Padre (Maciel)”, el control de la vida de cada candidato, seminarista y sacerdote de la orden permitieron al ahora defenestrado por Roma levantar un sistema panóptico eficaz para vigilar y castigar.
Ha trascendido que el siguiente paso es que el Papa tiene la intención de nombrar un interventor o comisario para depurar a los Legionarios de Cristo. De la misma manera se ha dejado correr la versión de que un candidato a presidir la renovación de la orden es Juan Sandoval Iñiguez, cardenal de Guadalajara. De ser cierta la intención, nos parece que exhibe un ánimo de humor tenebroso, ganas de seguir castigando a las víctimas, de continuar ofendiéndolas poniendo en manos de un personaje como Sandoval Iñiguez una encomienda renovadora. Sandoval acaba de hacer una declaración sobre Maciel (“un psicópata” con “una doble personalidad muy marcada”) que debe ser comparada con su actitud de cuando en 1997 y después emergieron con fuerza las denuncias que desenmascararon al legionario mayor. Entonces se unió a otros conspicuos clérigos mexicanos para denostar a los denunciantes de Maciel, y sin ningún miramiento dijo que todo era un complot de los enemigos de la institución eclesiástica. Sandoval Iñiguez se ha destacado por sus constantes exabruptos en los que descalifica y simbólicamente hace descender fuego sobre tirios y troyanos.
Consideramos que sea Iñiguez el ungido para refundar a los Legionarios, o sea otro el comisionado,
en el fondo no existen verdaderas intenciones de renovar la orden que produce tantos recursos financieros para el Vaticano. Porque en primer lugar, de existir, ánimos depuradores, la Comisión que ahora señala los delitos de Maciel debería aceptar públicamente que sus excesos solamente fueron posibles por el encubrimiento que el sistema cupular de la Iglesia católica tendió sobre el “eficaz guía de la juventud”. Los ataques sexuales de Marcial Maciel, el sistema creado por él para usar en su beneficio a las mujeres consagradas que debían servirle incondicionalmente con su vida, voluntad y bienes; los conocieron quienes ahora dirigen a la Legión. ¿Qué parte de la responsabilidad les corresponde? ¿Pueden hoy decir que se someten obedientemente a las directrices de Roma? La verdad es que no les queda de otra, tienen que moverse con sagacidad para hacer como que van a transformarse en lo que nunca han sido: sacerdotes que cuidan a la grey de la rapacidad que la diezma.
La opción no es refundar a los Legionarios de Cristo, sino más bien, de existir intenciones autocríticas al sistema que dejó medrar por décadas a Maciel, lo que debiera hacerse es refundir a la orden y limpiar a fondo la putrefacción. Nada más que hacer esto sería poseer un espíritu reformador que el papado de Benedicto XVI no tiene. Al contrario, la trayectoria de Joseph Ratzinger demuestra que él es adverso a la democratización de la Iglesia católica, y absoluto partidario de mantener el predominio de las cúpulas clericales por encima de la feligresía.
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