De acuerdo,
Bones sigue el patrón algo prototípico de series de investigación criminal como la sobrevalorada
CSI o las buenas
Mentes criminales o
Numbers, pero sus diálogos y el cara a cara entre sus dos protagonistas representa la mejor tensión sexual no resuelta de la historia de la pequeña pantalla (con permiso, claro, de los Mulder y Scully de
Expediente X). Al más puro estilo McGuffin de Hitchcock (lanzar un señuelo argumental para acabar hablando de otro), me voy a centrar en
Bones, aunque quizá sea porque con
Lost aún no me atrevo. No oso plasmar por escrito lo que la mejor serie de la historia ha sido (y es) capaz de inocular en un servidor. Hay muchas voces que la califican de aburrida o de incomprensible. Nada de eso.
Lost es brillante, sublime, una obra de arte en un mundo de telebasura y en plena decadencia a pesar de la multiplicidad de canales, que van salpicando como Gremlins esparciéndose en una piscina. Aumentar la basura no es la solución, lo siento, por lo que la ficción (internacional, ya que la nuestra deja mucho que desear) es todo un salvavidas.
Que sí, que vuelvo a Bones. A partir de la investigación de casos de asesinato en el Instituto Jeffersonian (un Smithsonian pasado por el filtro de la ficción), la serie nos presenta a una antropóloga forense (Temperance Brennan, interpretada por Emily Deschanel) y a un agente especial del FBI (Seeleey Booth, interpretado por David Borenaz). Así, Brennan y Booth se adentran en la caza y captura de asesinos a partir de la información que pueden obtener de los huesos de la víctima, por lo que cada episodio se nos presenta con una intro decorada con algún cuerpo en avanzada descomposición, con restos de huesos o con esqueletos que parecen escapados directamente de alguna peli de terror.
Pero, al contrario que en
CSI, Bones se recrea algo menos en las autopsias y estudios forenses, y cuando lo hace lo enfoca con algo más de humor (o sea, que dan menos asquito en alguien tan miedica como un servidor) y como excusa para presentar unos diálogos espléndidos, tanto entre Brennan y Booth como con unos secundarios de lujo que compiten en calidad, por ejemplo, con los de
House.
Así, la antropóloga y el agente especial conviven con un millonario que ejerce de analista de órganos (Jack Hodgins), una artista forense especialista en comportamiento humano y capaz de poner rostro a los cuerpos (Ángela Montenegro) y un joven, y a menudo ignorado, psicólogo (Lance Sweets) que intenta asesorar y hasta analizar tanto el trabajo como las relaciones entre sus compañeros, con resultados algo tristes. Pululan también por ahí otros personajes, como la jefa de Brennan (Camille Saroyan, con cierto peso en algunos capítulos) y varios becarios (un toque de humor más, aunque son distintos los que han ido desfilando), pero el quinteto titular permite a los guionistas una serie de hilos argumentales que en un solo capítulo ya tienen más valor que la programación entera de Tele 5 (no sólo la actual, sino también la de todos los veinte horrendos años que ahora les da por celebrar) y Antena 3 juntas.
Brennan busca claves ocultas en unos huesos (de hecho,
Huesos es el apodo que le ha puesto Booth) que tiene claro que casi pueden hablar y ofrecer información acerca de una persona, de cómo murió y hasta de cómo vivió.
La grandeza de la serie se basa en la relación Brennan-Booth. Así, mientras la antropóloga es fría, muy inteligente, algo ingenua, demasiado literal en sus apreciaciones, nada mística, racional, con escaso sentido del humor, emocionalmente retraída, centrada en su trabajo y con fe únicamente en la ciencia; el agente especial es abierto, formado en el ejército, creyente (se define como católico en la serie), impetuoso en ocasiones, con sentido del humor, deportista e intuitivo. O sea, un equipo perfecto para luchar contra el mal. Emocionalmente, se conoce poco de la vida sentimental de Brennan (aunque ella hace algún comentario), mientras que de Booth se sabe que tiene un hijo y que en su vida van surgiendo diversos romances, aunque el más esperado (al menos hasta ahora) no se ha producido: exacto el que existe (o existirá) entre ambos compañeros. Sus diálogos son impagables y van forjando un lazo muy intenso, con una atracción evidente (hasta la científica parece estar cayendo rendida a los encantos de su compañero de gigantescas hebillas de cowboy y fobia a los payasos) y un conocimiento mutuo que incluso dificulta la relación con el resto de miembros del Jeffersonian.
Para hacer más evidente esa tensión no resuelta, en el otro extremo del cuadro los guionistas han querido que Ángela y Hodgins sí que tengan un intenso romance. Ángela es (demasiado) desinhibida y lucha con el carácter de Brennan, a la que quiere convertir a su causa, mientras (de otra forma) juega también con Hodgins, con el que está incluso a punto de casarse.
La serie ha llegado al capítulo 100 (la FOX lo emitió hace un par de semanas, mientras aquí La Sexta sigue mareando un poco a los seguidores con una mezcla de episodios actuales y antiguos, sin demasiado criterio ni lógica). ¿Una cifra relevante? Lo importante ha sido el hecho de que se ha centrado en la pareja protagonista, con un flashback
lostiano para remitirnos al momento en que ambos se conocen (aquí entraría eso llamado spoiler, por lo que si algún fan de la serie quiere dejar de leer, que vaya a la columna de De Segovia, siempre interesante). Cuando arrancó la serie, Brennan y Booth ya se conocían y, de hecho, empezaron con cierto mal rollo entre ellos. ¿Cómo cambió la cosa? Es un capítulo (dirigido además por el mismo David Borenaz) que apunta a un final feliz, pero que concluye con unos minutos sublimes, cuando Booth se declara abiertamente (lo había hecho antes en muchas ocasiones, sin explicitarlo) pero Brennan, afectada y con los ojos llorosos, le rechaza. Estos pocos minutos tienen más fuerza, más intensidad narrativa, más
savoir faire televisivo que todas las escenas juntas de “amor” que las series hispanas han intentado colar como emocionantes y que acaban rozando cierto ridículo costumbrista. Brennan no esquiva a Booth porque no le quiera. Al contrario. Teme perderle algún día, teme tener que trabajar (lo que llena su vida) sin él al lado. Teme reconocer que tiene sentimientos. Teme.
Bones, pues, se nos presenta como una serie más basada en la resolución de un asesinato. Pero es algo más, mucho más. La esencia policíaca es la excusa para ofrecer una trama, pero
Bones es una serie sobre el amor y el desamor, sobre la soledad, sobre el miedo, sobre el deseo, los celos y las relaciones humanas.
Es un despliegue técnico espectacular para acabar en lo más frágil del ser humano: no, no es el miedo a morir o a estar rodeados de violencia. Es el miedo a estar solos.
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