No es correcto asociar corrupción con ideologías concretas, porque la corrupción no tiene ideología; ningún partido está libre de albergar corruptos, pero cada grupo político está obligado a dar una respuesta inequívoca ante ellos; la claridad y contundencia de esa respuesta sí que define la salud política de esa organización.
Los evangélicos sabemos que la corrupción no viene de afuera, no se origina en las estructuras políticas –si acaso es facilitada por ellas–, sale de dentro, del corazón del ser humano.
El caso Gürtel se entiende bien a la luz de Mr 7.22: “los hurtos, las avaricias, […] el engaño, […] la soberbia, la insensatez”; cada una de estas palabras explica una buena parte de los 50.000 folios del sumario; pues bien, el texto continúa: “todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre”.
Por lo tanto, cualquier persona, por su naturaleza espiritual corrompida, en cuanto accede a una cuota de poder, tiende a desviar el uso del poder en beneficio propio; el meollo de la democracia está en controlar y restringir el ejercicio incontrolado del poder. Que este abuso se manifieste en corrupción económica es sólo un síntoma, porque el dinero da sensación de poder. Es justamente la ostentación en el consumo, la avaricia asociada a la soberbia y a la insensatez, lo que ha delatado a algunas de las personas implicadas en el caso Gürtel.
Todo partido político debería tener esto en cuenta: por ser compañeros de partido, mis militantes no están libres de la tentación de la corrupción; cada partido debe velar por la integridad moral de sus militantes y establecer sistemas de supervisión pertinentes. Por cierto,
ayudaría mucho contar con mecanismos transparentes de financiación de las organizaciones políticas, algo de lo que se viene hablando ya desde el caso Filesa, porque encima permea la idea de que los corruptos pueden ser generosos caballeros que hurtan para financiar a sus partidos y éstos les pagan abandonándoles cuando son cazados.
La corrupción es mala cuando anida en los bancos de la oposición a mi partido, pero es destructora cuando asienta ocultada entre los míos.
Al compañero corrupto no hay que encubrirle, no hay que dejar pasar el tiempo ni mirar para otro lado; ni es ético ni es práctico: a corto plazo parece resultar eficaz, pero cuando se destapa la corrupción el precio que paga la organización es mucho mayor. Es explicable que los acusados tengan entonces una reacción virulenta y se sientan traicionados: ¿por qué antes era un militante útil y ahora nadie quiere verse relacionado conmigo?
En el presente caso, no podemos hacer juicios definitivos porque estamos en fase de instrucción, pero debería haber mecanismos políticos saludables que se anticipasen a los judiciales: si al final el Sr. Crespo resulta culpable, nos preguntaremos cómo no tuvo antes evidencias de anormalidades la cúpula del PP gallego que lo tuvo de Secretario de Organización; si al final el Sr. Bárcenas resulta culpable, nos preguntaremos cómo la dirección del PP español ignoró lo que sucedía con su tesorero por décadas. Y no olvidemos que algunas actuaciones pueden no ser imputables judicialmente, pero sí ética y políticamente; así, aunque algunas grabaciones de este caso no sirvan técnicamente como prueba, son muy relevantes desde el punto de vista ético y deberían tener respuesta política clara y precoz, no tardía.
Pero hemos de ser realistas y no caer en el escepticismo de decir “la corrupción de los políticos es inevitable”; al contrario: la corrupción tienta el corazón de cada hombre y el objetivo realista de la democracia no es imposibilitarla, sino establecer mecanismos rigurosos para diagnosticarla y reprimirla. En la España de Franco o en la Cuba de Castro se encuentra tanta o más corrupción, pero la dictadura impide que salga a la luz, le concede impunidad y la perpetúa y multiplica.
La democracia no sana la naturaleza pecadora de las personas, la saca a la luz, cumple el principio bíblico de “nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse” (1) y, en aplicación de Romanos 13, restringe sus efectos destructores. Es, así “servidora de Dios para nuestro bien (2)”.
MULTIMEDIA
Pueden escuchar aquí la entrevista de Daniel Oval a
X. Manuel Suárez sobre "Corrupción política y el Caso Gürtel
(1) Mt 10.26
(2) Ro 13.4
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