Sí, alguien dirá que los muñecos de
Toy Story también cobran vida, que los coches de
Cars surcan la Ruta 66 con sentimientos humanos y que Nemo, y demás peces de esa road-movie acuática, también hablan (aunque en algún caso ejercen más de pez, como Dori).
La factoría Disney, tanto en su vertiente histórica (o sea, con las pelis de Pinocho, Blancanieves, Bambi, El Libro de la Selva y un largo etcétera de adaptaciones de cuentos y libros) como en la más reciente revolución de Pixar (en manos del gigante americano desde hace unos añitos), equivale para mucha gente a cine. Pero para mi generación tiene un vínculo directo con la televisión (y no, no hablo de Disney Channel, un fenómeno que merece artículo aparte), con esos episodios surrealistas, marcianos y que rivalizaban directamente con los de la Warner (sí amigos, hablo de Piolín, Bugs Bunny, el Correcaminos, Porky, el Demonio de Tasmania,…) o Hannah-Barbera (los Picapiedra, Magila Gorila, el oso Yogi, Scooby-Doo, los Supersónicos,…).
No deja de ser curioso que muchos de esos dibujos han marcado la infancia de varias personas con la que he hablado, pero
no deja de ser paradigmático que Goofy sea uno de los que más sensaciones ambiguas crea. Y hablo de gente que, de mayor, es normal y todo, como yo (ejem). Goofy era uno de los mejores amigos de Mickey y, curiosamente, es uno de los pocos que llega a ser padre (de Max Goof), mientras sus compinches Mickey y Donald eran tíos, pero no sabíamos quienes eran sus hermanos. Inquietante.
Si por algo me fascinaba Goofy era por esa comparación con Pluto. Sí, ya hemos visto que hay juguetes, coches, osos, ciervos o peces que hablan, pero cada uno en su película.
Goofy y Pluto eran distintos, ya que el primero incluso ejercía de dueño del segundo (ojo, hablo de recuerdos, por lo que ningún fan del perro con guantes y chaleco se querelle si cometo alguna incorrección).
La especialidad de Goofy (y una de la factoría Disney, a pesar de la posterior fama por las películas) son los cortos de animación, entre los que destacaba una serie dedicada a distintos deportes (baseball, hockey, natación,…) en la que un desgarbado Goofy se movía con una plasticidad y un ritmo inimaginable para la época (atención, que son dibujos creados, la mayoría de ellos, en los años 40).
Su peculiar risa, su forma de moverse y un carácter entre ingenuo y didáctico, le dan a Goofy un sitio de honor en el podio de personajes animados. Primero, formando trío con Donald y Mickey, pero cuando Disney se dio cuenta de sus posibilidades le hizo independizarse para adentrarse en una serie de cortos deliciosa, una de esas a las que siempre vale la pena volver cuando el paso apático por la revolucionaria TDT (nunca con tantos canales la calidad fue tan baja) aburre o indigna.
La mejor demostración de que Goofy consiguió hacerse con un hueco como estrella Disney es que hasta llegó a tener su alter ego en forma de superhéroe: sí amigos, bajo el nombre original de Supergoofy se escondía nuestro personaje, ataviado con una cutre capa azul y una especie de pijama de lana rojo (daba picores sólo de verlo) y zapatos que parecían más unos mocasines algo viejunos.
Para redondear las dudas acerca de Goofy, la cuestión pasa por decidir si el suyo es el uniforme de superhéroe más cutre de la historia, aunque creo que me sigo quedando con el casco de romano y la capa roja de Supercoco (una imagen complementada por esos indescriptibles aterrizajes algo forzosos).
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