Sería como una "adopción prenatal" equiparable a aquella antigua costumbre que tenían algunas mujeres de amamantar a los bebés de otras cuando éstas se quedaban sin leche, con el fin de salvar la vida de los pequeños.
No obstante, además de esta posibilidad existen otras matizaciones que no debieran pasarse por alto. Cuando se afirma que la maternidad de alquiler ofende la dignidad del niño y es contraria a su derecho a ser concebido, traído al mundo y criado por sus padres, ¿qué es lo que en realidad se quiere decir? Parece que se está invocando el principio moral de que a los niños tienen que criarlos sus verdaderos padres genéticos y no otros. Si esto tiene que ser así, la sociedad y las leyes que ella crea deberían procurar por todos los medios que tal derecho infantil se respetara siempre. Pero si, de verdad, se está ante un principio moral universal entonces, para ser consecuentes, se deberían prohibir también todos aquellos comportamientos que atentan contra tal derecho, como el divorcio, la separación, el nuevo matrimonio, la adopción o incluso la inseminación artificial. ¿Es que acaso no se ofende la dignidad de los niños cuando se les obliga a convivir con personas que no son sus verdaderos progenitores, como ocurre después del divorcio y consiguiente emparejamiento? ¿Por qué tendría que ser la maternidad subrogada más ultrajante hacia los derechos e intereses del pequeño que la separación de sus padres y las nuevas relaciones que algunos establecen después? ¿si las leyes no prohíben éstas por qué tienen que impedir aquélla?
Es verdad que, debido a la gran importancia que tiene la relación entre la madre y el hijo para el desarrollo de la personalidad de éste, se puede poner en entredicho el tipo de vínculo existente entre una mujer y el feto que gesta exclusivamente por un puñado de dinero y del que va a desprenderse en cuanto nazca. Ofrecerse como madre de alquiler sólo por el beneficio económico que se obtenga puede ser algo éticamente censurable.
Sin embargo, no es posible tratar con el mismo criterio a aquella otra mujer que presta de manera altruista sus entrañas para que su amiga, pariente o cualquier otra persona que lo necesita, pueda tener el hijo propio que de otra forma le sería imposible. ¿Qué hay de malo o inmoral en esta actitud? ¿Qué norma ética se incumple? ¿Acaso no está empapado todo el proceso de una clara intención en favor de la vida? ¿No se está creando un niño que va a permitir que se forme y crezca una familia? Si, tal como se desprende del Evangelio, arriesgar la propia vida por un amigo es una actitud cristiana, ¿por qué no está bien visto utilizar el útero por una amiga que lo necesita? ¿cómo es posible considerar como un contravalor el que alguien sea capaz de prestar temporalmente su cuerpo para crear vida? ¿Está en un error la madre de alquiler que actúa así?
No es coherente que la misma sociedad liberal que permite la práctica del aborto, dando así libertad para destruir a miles de seres inocentes no deseados, impida a la vez que una mujer pueda tener un niño por otra, coartando su libertad para generar vida humana. Si se otorga libertad en un caso hay que concederla también en el otro. ¿O es que sólo tiene que haber libertad para matar y no para dar vida? Es difícil encontrar argumentos fundados en principios morales convincentes que vayan contra la maternidad de alquiler. Tener un niño para un matrimonio que no puede y que lo desea con toda su alma es un bien humano fundamental que no tiene por qué suponer la utilización de la madre de alquiler como un medio, o como una esclava explotada, para los fines de otra. Se trata de una relación libre en la que ambas partes pueden decidir por sí mismas.
Sólo podría darse la explotación si existiera alguna forma implícita de coacción como la pobreza, la necesidad de dinero para sobrevivir, la presión fundada en el poder desigual, el chantaje psicológico, familiar o social que obligara a la mujer a someterse a la maternidad subrogada. Estas situaciones de esclavitud moral no únicamente pueden darse en algunos casos de madres sustitutas sino que también existen dentro de ciertos matrimonios tradicionales en los que el marido presiona a la esposa y la convierte en un medio para sus fines, en un mero objeto de placer sexual o en una esclava doméstica de su propiedad. Pero tales situaciones anómalas e indeseables no se dan afortunadamente en todos los matrimonios y tampoco tienen por qué ocurrir en la mayoría de los acuerdos de la maternidad de alquiler.
En ocasiones, se afirma también de las mujeres estériles que deciden tener un hijo recurriendo a las madres sustitutas, que al hacerlo están usando al futuro bebé como un medio para sus propios fines; que actúan de manera egoísta porque creen tener "derecho" a la maternidad. Y esto sería algo éticamente inaceptable. No obstante, es conveniente plantearse de forma seria el por qué de la paternidad. ¿Cuál es el verdadero motivo por el que las parejas fértiles deciden tener hijos? ¿Llegan siempre a esta decisión por razones altruistas o, a veces, pesan más los intereses personales? Es muy posible que en bastantes casos los niños vengan al mundo para dar apoyo psicológico a un matrimonio que está a punto de separarse; o por falta de manos para trabajar y colaborar en la economía familiar; o para suplantar al hermano muerto, para recibir ayuda asistencial de la seguridad social, para equilibrar el sexo de una familia; o por accidente e imprevisión en la planificación familiar, por descuido pero no porque en realidad se deseara; o incluso porque no fue posible practicar el aborto a tiempo, etc.
Ninguna de tales situaciones son ideales para llamar a la vida a una nueva criatura. Afortunadamente no siempre es así. En la mayoría de los casos los hijos se tienen por amor y con el deseo desprendido de dar vida a un nuevo ser humano. Pues, de igual manera, ¿por qué no podría una pareja infértil desear un hijo de forma completamente altruista, y traerlo al mundo por medio de la maternidad de alquiler? El bebé que nace de una madre sustituta no tiene por qué ser un medio para un fin más de lo que pueda serlo otro niño nacido de un matrimonio habitual. ¿Acaso el acuerdo entre los padres estériles y la madre subrogada no puede basarse exclusivamente en el amor sincero hacia el futuro hijo? ¿Por qué no les puede mover sólo el deseo de proporcionar bienestar, cariño y educación al pequeño?
Por lo que respecta a los posibles efectos psicológicos que la maternidad subrogada pudiera tener para los niños nacidos mediante ella, que en el futuro se preguntaran ¿quién es mi verdadera madre? o ¿de quién he nacido yo?, lo cierto es que no existe ningún estudio serio que demuestre que tales niños son psicológicamente más problemáticos que los nacidos en hogares tradicionales. No hay ninguna prueba de que los niños nacidos de la maternidad de alquiler posean un psiquismo tan dañado que sería mejor no traerlos al mundo. En cambio, sí existen estadísticas referentes a niños adoptados que ratifican la existencia en ellos de una mayor incidencia de problemas psicológicos. Sin embargo, hasta ahora nadie ha sugerido que la práctica de la adopción constituya un problema tan serio para tales niños que ésta tenga que ser prohibida. De la misma manera existe también un gran número de pruebas y estudios que demuestran las repercusiones psíquicamente negativas que el divorcio o la separación de los cónyuges tiene para los hijos implicados. Y nadie solicita tampoco la prohibición social de tal práctica. ¿Por qué entonces sí se pide que se prohíba la maternidad de alquiler, sin tener ninguna prueba empírica que demuestre su pretendida nocividad?
También se ha señalado que tales prácticas pueden generar numerosos problemas afectivos, en las madres sustitutas que se prestan a ellas, ya que el hecho de entregar al bebé después de relacionarse íntimamente durante tanto tiempo con él significa una grave ruptura psicológica y sentimental. Este asunto ha sido tan tratado que incluso se llevó al cine. El caso del matrimonio Stern que no podía tener hijos y recurrió, por medio de una agencia de Manhattan, a la pareja Whitehead cuya mujer se comprometió a actuar como madre sustituta y asumió ser inseminada artificialmente con semen del Sr. Stern para donar finalmente al bebé después del parto y a cambio de diez mil dólares. Sin embargo, la Sra. Whitehead cambió de opinión después de dar a luz y se inició así una serie de juicios que terminaron por conceder la niña en adopción al matrimonio Stern, ya que se consideró que esta familia era más estable y protegía mejor los intereses de la pequeña.
Pero la realidad es que de los miles de nacimientos de maternidad subrogada, ocurridos durante los últimos años en Estados Unidos, únicamente en el uno por ciento de los casos se ha dado este tipo de problemas legales. Ello parece confirmar que la práctica de la maternidad de alquiler no tiene unas consecuencias afectivas tan indeseables para estas madres que la ley debiera prohibirla como si se tratara de algo socialmente nefasto. En favor de este modo de reproducción que pretende ayudar a determinadas parejas infértiles hay que decir que el anhelado bebé dispone ya, antes de nacer, de un ambiente familiar que le acoge; se trata de un remedio humano a una situación fisiológica desgraciada y no atenta contra la unidad del matrimonio sino que, al contrario, el bebé será probablemente un motivo de mayor unión y felicidad. No parece, pues, que haya algo moralmente incorrecto en este método. Sin embargo, debido a las dificultades existentes en la práctica para llevarlo a cabo, la maternidad de alquiler, no será nunca el principal sistema preferido para tener un niño. Únicamente solucionará el problema de infecundidad de unas pocas familias.
La semana que viene:
la maternidad de de alquiler ante la Biblia.
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