La última criatura (en este caso, de Zeppelin TV para Antena 3) se llama
Invisibles, un espacio que la cadena vende como un documental que pretende retratar el mundo de la mendicidad en España.
Para hacerlo, se vale de la (supuesta) experiencia de cinco famosos durante diez días en la calle. Puede sonar hasta loable, ya que todo el mundo (hasta Antena 3) debe tener su corazoncito, pero ése es, precisamente, el problema. No, no es una cuestión de corazoncito, y sí de corazón. Y no del rojo que bombea y que gestiona, a su manera, sentimientos y esas cosas. No. Del rosa. Los cinco famosos son, atención: Sofía Mazagatos, Alvaro de Marichalar, Miguel Temprano, Blanca Fernández Ochoa y Yeyo Llagostera. O sea, una ex-miss España (ese desfile de carne fresca en bikini y con ganas de “paz en el mundo”), el hermano del chico que acaban de retirar del Museo de Cera y de la foto de la familia real, un paparazzo nauseabundo reconvertido en supuesto periodista (su función es buscar el morbo barato con la excusa de la denuncia), la primera mujer que ganó una medalla en unos juegos olímpicos de invierno (y la única que no sé qué pinta con esos “compañeros” de programa) y Yeyo Llagostera (algunos hablan de él como escritor, cuando en realidad deberíamos hablar de un pájaro que se pulió la herencia su padre viviendo a todo lujo en la órbita marbellí y acabó en la cárcel por traficar con cocaína).
O sea, cinco periodistas con capacidad de análisis. Va llegando el momento de dar un portazo, de acabar con todas estas farsas. Lo que hay que pedir a las cadenas de televisión es que sean sinceras, que no intenten colar lo que no es. Y lo siento, pero
Invisibles no es un programa de denuncia, es un pastiche basado, de nuevo, en el morbo, en la anécdota y el engaño.
Primero, hablan de unas presuntas cámaras ocultas, cuando es evidente que el seguimiento que se hace de los cinco personajes no es precisamente con una cámara a cien metros y tapada con una funda o con una metida en una bolsa de deporte. Segundo, visten a los cinco como excursionistas (más que como mendigos) y los lanzan a la calle a cara descubierta: quizá nadie (o casi nadie) reconozca al vividor de Llagostera, pero no cuela que NADIE reconozca a Mazagatos, a Marichalar o a Temprano. Sé que media España dedica sus horas de ocio a releer a Joyce, pero sospecho que alguien habrá por ahí que conozca esas caritas (que no Cáritas, entidad que ya ha criticado el espacio).
Tercero, insisten en que no hay manipulación, pero ese trozo de pizza bien envuelto que, de repente, aparece en las escaleras de un metro huele a un montaje peor que los affaires de Núria Bermúdez. Y cuarto: igual meto la pata, pero no me creo que esas cinco personas hayan vivido diez días seguidos en la calle, bajo cero y sin ir a picotear algo en el cátering de la tele entre toma y toma o sin pegarse sus dormidas en un hotel apañadito.
Puestos a hacer basura, pues prefiero que hagan cástings de triunfitos, que bailen lo peor que puedan o que se aíslen en una casa mientras flirtean bajo el edredón o se insultan a 0,5% de share el taco. En serio. Al menos, ahí, no engañan. Apestan, pero no engañan. Pero
en Invisibles traspasan una (otra) frontera, la de jugar con la dignidad de unas personas que deambulan por nuestras calles. Antena 3 nos habla de “su mundo” y de mostrar el día a día de “los verdaderos protagonistas de este programa”, unos protagonistas utilizados vilmente para ganar audiencia con una supuesta aproximación a “las historias humanas de los sin techo” (Antena 3 dixit). Lo siento por Iria, Tito, Karol, Tomás y Javier, pero lo peor ya ha pasado. No os preocupéis, que ya se han ido: Marichalar ya ha rehecho algo su apellido mediático después del despido de su hermano y Temprano ha vuelto a exprimir otras vidas con total impunidad para que su cuenta corriente siga engordando.
En la pobreza existe una dignidad, una mirada que traspasa cualquier cámara, cualquier alma y cualquier pensamiento. La pobreza no es un espectáculo. No hay derecho que la televisión, en su vertiente más zafia, persiga a personajes que la misma sociedad se está sacando de encima.
No se trata de caer ni en el paternalismo ni en un discurso contra el capital. Se trata de eso, de dignidad, algo que los de Antena 3 (ricos en audiencia, pobres en espíritu) ni siquiera han oído hablar. Su único objetivo: dominar el mando con unas mentes retorcidas y conspiradoras mientras sueltan una de esas risas de malo, sobreactuadas, graves y que provocan escalofríos.
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