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Homosexualidad

La atracción sexual hacia las personas del mismo sexo es una tendencia tan antigua como la primera civilización humana. Ha existido desde siempre en todos los pueblos y culturas, incluso amparada o fomentada por diversas prácticas cultuales o religiosas.
CONCIENCIA AUTOR Antonio Cruz Suárez 06 DE MARZO DE 2010 23:00 h

Desde los antiguos templos cananeos, en los que se veneraba a divinidades de la fertilidad mediante ritos orgiásticos o prostitución sagrada de carácter bisexual, pasando por las culturas persa, griega, romana y hasta nuestros días, la homosexualidad en sus respectivas variantes (lesbianismo, pederastia, ambisexualidad) ha venido siendo una constante, más o menos influyente, en la historia de la humanidad.

En la actualidad la cultura homosexual ha avanzado gracias sobre todo a la ayuda y difusión recibida de parte de los medios de comunicación, así como al proceso general de secularización y aparente liberación de la sociedad. Sin embargo, como señalaba el pastor José‚ María Martínez: En lo que a homosexualidad se refiere, es posible que en vez de avanzar hacia situaciones de "liberación", los movimientos homófilos reconduzcan el mundo a los tiempos de las sociedades cananea y grecorromana. “Nada hay nuevo debajo del sol” (Martínez, J. Mª., La homosexualidad en su contexto histórico, teológico y pastoral, Cuadernos ética y Pastoral, Alianza Evangélica Española, Barcelona, 1992: 3).

No obstante, lo cierto es que la bioética actual no debiera pasar por alto una realidad tan arraigada en el comportamiento humano. ¿Cuáles son las causas de la homosexualidad? ¿Podrán ser controladas en el futuro mediante manipulación genética? ¿Es lícito que los homosexuales accedan a las técnicas de fecundación in vitro y puedan así tener hijos? Son numerosos los interrogantes que relacionan homosexualidad con bioética y que demandan de los cristianos una respuesta equilibrada a la luz del Evangelio.

Por lo que respecta a las causas originarias de la homosexualidad existen dos planteamientos que generalmente se contraponen por parte de sus defensores, pero que también es posible que puedan muy bien complementarse. Se trata de la tesis organicista y la psicosocial.

La primera sostiene que la homosexualidad tiene una causa orgánica hereditaria que puede ser más o menos activada mediante secreción hormonal. Los trabajos del genetista norteamericano, Dean Hamer, acerca de los genes implicados en la homosexualidad, apuntan en esta dirección (Pool, R., 1998, “Dean Hamer: del gen “gay” al gen de la alegría, Mundo científico, 180:534-547). Hamer llegó a la conclusión de que en determinada región del cromosoma X de los homosexuales varones, la llamada Xq28, existe uno o varios genes que contribuyen a su comportamiento homosexual. No se sabe exactamente cuál sería la función concreta de tales genes, si intervendrían o no en el desarrollo del hipotálamo haciendo que esta región del cerebro masculino homosexual fuese distinta a la correspondiente del hombre heterosexual, como piensan algunos investigadores.

Lo cierto es que, a pesar de la oposición de otros muchos científicos, la hipótesis de Hamer está resistiendo hasta el momento, aunque el famoso gen gay no haya podido ser localizado y su verdadera función continúe siendo un misterio.

Posteriormente un grupo de genetistas canadienses de la Universidad Western Ontario declararon a la revista científica Science que, después de estudiar a 52 parejas de hermanos homosexuales, llegaron a la conclusión de que la homosexualidad masculina no obedece a causas genéticas y que, por tanto, el gen gay no existe (El País, 24.04.99).

La tesis psicosocial afirma, por otra parte, que la homosexualidad depende fundamentalmente de la educación recibida, del ambiente en el que se ha criado la persona. Se trataría, según este planteamiento, de algún tipo de alteración en el desarrollo psíquico y sexual ocurrida a causa de la influencia de los modelos de conducta observados.

Muchos autores coinciden en señalar que el influjo de madres dominantes y protectoras junto a padres sumisos, tímidos pero hostiles, puede desencadenar tendencias homosexuales en los hijos varones. Es muy posible que la mayor parte de tales desviaciones sexuales se daban a esta segunda hipótesis educacional, sin embargo ello no elimina el riesgo de que existan asimismo causas puramente orgánicas o genéticas y también ¿por qué no? combinaciones de ambas posibilidades. De momento parece que la tesis psicosocial tiene más fundamento que la organicista.

Sea cual sea el verdadero origen de la homosexualidad, lo cierto es que la Sagrada Escritura condena claramente la práctica de la misma. La práctica de la sodomía es considerada siempre como un pecado que rechaza Dios. Esto no quiere decir que todos aquellos que tienen tendencias homófilas -por posibles causas genéticas u otras- sean responsables de su inclinación sexual, sino que es la práctica de los actos homosexuales lo que no recibe en ningún caso la aprobación divina.

Es conveniente aquí matizar que no todos viven sus inclinaciones homosexuales de la misma manera. Existen homosexuales que se sienten orgullosos de serlo, como también los hay que sufren su situación en silencio y buscan una posible solución, que no es fácil conseguirla pero sí posible. Se conocen numerosos informes psicológicos que atestiguan de casos concretos en los que se ha pasado, mediante la ayuda adecuada, de la homosexualidad a la heterosexualidad. Pero lo que no resulta admisible, desde un punto de vista cristiano, es colocar la homosexualidad en el mismo nivel que la heterosexualidad, como se hace en nuestros días. Tampoco parece conveniente permitir que un niño crezca en el seno de una pareja homosexual o que el concepto de matrimonio y familia deba extenderse también a las parejas homosexuales.

Lo importante será siempre el poder de la propia voluntad. El impulso homófilo no tiene por qué ser más fuerte que el heterófilo. Si se puede controlar el segundo ¿por qué no se ha de controlar también el primero? ¿Acaso hay que tratar de forma diferente, desde el punto de vista moral, al homosexual que al heterosexual? Igual que el creyente heterosexual tiene que superar todo tipo de desórdenes sexuales con las personas de sexo contrario, el homosexual deberá superar los suyos propios hacia los de su mismo sexo. Decir que el homosexual no puede dominar sus tendencias y necesita inevitablemente llevarlas a la práctica, es como afirmar que el exhibicionista, el pedófilo, el fornicario, el que practica el acoso sexual o el violador no pueden resistirse a tales vicios o depravaciones y que, por tanto, no se les debería recriminar su actitud. Nada más lejos de la verdad.

El apóstol Pablo dirigiéndose, en cierta ocasión, a los corintios de su época les amonestaba con estas palabras: ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones,... heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Co. 6:9-11). Si en aquella época hubo homosexuales que se convirtieron a Cristo y consiguieron reorientar su conducta sexual, ¿por qué tendría que ser hoy imposible?
 

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AN
25/03/2011
21:04 h
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Considero el párrafo que se cita una falta de sensibilidad. Sin duda para el heterosexual canalizar o superar sus instintos sexuales y someterlos al plan divino para la sexualidad es todo un reto pero con la esperanza de un día verlo cumplido y disfrutar de la realidad del matrimonio como reflejo de la relación entre Dios y Su Iglesia y mientras disfrutar de una relación sana y natural con personas del otro sexo. Para el homosexual todo ésto no es posible, pues debe incluir en su proyecto vital la idea de que quizás nunca tenga una relación de atracción mutua con otra persona porque no pueda desarrollarla heterosexualmente y no verá satisfecho lo que para él/ella es normal. Todos sus sentimi
 
Respondiendo a AN

José Pérez
25/03/2011
19:30 h
1
 
'Lo importante será siempre el poder de la propia voluntad. El impulso homófilo no tiene por qué ser más fuerte que el heterófilo. Si se puede controlar el segundo ¿por qué no se ha de controlar también el primero? ¿Acaso hay que tratar de forma diferente, desde el punto de vista moral, al homosexual que al heterosexual? Igual que el creyente heterosexual tiene que superar todo tipo de desórdenes sexuales con las personas de sexo contrario, el homosexual deberá superar los suyos propios hacia los de su mismo sexo.
 



 
 
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