Nada, sino el agua plácida del río Tormes y la blanca garza frente a mi ventana.
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Una teología que no se embarre en el día a día de los más necesitados, podrá ser una hermosa metáfora pero no una traducción perfecta del Amor al prójimo.
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Nombra la Deidad en el instante de todos los instantes.
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Por hambre se multiplican los muertos. Que no se te vaya esa visión cuando hables del derecho a la vida y, a la vez, niegues el derecho al pan y a la salud de los más excluidos, extranjeros indocumentados al frente.
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El padre se regocija cuando el hijo hereda su quehacer de justicia.
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Tristísima la fantasmal unión de un matrimonio que viste de féretro el éxtasis de sus cuerpos. También si no enlazan sus espíritus para decir, por ejemplo: amanece, amor como la sed…
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El Poeta estuvo en la primera noche del Verbo, con su corazón expuesto al Viento.
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La discrepancia es saludable para la razón y la emoción. Lo otro es condenarse al remedo.
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Lo inmundo es el aliento de quienes perpetran emboscadas con la sonrisa de sus dos caras.
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Constatación del sosiego: ver la señal eterna mientras el Amor sucede.
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A una estatua nunca pidas desenlaces propicios. ¡Abre los ojos y mira cómo sus dedos están mutilados y cómo el cincel la hizo sorda!
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Que tus pies no vayan por un camino ciego.
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Unos versos del poeta Jeremías, tan actuales en su lamentación: “La lengua del niño de pecho se pegó a su paladar por la sed; los pequeñuelos pidieron pan, y no hubo quien se lo repartiese”.
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Ruidoso festín el de la gleba.
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Reposa sobre el vientre amado, sin apresurar el adiós de tan apacible hospedaje.
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¡Vengan obras si derivan de una Fe inquebrantable en Cristo! Quien lo desee siga encadenado a otros cometas teológicos, pero resulta diáfano lo anotado por Santiago, el buen hermano de Jesús.
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Aquellos de moral raquítica no están tranquilos ni en sus escondrijos.
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Por tenerte, Amada, oigo arpas jubilosas, flautas de gozo, címbalos acompañando un dulce Cantar. Oh moradora de las orillas del Tormes, guarda mi intimidad mientras puedas.
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Las palabras malvadas expanden todas las miserias de quien las profiere.
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Ante tragedias de horror y muerte que asolan a pueblos enteros, no aumentes su padecer voceando que es maldición por estar apartados de Dios. Tú, que gozas de bonanzas por doquier, intenta desprenderte de mucho o, al menos, acércate a esos estercoleros para servir como Dios manda.
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Por la ciudad pequeña todavía se oye a un ignaro -con toga y birrete- pregonar sobre la tolerancia. Pero se sabe que hay mendacidad en sus palabras, que habla florituras para que sean titulares de alguna prensa complaciente: dice todo lo contrario de lo que él hace o deja hacer a sus adláteres.
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No quiero jardines soñolientos como sucedáneos al ardiente sosiego.
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Una pálida ceremonia te amordaza y en tu orfandad ya no hablas de la resurrección ni esperas el regreso a contraluz. El llamamiento no depende de un lugar que dormita sino de los innumerables oxígenos de tu Fe.
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Si el horizonte se nubla, bastan unos latidos para de nuevo encender la chispa.
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Madre, mi corazón se ensancha cuando el teléfono me trae tu voz y tus bienaventuranzas.
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