Para resumir este artículo (así, si quieren, les evito seguir su lectura y pueden pasar a la columna de José De Segovia, por ejemplo, una de mis favoritas) diré que hay dos tipos de periodismo, dos formas de encarar un reportaje televisivo centrado en un entorno como el del terremoto del país caribeño (adjetivo que da más carga dramàtica al asunto, ya que
caribeño siempre nos suena a playa y verano perpetuo). Toda facultad de periodismo que se precie debería incluir en su primer curso el visionado de los dos reportajes que me he merendado de una tacada: uno, del programa Callejeros (Cuatro) bajo el título
Especial Callejeros: tiembla Haití. El otro, del espacio 30 Minuts (TV3), titulado
Haití, hora zero (
Haití, hora cero).
De entrada, vean cómo los mismos responsables de cada programa lo presentaban a través de sus webs. En el caso de
30 Minuts, con el texto siguiente: “Un equipo del 30 Minuts, encabezado por Eduard Sanjuan, ha ido a Port-au-Prince para elaborar un retrato minucioso y a fondo de los días posteriores a la catástrofe que ha afectado el país. Desde los primeros momentos de dolor y desesperación hasta los intentos de normalización y de recuperación de la cotidianeidad, el equipo de reporteros ha sondeado los diferentes estados de ánimo de las víctimas, de los supervivientes y de los equipos de ayuda y rescate”. Un texto que tampoco es para tirar cohetes y que, simplemente, presenta de una forma clara y concisa de qué va la media hora dedicada al tema. Tampoco hace falta más, pero luego hablamos del reportaje.
Vamos a
Cuatro, a
Callejeros, ese programa que venden así como modernito, integrado por jóvenes e intrépidos reporteros que se alejan de fórmulas convencionales y quieren acercarnos la realidad lo más desnuda posible, unos reporteros que, en las promos, ponen cara de “qué tíos más interesantes y enrollados somos” y se ponen a correr, cámara en mano, en busca de esa realidad (aunque al final van a los polígonos por los que todos pasamos tantas veces, vaya). Callejeros vende la moto de algo transgresor, innovador y creativo, pero en lugar de crear basura al estilo Tele 5, lo que hace
es ir directamente a ella. Lean, de entrada, cómo presentaba la cadena el reportaje de sus cachorros: “Cadáveres amontonados en las calles, cuerpos amputados, olor a muerte, gritos ensordecedores de dolor. La ciudad de Puerto Príncipe convertida en un cementerio con los cuerpos sin enterrar y con miles de personas heridas deambulando sin rumbo entre los escombros. En menos de sesenta segundos, Haití quedó devastada por el temblor de la tierra, con una magnitud tan brutal que borró la cara del país más pobre de América. Los reporteros de Callejeros han recogido la cruda realidad de una catástrofe en la que conviven la vida y la muerte. Nos muestran la dignidad del pueblo haitiano que hace frente a la devastación intentado recuperar el pulso de la vida cotidiana, sin olvidar a los desaparecidos. Tiembla Haití es un reportaje de Juan Antonio C. Arias y Marisa Fernández. Casi dos semanas después de que un terrible terremoto sacudiera uno de los países más pobres del mundo, este reportaje especial pone rostro y testimonios a la catástrofe. Una tragedia que ha generado movimientos de solidaridad alrededor de todo el mundo.” Los de Callejeros han cerrado bien el círculo: terminan hablando de
solidaridad y
dignidad (¡vaya cinismo!) después de llenarse la boca de cadáveres, cuerpos amputados y olor a muerto. Podría, no obstante, ser injusto basarse en estos dos textos que, al fin y al cabo, quieren captar la atención de la audiencia.
Como dije, pues, me despacho ambos reportajes (el de la
televisión catalana se puede ver aquí, mientras el de Cuatro lo podéis encontrar en
www.youtube.com ) y
el resultado es que en el mismo lugar, ante la misma noticia y con medios similares, se puede hacer periodismo y se puede hacer telebasura (no, el concepto no acaba con Mariñas, la Milà o los famosetes casposos).
Vayamos por partes:
Especial Callejeros: tiembla Haití (Cuatro): los reporteros se adentran en el Hospital de la Paz de la capital haitiana, donde se ponen las botas con los lloros, los gritos (se ceban, especialmente, en los niños), las heridas (si son abiertas y supurantes mucho mejor) o las moscas revoloteando en la sangre fresca. Sí, hablan con voluntarios y médicos, pero más preocupados en saber cuáles son las principales heridas que en su propio trabajo. El reportaje (?) no analiza nada, no explica, y se limita a una sucesión de imágenes morbosas, más parecidas a las que podría tomar cualquier turista con cámara de esas que se llevan de vacaciones (con la que, en casa, amenazarán con mostrar imágenes mareantes a amigos y familiares). O sea, lo que cualquiera podría hacer sin ser periodista, sin querer llegar un poco más allá de la capa de mugre que se ve a la primera. Todos recordamos la sucesión de imágenes que fueron apareciendo en los atentados de las torres gemelas de Nueva York o del metro de Madrid. Eran imágenes centradas en nuestro “entorno”. O sea, nuestro Occidente. Y todos valoramos la capacidad de explicar, de llegar a la noticia, de narrar la vida y la muerte sin tener que mostrar detalles escabrosos. Pero Haití no entra en esa categoría, y
lo que los de Callejeros no se atreverían a hacer en los Estados Unidos o en Alemania, lo hacen en un lugar de esos que, pobrecitos, mira como viven (y mueren) entre su propia miseria.
Los intrépidos reporteros buscan adultos llorando, bolsas de cadáveres, perros y cerdos hurgando en una montaña de basura. Abordan incluso a un médico (cuando vea el reportaje le dará un patatús), del que sólo se quedan con un comentario sobre el hecho de que “hay pacientes que en España intentarías salvar y aquí los denominamos
azules, que sabemos que se van a morir”. ¿Cuál es la respuesta de la “periodista”? Pues que “eso es muy duro para un médico, que no puedes hacer nada”. O sea, el comentario que haría cualquier madre o vecino de la escalera de ese médico. El reportaje muestra las calles y la gente hacinada en ellas. Claro que son imágenes reales, claro que lo que muestran existe, pero ahí está la trampa; es una deformación, un artefacto, una selección (mucho más planificada que lo que nos quieren hacer creer con su supuesta improvisación callejera), una forma de regodearse en la desgracia que culminan pidiendo a un haitiano que les muestre cómo es la letrina donde hacen sus necesidades. Ahí, ahí dentro es donde debería morir ese reportaje.
A los de Callejeros les cuesta poco armar un “reportaje” (sí, entrecomillado, ya que la palabra les va grande), ya que su tarea previa (la de
producción, básica en una información de calidad) brilla por su ausencia. Ellos no planifican y valoran con quién pueden hablar y de qué (ahí también entra otro aspecto clave, el de la
documentación, ni que sea por respeto al lugar donde van), y se limitan a soltar cuatro (nunca mejor dicho) comentarios estúpidos y faltos de respeto hacia sus interlocutores.
Haití, hora zero (30 Minuts, TV3): la intro del reportaje también habla del impacto, de la tragedia, de las colas que se forman para conseguir
alimentos. Pero tras la primera impresión,
el reportaje (planificado, producido y documentado) ya va más allá y busca analizar cómo se ha actuado y qué hay que hacer ahora. Para conseguir una lógica argumental, los reporteros de TV3 contactan, de entrada, con una familia que está buscando objetos y documentos en la ruina de su hogar y su negocio. Nos muestran las calles, sí, pero sin buscar lloros, muertos y basura.
Los de TV3 siguen el día a día de un periodista haitiano o de cómo la emisora Radio Comunitaria de Haití trabaja en mitad de la calle para elaborar información de utilidad pública o hasta para denunciar que se está creando un mercado negro de productos (como el agua) provenientes de la ayuda internacional; ahí ahondan en un metaperiodismo más que interesante, con reflexiones sobre la propia responsabilidad de los medios (Callejeros, aprended de esa modesta radio).
30 Minuts aborda cómo se organiza el país inmerso en el caos y con el 80% de sus edificios convertidos en escombros y busca las dos visiones sobre el tema: una, a través del ministro de Justicia, Paul Denis, al que acompañan en su intento de organizar y coordinar algo, comenzando por la diezmada policía haitiana. Explican alguna de las primeras medidas, como la de sacar a la gente del centro de la capital para poder iniciar la reconstrucción, así como la creación de un gabinete de crisis o cómo frenar la evasión masiva de presos, entre otros temas. TV3 también se adentra en el campo base de la ayuda internacional (cerca del aeropuerto), donde muestran la forma de trabajar de los equipos de rescate, centrándose en la figura de un cooperante catalán (de Terrassa, lo digo porque es mi ciudad, por nada más), que acaba juntándose con un equipo mexicano que, bajo el nombre de Los Topos, se mete en los lugares más complejos e inseguros en busca de víctimas, además de intentar recuperar objetos que consideran que son valiosos para las familias o algunas entidades (acaban encontrando, por ejemplo, una sotana y una Biblia del obispo de Port-au-Prince), a pesar de actuar a menudo alejados de lo que consideran una excesiva burocracia por parte de la ONU.
Los de TV3 también van al Hospital de la Paz (¿se encontrarían a algún integrante de Callejeros corriendo con cámara al hombro y poniendo cara de enfado y de supuesta afectación?), y resulta que se puede hablar del lugar sin mostrar nada morboso, fíjate tú. Para redondear el trabajo, se detalla cómo se organiza el operativo de seguridad por parte de los soldados de los Estados Unidos (sí, esos que dicen que son los malos de la película, aunque lo digan países que no levantan un dedo en el tema de la ayuda internacional) y cómo se vive, se convive, se comparte, se ríe y se llora en los campamentos diseminados por doquier.
Hablan también con un personaje interesante, el jesuita Ramiro Pàmpols, que lleva cuatro años en Haití y que explica que el terremoto “es una ilusión, una imagen falsa”, ya que la ayuda “sigue viniendo de fuera”. Pàmpols valora el trabajo de las ONG, pero lamenta que sólo sean “un parche”, cuando el país “necesita un bisturí, un gobierno estable y con la participación del pueblo”, aunque eso a los de Callejeros como que les da igual, mientras esa herida fresca de bien en cámara.
TV3 muestra también la tarea de un orfanato, cuya responsable explica que los niños haitianos (como suele pasar en la mayoría de países del Tercer Mundo) “son muy amados”, pero que en algunos casos las mismas familias los dan en adopción para que tengan más oportunidades. El equipo de la televisión catalana se acerca igualmente a cómo algunas empresas empiezan a retomar su trabajo. El reportaje se cierra con una mujer caminando entre los escombros, mientras con una voz dulce entona una canción, una oración directa a Dios pidiendo por su país.
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