Breviario del sosiego/12

Bendigo al Creador de nuestro Aparecer.


Doy clases de Derecho para vivir; escribo Poesía para no morir.


Reconózcase a quien se lo merezca; que el aplauso se deslice inacabable.


¿Cómo aprehender a la Divinidad sino intentando auscultar, con visión profética, cada prodigio cotidiano? La Revelación no debe ser olvidada; tampoco la comprensión metafísica de la otra Realidad.


Suave y bella dama: lo mío es un amor sin siglos y sin desesperanzas. No lo corrompe ni la enfiladura de la vejez.


No te importe tropezar una y otra vez con la piedra blanda de la gratitud. El agradecimiento torna grande tu humildad.


Ningún otro Paraíso: ya encontraré su puerta con la brújula que concibe mi intuición o con la sangre de mis ojos maduros para el asombro..


Tu última esperanza: saber dónde se pisa para no caer; y llegar. Llegar siquiera al lugar de espinas donde el Galileo mayor dio sus penúltimos pasos.


El tiempo de Amar precede al tiempo de hablar.


Viene el agua, viene el sol, viene el frío: el campo, cuya abundancia nos convida, está expectante de las horas. También la fauna que sobrevive a las cenizas.


La dimensión final es lo que prevalece.


¿Cuándo se acabarán las endechas? Palidez del muerto en cuyos párpados se guarda la ciudad de su infortunio.


¡De tantas maneras se ha manifestado la auténtica misericordia!


La esquirla de un rayo es lo que nos habita. Su energía activa la infinita nervazón de nuestra alma inextinguible.


¡Oh gacela de mis edades!


Las grandes religiones -y sus múltiples variantes- llevan centurias flameando (en el telón de fondo de sus largas historias) oscuros episodios generados por profundas intolerancias que -paradójicamente- se basan en la bondad de sus plegarias. Ellas invocan para que los descarriados se re-liguen en congregación propia o afín; pero si es otra la religión o la modalidad de creencia elegida, tienden al menosprecio o a la abierta descalificación.


Apaga las bujías de la injuria. Y si te molesta la estimación obtenida por el otro, intenta ponerte a su altura.


Eres presa yacente de la viva pasión del Amado.


Habré de hablarte, hijo, de los lobos aullantes, de los caciques de la tierra, de las solidaridades…


La soledad es perenne acumulación de uno mismo.


Fuera de mi lugar de nascencia leo y releo a Zain: “Cánticos fueron para mí tus estatutos / en la casa en donde fui extranjero” (Salmo 119:54). Por ello, y porque mis ascendientes asturianos, gallegos y brasileño también fueron de un lado para otro, hago como Job: “El forastero no pasaba fuera la noche; / mis puertas abría al caminante”. Dios de mi corazón de cinco esquinas, ¡que avezados exégetas cuestionen citas, textos y contextos, pero que abran sus puertas sin fobias con los pobres!