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Protestante Digital

 
 

Presencia protestante ideológica y física en México independiente

En los albores del protestantismo mexicano, siglo XIX (IV)

La preocupación en las altas autoridades eclesiásticas católicas mexicanas, y en los cuadros políticos dirigentes del país, por salvaguardar la unidad religiosa arrecia al tiempo en que se consuma nuestra independencia de España. Mientras allá se viven momentos de liberalización, acá las medidas que limitan a la Iglesia católica en la península ibérica son percibidas con cierto estupor.
KAIRóS Y CRONOS AUTOR Carlos Martínez García 23 DE ENERO DE 2010 23:00 h

En la reunión de las cortes españolas que se verifica a principios de 1820 son aprobadas leyes “para desamortizar y para cerrar monasterios y conventos: se suprimió la Inquisición y se negó permiso a los novicios de hacer votos de profesión. Estos violentos ataques a los privilegios de la iglesia atemorizaron a muchos dignatarios importantes, quienes hasta entonces no habían apoyado el movimiento de independencia de las colonias. Ante estas perspectivas, priores, obispos y cabildos eclesiásticos pensaron que la salvación de la iglesia en América estaba en la separación definitiva de la España atea y liberal”.(1)

El Plan de Iguala en el que coinciden el luchador independentista Vicente Guerrero y el adversario del movimiento emancipador, Agustín de Iturbide, es firmado el 24 de febrero de 1821. En el documento se afirma, artículo primero, que la religión del país será la católica, apostólica y romana, con exclusión de cualquier otra.(2) En el artículo 14 se garantizaban los fueros del clero y del ejército. “Los miembros del clero regular y secular vieron así seguros sus privilegios y se sintieron respaldados por una razón legitimadora: la unidad de la fe”.(3)

Ya en el poder, primero como presidente de una Regencia del Imperio conformada por cinco miembros (a partir del 28 de septiembre de 1821); y después como emperador con el nombre de Agustín I de México (21 de mayo de 1822), Iturbide se encarga de preservar los privilegios de los clérigos y reitera su compromiso de “calmar los temores que habían despertado las disposiciones de las cortes españolas sobre los asuntos de la fe, el esplendor del culto, los fueros personales del clero, la riqueza de los monasterios y conventos y los fondos para obras pías”.(4)

Entre 1813 y 1827 (el año de su muerte) José Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador mexicano, escribe en distintos momentos sus críticas al autoritarismo católico. Hace una defensa de la tolerancia religiosa, “fue el más activo partidario de [esa] libertad. En torno a sus folletos se desarrollaron las principales polémicas sobre la cuestión. Hizo que estuviese presente en los impresos de su época”.(5)

En La nueva revolución que se espera en la nación, escrito de 1823, Fernández de Lizardi aboga por la instauración de un gobierno republicano. Subraya que “bajo el sistema republicano la religión [católica] del país debe ser no la única sino la dominante, sin exclusión de ninguna otra”. Comenta que ante lo que llama el tolerantismo religioso “sólo en México se espantan de él, lo mismo que de los masones. Pero ¿quiénes se espantan? Los muy ignorantes, los fanáticos, que afectan mucho celo por su religión que ni observan ni conocen, los supersticiosos y los hipócritas de costumbres más relajadas […] ningún eclesiástico, clérigo o fraile, si es sabio y no alucinado, si es liberal y no maromero, si es virtuoso y no hipócrita, no aborrece la república, el tolerantismo ni las reformas eclesiásticas”.(6)

Al año siguiente de las anteriores palabras de Fernández de Lizardi es aprobada la Constitución que en su artículo tercereo establece: La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra”.(7)

Los legisladores aprueban de forma unánime la Constitución de 1824. Pero en la discusión un solitario diputado de Jalisco impugna el artículo que veda la práctica de una religión distinta a la católica romana. Se trata de Juan de Dios Cañedo, quien con su acción logra que “por primera vez la tolerancia [fuera] discutida como tema central en un órgano de gobierno. Había sido tocada otras veces pero como un aspecto subordinado a un proyecto más general, comúnmente referido al problema de la inmigración”.(8)

En el terreno de las ideas Fernández de Lizardi, así como el diputado Cañedo, no estaban solos. Entre diciembre de 1822 y los primeros meses de 1823 tiene lugar la defensa que hacen tres personajes de la tolerancia religiosa. Andrés Quintana Roo, subsecretario de Relaciones Interiores y Exteriores en el gobierno de Iturbide renuncia al mismo el 22 de febrero de 1823, por su defensa de la tolerancia. A ésta la entendía
como un arma enemiga de la pasividad y la dictadura, y que por tanto apoyaba a sus contrarios, la participación y la democracia. La concebía como la portadora de ideas que abrían nuevas perspectivas. Dichas ideas eran las del liberalismo. La veía como un medio que haría posible el arribo de actitudes más modernas. Para él privaba en “todos los países en que los progresos del cristianismo” se habían combinado “con los avances de la civilización y de las luces”. Doble evolución; su implantación se debía a que la religión había desechado fanatismo y había adoptado actitudes más abiertas y al mejoramiento incesante de los hombres. Proceso simultáneo: la cedía razonadamente a la segunda, que sabía aprovecharla.(9)
Para Joaquín Parrés, participante en el movimiento de Independencia, la tolerancia tiene que ver con resultados prácticos:
Quisiera a mi patria en un estado capaz de (ser) tolerante y nuestros puertos, abiertos para todo extranjero, porque así crecería la Ilustración, la población y la industria, cuanto es necesario para hacernos felices, como se puede ser en este mundo; y alguna vez me he lamentado que esto no sea dable. Quisiera al pueblo menos fanático, sin que dejare de ser religioso.(10)
En el caso de Vicente Rocafuerte, ecuatoriano que en México se une a la lucha contra Agustín de Iturbide,(11) la tolerancia tiene el objetivo de “permitir la libre práctica de los diferentes credos [y así] facilitar la inmigración protestante”. Para él era “fundamentalmente una libertad civil, no un mandato religioso”.(12)

Con el objeto de conseguir barcos para combatir y desalojar el remanente de las fuerzas españolas en México, llega Rocafuerte a Nueva York. En dicha ciudad establece contacto con el pastor protestante James Milnor, secretario de la Sociedad Bíblica Americana. Milnor también lo relaciona con la Free School Society, organismo promotor de la educación lancasteriana en Hispanoamérica.(13) Al año siguiente, ya de regreso en México, Rocafuerte se integra a los esfuerzos encabezados por Manuel Codorniú por arraigar el lancasterianismo en algunas escuelas.

En un nuevo viaje a Nueva York, para promover las ideas y acciones de los opositores al emperador Agustín de Iturbide, Vicente Rocafuerte es convencido por James Milnor de que la divulgación de la Biblia cumple el doble objetivo de educar y difundir la tolerancia religiosa en los países de habla hispana. En la metrópoli neoyorquina Rocafuerte cumple con la encomienda de la sociedad lancasteriana mexicana, al traducir las Lecciones para la escuela de primeras letras, sacadas de las Sagradas Escrituras, siguiendo el texto literal de la traducción del padre Scio, sin notas ni comentarios, volumen impreso en 1823 en la llamada Urbe de Hierro.(14)

Con el fin de que Rocafuerte pudiese cumplir con el encargo de representar a México en las negociaciones para que Inglaterra otorgase el reconocimiento diplomático al país, El Congreso le extiende carta de ciudadanía mexicana al ecuatoriano en marzo de 1824. A mediados del mismo año Mariano Michelena y Vicente Rocafuerte salen hacia Inglaterra con los nombramientos de ministro plenipotenciario y secretario, respectivamente. Tras largas gestiones, el 31 de diciembre del mismo año el ministro inglés, George Canning, anuncia a los enviados mexicanos que su gobierno está dispuesto a extender el reconocimiento. El documento es firmado por ambas partes el 6 de abril de 1825.(15)

Mientras Rocafuerte reside en Londres se relaciona con distintas organizaciones y personajes, entre aquellas se cuentan la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera (SBBE), así como con la British and Foreign Schools Society, impulsora de las escuelas lancasterianas. Ésta lo nombra miembro honorario en 1827. Un año antes, Rocafuerte y James Thomson (futuro representante de la SBBE en México) elaboran conjuntamente el escrito Representación de la Sociedad Británica y Extranjera de Escuelas Mutuas al Congreso de Tacubaya (población entonces cercana a la ciudad de México, y hoy parte integrante de la urbe), a ser presentado en la Segunda Conferencia Panamericana. El Congreso es cancelado por los organizadores, pero James Thomson continúa con los planes para viajar a México, periplo en el que la iniciativa de su realización “pudo haber venido de don Vicente Rocafuerte”.(16)

Thomson se instala en la ciudad de México el 17 de mayo de 1827. Durante un año distribuye la Biblia, sin encontrar grandes obstáculos que impidan su labor. El panorama cambiaría cuando en junio de 1828 las autoridades eclesiásticas de la ciudad de México emiten un edicto en el que se prohíbe a los feligreses católicos la aceptación de las biblias, sin libros deuterocanónicos, que distribuye James Thomson. De ello informa el colportor a la SBBE en la misiva del día 30 de aquel mes y año. A partir de entonces las condiciones le van a ser crecientemente adversas, ya que diócesis como la de Oaxaca y Guadalajara también promulgan edictos prohibicionistas contra la compra, venta lectura o posesión de la Biblia editada por SBBE.

En su afán de primero aminorar los daños del edicto de la diócesis Metropolitana de México, y después liberar los materiales bíblicos que en la aduana le son retenidos por las presiones de los obispos católicos; Thomson acude a sus amigos, políticos liberales, que él piensa alguna influencia benéfica podrían tener para revertir los alcances del documento y la negativa para que le fuesen entregados los envíos de la SBBE. Es así que todavía pocas semanas antes de salir del país, a causa de los obstáculos que le impiden proseguir con la distribución de la Biblia, recurre a Vicente Rocafuerte para que abogue a favor de su causa ante las autoridades gubernamentales. Rocafuerte escribe en mayo de 1830 al ministro de Relaciones Interiores y Exteriores, Lucas Alamán, solicitándole que intercediera a favor de Thomson, lo que no sucede y el desenlace convence al enviado de la SBBE de que es tiempo de abandonar el país.

Hasta aquí nos hemos ocupado de personajes que en el terreno de las ideas defienden la posibilidad de que en México se permita la presencia de otras creencias religiosas distintas al catolicismo. Pasamos a mencionar casos en los que de facto esa presencia diversa se estaba dando poco tiempo antes del arribo de James Thomson a tierras mexicanas.

José Joaquín Fernández de Lizardi enfrenta la intolerancia religiosa en el terreno de las ideas, pero también deja constancia de que en el México posterior a la Independencia se logran colar unos pocos protestantes, que representan la posibilidad de una muy incipiente diversificación religiosa que se anida gracias a la tolerancia disimulada de una parte de la sociedad. Repetidamente insta a sus lectores para que acepten el hecho de que en el país es necesario aprender a relacionarse cotidianamente con protestantes y francmasones que ya forman parte de la población mexicana.(17)

En un escrito de abril de 1825, que forma parte de sus interesantes diálogos entre el payo y el sacristán (conversaciones en que se pasa revista a los acontecimientos públicos),(18) El Pensador Mexicano refiere el caso de un protestante ultimado y sus repercusiones: “Cuando un asesino intolerante mató al pobre inglés en las Escalerillas, a pretexto de que no se quiso hincar en la puerta para adorar el Sacramento del Altar, todos los sensatos abominaron el hecho y al hechor”.(19)

El episodio tiene lugar en agosto de 1824, y se trata del homicidio de “un protestante estadounidense [no inglés, como afirmara Fernández de Lizardi] que se había instalado en calidad de zapatero: cuando… estaba sentado delante de la puerta de su tienda, durante una procesión católica, un mexicano fanático le exigió que se arrodillara; al negarse él a hacer tal cosa, aquél lo atravesó con su espada”.(20) Carlos Monsiváis afirma que la denuncia de Lizardi es el “primer escrito que [localiza] en México a propósito de un hecho fundamental, aunque advertido marginalmente, en los casi dos siglos de la nación independiente”.(21)

La violenta muerte del protestante estadounidense motiva que un representante del gobierno de Estados Unidos dirija una carta, 30 de agosto de 1824, al encargado de la Primera Secretaría de Estado, Lucas Alamán, en la cual demanda que “el gobierno mexicano debía adoptar mayores medidas para descubrir y castigar el crimen. Consideraba que fomentaba este tipo de actos al prohibir la entrada al país de habitantes que no procedieran de naciones que no profesaran la religión católica”. Los extranjeros residentes en el país que no eran católicos se lamentaban “por el principio de persecución religiosa que se implantó y que [impulsaba] a fanáticos ignorantes a atacar a extranjeros”. Es de notar que “el diplomático llevaba al extremo sus afirmaciones, ya que en realidad no se prohibía el ingreso de extranjeros, sino que se promovía. El documento mostraba la preocupación de que el gobierno, al no admitir oficialmente, la convivencia con otras religiones, diera la pauta para provocar enfrentamientos con creyentes no católicos”.(22)

El asesinato impacta a las autoridades gubernamentales y repercute en que Lucas Alamán (del ministerio de Relaciones Interiores y Exteriores) se vea en la necesidad de hacer llegar una circular –2 de septiembre de 1824– a los gobernadores de todas las entidades y les hace saber del “atroz asesinato cometido en esta capital de un extranjero de los Estados Unidos”. Además les insta para que redoblen sus esfuerzos en garantizar la seguridad de los extranjeros bajo su jurisdicción, ya fuesen residentes o estuviesen de paso, porque “los intereses de la nación exigen que se conserve con las naciones extranjeras la mejor armonía y buena correspondencia”.(23)

Es un hecho que en la capital del país eran residentes varios protestantes, algunos de ellos ocupados en cuestiones comerciales y otros como representantes diplomáticos. ¿Cuántos de ellos transmitieron sus creencias a mexicanos? Por lo que escribe, parece muy factible que Fernández de Lizardi haya tenido conocimiento, y tal vez trato directo, con protestantes extranjeros asentados en la ciudad de México. Esto explica que como ningún otro escritor de la primera mitad del siglo XIX mexicano, El Pensador refiera casos como los siguientes:

Estos [los fanáticos católicos intolerantes] bribones son los enemigos de la república, de la libertad de la imprenta, de todo sistema liberal y del tolerantismo religioso, porque los desnuda de sus altivas y soberbias preeminencias sobre los pobres, acusa sus vicios públicamente y reprehende (el tolerantismo) su conducta hipócrita y criminal. Por ejemplo: nunca se ve un sacerdote protestante mezclado en los negocios civiles, mucho menos en los teatros, circos, tabernas, juegos, bailes, etcétera. Ellos no gozan más privilegios que los ciudadanos; son iguales ante la ley, y el que delinque contra ella, es castigado como cualquiera. De aquí es que son ejemplos de moderación y virtud. No puede sufrir un sacerdote vicioso y católico el reproche que le hagan con la moral del sacerdote protestante.(24)
¿Cuántos vagos y borrachos católicos, apostólicos y romanos no nos escandalizan diariamente, ya tirados en las calles como troncos y ya profiriendo en sus riñas las palabras más indecentes y obscenas, que no debieran herir jamás los oídos castos?, y no vemos mal ejemplo de éstos con los anabaptistas, presbiterianos, luteranos, etcétera. Luego esta clase de gentes, a quienes llamamos herejes por apodo, son más hombres de bien, de mejor conducta moral y más obedientes a nuestras leyes que nosotros mismos […] cuál conducta… es más agradable, si la del protestante que respeta la ley del país en que vive, que es buen esposo, buen padre de familia, buen amigo, trabajador y útil a la sociedad, o la del apostólico, romano, borracho ladrón, asesino, mal padre, mal marido, y a quien las leyes tienen por mejor matarlo que sufrirlo. Es menester mucha hipocresía y fanatismo para no responder precisamente.(25)
Decidido crítico de los abusos y despropósitos del clero católico, Fernández de Lizardi era “lector incansable de la Biblia y de los padres de la Iglesia”.(26) Incluso en su Testamento y despedida de el Pensador Mexicano, fechado el 27 de abril de 1827, el autor sabiendo que la terrible enfermedad que le tiene postrado no va a tardar mucho en cobrarle la vida, reitera ser católico, apostólico y romano pero sin creer “que el papa es rey de los obispos, aunque sea su hermano mayor por el primado que ejerce en la Iglesia universal. Tampoco creo que es infalible sin el Concilio general, pues la historia de todos los obispos de Roma me hace ver que son errables como todos, y que de hecho han sido engañados y han enseñado errores contra le fe, pro cathedra”.(27)

Dos días después del Testamento de Lizardi desembarca en Veracruz James Thomson. Tras algunos altos en la ruta, para descansar y abastecerse, el enviado de la SBBE llega a la ciudad de México, como antes dijimos, el 17 de mayo. Fernández de Lizardi muere en la misma urbe en la que recién se ha instalado Thomson, “consumido por la tisis a las cinco y media de la mañana del 21 de junio”.(28) O sea que apenas y existe poco más de un mes de intervalo entre uno y otro acontecimiento. Thomson no alcanza a conocer a Lizardi, ferviente apoyador del método lancasteriano(29) y partidario de la lectura de la Biblia sin la supervisión del clero católico; por su parte la etapa final de la enfermedad y deceso de Lizardi tienen lugar cuando Thomson, difusor de las escuelas lancasterianas en América Latina y promotor de la Biblia, está iniciando sus actividades en el país.

Mientras las leyes del país prohíben el ejercicio de cualquier otra religión distinta a la católica romana, y la normatividad establece que los extranjeros que desearan avecindarse en el país deben ser católicos; en la realidad pequeños resquicios permiten que vivan en México algunos protestantes (comerciantes, diplomáticos y sus familiares) y exista la práctica privada de un culto que no es el protegido por la legislación nacional. El mismo Thomson informa en una misiva a la SBBE (2 de marzo de 1829) que se ha suscrito como miembro de la Sociedad “un caballero inglés que reside en esta ciudad [de México]”, John Stanley. Lo más probable es que Stanley era integrante de alguna confesión protestante.

Los diputados al Congreso Constituyente por Coahuila y Texas solicitan al emperador Agustín de Iturbide, el 31 de mayo de 1822, que brinde protección a su territorio, al que consideran en peligro ante la llegada de 500 familias no católicas inmigrantes a Texas y provenientes de Estados Unidos.(30) El asentamiento creciente de protestantes tiene lugar por la incapacidad del gobierno para evitarlo, ya fuese por la distancia entre la capital mexicana y los territorios del norte, como también por la falta de recursos requeridos para vigilarlos. La silenciosa llegada de extranjeros, un buen número de ellos protestantes, a Texas es anterior a la Independencia, y tiene continuación en las siguientes décadas:
A principios del siglo XIX la inquietud por los movimientos de extranjeros creció. Texas comenzó a ser el punto principal de atracción de estos grupos. Así, los problemas más graves se dieron en la frontera norte. Mientras las cortes de Cádiz discutían la convivencia de admitir extranjeros, autorización concedida el 28 de septiembre de 1820, continuaban las invasiones angloamericanas a Texas, amparadas en permisos supuestos o reales de los insurgentes. Desde 1823, 3000 estadounidenses vivían ilegalmente en Texas, frente a sólo 200 soldados mexicanos. A finales de la década los extranjeros estaban en una proporción de ocho a uno frente a los mexicanos, pero además de la ventaja numérica habían escogido las mejores tierras, muchas veces en sitios prohibidos.(31)
Es en Texas, entre 1820 y 1823, donde tiene lugar el primer servicio protestante,(32) mientras en el resto del territorio nacional esa posibilidad estaba vedada. En 1824 John C. Brigham, un ministro evangélico de la Iglesia congregacional, desarrolla actividades como agente de la Sociedad Bíblica Americana.(33) A ésta misma organización la representan en 1826 los señores Parrot y Wilson, que en la ciudad de México venden la Biblia en dos dólares con cincuenta centavos, y el Nuevo Testamento en medio dólar. En 1827 Parrot y Wilson remiten a las oficinas de la Sociedad Bíblica Americana 397 dólares por ventas de biblias y nuevos testamentos en la ciudad de México y sus alrededores.(34)

En el ámbito de la búsqueda por el reconocimiento internacional surge el tema de la imposibilidad de practicar un culto distinto al católico romano. Sobre todo en los primeros años posteriores a la consumación de la Independencia los representantes diplomáticos que más subrayan el tópico son los ingleses. Como para 1824 ya existe un número importante de súbditos de la corona británica en México, surgen asuntos de índole muy práctica como en qué lugar podrían ser sepultados los extranjeros no católicos. El tema es planteado por los representantes británicos al gobierno mexicano el 13 de julio del año antes citado. El primero de marzo de 1825 el ministro de Relaciones Interiores y Exteriores, Lucas Alamán, informa al negociador mexicano en Inglaterra, Mariano Michelena, que el ayuntamiento de la capital mexicana había asignado un terreno para fungir de cementerio de quienes “murieran fuera del seno de la Iglesia católica”.(35)

Tras arduas negociaciones el tratado anglo-mexicano es signado en abril de 1825. Entonces el documento no incluye la libertad de culto para los súbditos británicos porque, a juicio del presidente Guadalupe Victoria, “el exigir tolerancia religiosa no va de acuerdo con la Constitución mexicana, y una resolución en ese sentido no la aceptaría el pueblo mexicano”.(36)

En la versión definitiva del acuerdo, 1826, el resultado es asimétrico porque mientras para los ingleses residentes en México se acotaba que “gozarían en sus casas, personas y bienes, la protección del Gobierno; y continuando en la posesión en que están, no serán inquietados, molestados, o incomodados, en manera alguna, a causa de su religión, con tal de que respeten la del país en que residan [también podían enterrar a sus muertos, sin que se molestaran los funerales ni los sepulcros]”; por su parte los mexicanos tendrían total libertad para practicar su religión en el templo de su elección.(37)

Con todo lo desigual del tratado, el hecho es que hizo posible la práctica privada de cultos protestantes. De tal manera que para cuando James Thomson inicia sus labores difusoras a mediados de 1827 en México, existen unos pocos núcleos de congregantes no católicos conformados casi exclusivamente por extranjeros. Casi pero no en su totalidad, porque nos parece más que factible la posibilidad de que algunos nacionales pudiesen haberse incorporado a los nacientes núcleos protestantes debido a sus relaciones comerciales, de amistad o familiares (¿vía el matrimonio?) con los extranjeros identificados con una confesión distinta a la católica.

El primer encargado de negocios de la Gran Bretaña en México, Henry George Ward, quien desempeña el cargo del 31 de mayo de 1825 hasta abril de 1827, escribe una voluminosa obra en la que con amplitud describe el estado político, económico y social del país. En el terreno religioso, después de lamentar la cerrazón de las leyes mexicanas sobre la tolerancia de cultos, Ward refiere cambios en sectores pequeños de la sociedad que considera se van a ir ampliando y van a permitir más tarde la implantación de la diversificación religiosa. También menciona prácticas de apertura hacia los extranjeros que no son católicos, y la influencia de ellas en algunos círculos cercanos a la comunidad protestante avecindada en el país. Recordemos que Ward sale de México prácticamente al mismo tiempo que James Thomson se introduce en el territorio nacional, y nos deja su lectura de la cuestión religiosa mexicana en los siguientes términos:
La necesidad de dicha concesión [la de prohibir la tolerancia de cultos] a los prejuicios populares del día fue y es amargamente lamentada por los mexicanos más ilustrados; y es al tiempo y a la generalización de este sentimiento a quienes debemos confiar la remoción de su causa. Mucho se ha hecho durante los últimos tres años para lograr dicho fin. Los extranjeros han entrado a toda la República; y, ya que han servido para dar nueva vida a los intereses mineros y agrícolas, los prejuicios anteriormente abrigados en su contra han desaparecido con pasmosa rapidez.
En muchos de los estados (cada uno de los cuales formula para su propio uso una constitución en miniatura), se ha omitido la cláusula prohibitiva del artículo religioso de la Constitución Federal. El derecho de sepultura, que, de acuerdo con las formas de la Iglesia protestante, se concede por tratado a los súbditos de Su Majestad, no sólo ha sido reconocido universalmente, sino que las autoridades locales han asignado voluntariamente terrenos para sepultar dondequiera que se encuentre establecido un cónsul extranjero. En muchos casos, los funerales de los individuos más respetables que han fallecido han congregado a gran número de nativos, amigos personales o conocidos del occiso.(38)
El innegable dominio confesional de la Iglesia católica en México muestra, al tiempo de la incursión de James Thomson, un contraste al que debemos prestar atención. Se trata de las repercusiones políticas que en la organización eclesiástica tiene la lucha de Independencia y el naciente nacionalismo de la nueva República. Para 1830 hay una considerable disminución del clero, debido a la decisión, tomada dos años antes, de expulsar del país a los españoles. Tienen que salir 267 frailes y 9 clérigos.

En 1827, para una población de ocho millones de habitantes, existe notoria escasez de sacerdotes.(39) El descenso de las vocaciones sacerdotales en poco menos de dos décadas arroja resultados contrastantes: en 1825 son ordenados sacerdotes la cuarta parte de los consagrados a ese ministerio en 1808. Otros datos apuntan hacia que la Iglesia católica se encontraba en un proceso crítico:
Entre 1822 y 1827, sólo 462 hombres tomaron el hábito, de los cuales 247 llegaron a pronunciar los votos, y 87 permanecieron como novicios. Durante 1827 y 1828, 94 tomaron el hábito en las órdenes y sólo 46 pronunciaron sus votos, 22 permanecieron en el noviciado y 29 abandonaron el claustro.
Al menor número de sacerdotes durante los años que siguieron a la independencia, debemos agregar la desorganización que sufrió la jerarquía eclesiástica debida a la ausencia de obispos y presbíteros que abandonaron el país durante o después de la guerra de independencia. En estas circunstancias la iglesia perdió buena parte de la influencia de que había gozado en la época colonial, pues faltaban las personas acreditadas como autoridad. La grey se hallaba sin pastores, y el mal se prolongó durante años en un país donde los fieles necesitaban orientación, pues eran muchos los acontecimientos y novedades que día a día iban alterando la organización política y social… en 1829 no hubo en México un solo clérigo de rango episcopal. A esta situación debemos agregar la postración de los cabildos eclesiásticos debido a que los canónigos eran demasiado viejos para realizar sus actividades, o bien porque muchos de ellos murieron y no fueron reemplazados, pues las elecciones no se hicieron sino hasta 1831.(40)
En el frente externo, para obtener el beneplácito de otros gobiernos, particularmente el inglés, los dirigentes mexicanos cedieron en el plano de permitir en el ámbito privado el ejercicio de cultos religiosos distintos al declarado exclusivo de la nación en la Constitución de 1824. En el frente interno, aunque con lentitud, paulatinamente pequeños sectores de la sociedad se mostraban receptivos a la posibilidad de que los extranjeros asentados en México tuviesen libertad para ejercer creencias religiosas identificadas con el protestantismo. También al interior de esos sectores minoritarios algunos evidenciaron apertura a que los nacionales tuviesen la oportunidad de adoptar un credo que no fuese el católico romano.

Ambos frentes contribuyeron a que en México se abrieran resquicios para que en 1827 las tareas de James Thomson tuviesen un espacio, aunque pequeño, para desarrollarse y así abonar el terreno para la implantación del protestantismo.



1) Anne Staples, 1976: 13-14.
2) Felipe Tena Ramírez, 1977: 114.
3) Anne Staples, p. 15.
4) Ibid., pp. 14-15.
5) Gustavo Santillán, 1995: 177.
6) Fernández de Lizardi, 2001b: 741-742.
7) Tena Ramírez, 1977: 168.
8) Gustavo Santillán, 1995: 178-179.
9) Ibid., pp. 184-185.
10) Ibid., p. 185.
11) Su férrea experiencia opositora lo lleva a escribir una obra crítica contra el imperio iturbidista, que publica en 1822, titulada Bosquejo ligerísimo de la Revolución en México. “A principios de 1824, el gobierno mexicano comisionó a Mariano Michelena y al ecuatoriano Vicente Rocafuerte como sus representantes en busca del reconocimiento de la Gran Bretaña”, y entre sus gestiones saldría a relucir con frecuencia el asunto de la tolerancia religiosa para los ingleses residentes en México. Fernando Alanís Enciso, 1996: 546.
12) Gustavo Santillán, 1995: 185.
13) Abraham Téllez, 1989: 50.
14) Ibid, p. 52.
15) Ibid., p. 54.
16) Ibid., p. 79
17) “Lizardi en las Conversaciones [del payo y el sacristán] exhorta repetidamente a los mexicanos a convivir de manera pacífica y fraternal con los protestantes y masones, lo cual entiende como un verdadero reto en la observancia del mandato evangélico del amor y la convivencia pacífica con gente que no por no ser católica deja de vivir conforme a las leyes civiles”. José Enrique Covarrubias, 2008: 290.
18) Fernánde de Lizardi, 2001c: 746-760.
19) Ibid., pp. 756-757.
20) Hans –Jürgen Prien, 1985: 714. Lorenzo de Zavala, en una obra publicada en 1831, consigna una versión distinta sobre homicida y víctima: “criticó la intolerancia de un zapatero que mató a un extranjero en la Plaza Mayor de México porque no se arrodilló al paso de una procesión religiosa”. Apud Fernando Alanís Enciso, 1996: 554.
21) Carlos Monsiváis, 2002: 19. Es posible que antes del acontecimiento de 1824 haya tenido lugar uno de iguales consecuencias trágicas: “En 1816, en México, un ciudadano inglés, anglicano, al no descubrirse al paso del Santísimo fue insultado, golpeado y, finalmente, linchado por una turba que suplía a la Santa Inquisición en sus funciones. Muy influido por Voltaire, y su notable defensa del hugonote Jean Calas, José Joaquín Fernández de Lizardi criticó lo acontecido y se pronunció por la tolerancia”. Ibid.
22) Alanís Enciso, 1996: 554.
23) Ibid, p. 555.
24) Fernández de Lizardi, 2001b: 741.
25) Fernández de Lizardi, 2001: 751-752.
26) María Rosa Palazón, 2006: 36.
27) Fernández de Lizardi, 2006: 290.
28) María Rosa Palazón, 2001: 18.
29) “El Pensador Mexicano apoyó el método lancasteriano defendido por los masones [del rito escocés en México], en el cual los alumnos más avanzados ayudan a los rezagados o que inician su enseñanza”. María Rosa Palazón, 2006: 47.
30) Evelia Trejo, 1988: 1-2 (http://www.iih.unam.mx/moderna/ehmc11/140.html)
31) Alanís Enciso, 1996: 541.
32) Evelia Trejo, 1988: 7.
33) Ibid.
34) Henry O. Dwigth, 1916: 77.
35) Alanís Enciso, 1996: 550.
36) Walter L. Bernecker, 1989: 12.
37) Ibid., y Jean-Pierre Bastian, 1994: 79.
38) Henry G. Ward, 1995: 231, (edición original en inglés 1828). El mismo testigo refiere que “con respecto a los matrimonios, han surgido considerables dificultades con la última afluencia de extranjeros, y no puede todavía un protestante contraer matrimonio con una mexicana, excepto por el expediente de profesar su conversión a la fe católica. Entre dos extranjeros, ambos de la iglesia reformada, se permite que se celebre el rito del matrimonio en la casa de la legación del país al que pertenezcan, y se registra como válido por las autoridades eclesiásticas mediante la transmisión de un certificado apropiado”. Ibid., pp. 231-232. De todas maneras cabían dos posibilidades a una pareja confesionalmente mixta, que el protestante fingiese una conversión al catolicismo, y que los contrayentes eligieran celebrar la ceremonia matrimonial fuera de las fronteras mexicanas, particularmente en Estados Unidos.
39) Anne Staples, 1976: 23.
40) Ibid., pp. 24-25.



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 1Manuel Aguas, el sacerdote converso 
 2Manuel Aguas, el sacerdote que descubrió la Biblia 
 3Manuel Aguas: «sigo a Jesús, no a Roma» 
 

 


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