“Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos piadosas, sin ira ni discusión. Asimismo, que las mujeres se atavíen con vestido decoroso, con modestia y prudencia; no con peinados ostentosos, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos; sino más bien con buenas obras, como conviene a mujeres que profesan reverencia a Dios.Lo primero que hay que decir es que ese sermón es imaginario. No tengo constancia de que haya ninguna base para ello. El único episodio real que puede haber inspirado esa escena en Ágora es este relato de un enfrentamiento entre Cirilo y Orestes, que cuenta como el obispo:
La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción; porque no permito a una mujer enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Pues Adán fue formado primero; después, Eva. Además, Adán no fue engañado; sino la mujer, al ser engañada, incurrió en transgresión. Sin embargo, se salvará teniendo hijos, si permanece en fe, amor y santidad con prudencia.”(2)
“[…] envió personas a Orestes para mediar en una reconciliación: porque el pueblo le había pedido que lo hiciera. Cuando Orestes rechazó escuchar esas propuestas amistosas, Cirilo extendió hacia él los evangelios, creyendo que el respeto por la religión le induciría a dejar a un lado su resentimiento. Cuando, sin embargo, ni siquiera esto tuvo un efecto pacificador sobre el prefecto, sino que persistió en su hostilidad implacable hacia el obispo, ocurrieron los siguientes hechos.”(3)Sin embargo, en esta historia no se menciona a Hipatia para nada, ni el texto de 1ª Tim. 2:8-15. Es posible que Cirilo, como otros cristianos a lo largo de la historia, interpretase ese texto de forma muy “literal”, como Amenábar supone, aunque no creo que se pueda confirmar este punto, a menos que dispongamos de un comentario de Cirilo a este texto. Pero, en cualquier caso, es necesario decir que la interpretación de la Biblia no fue, ni mucho menos, monolítica entre los primeros cristianos. Y precisamente los alejandrinos, a diferencia de los teólogos de Antioquía, a los que se enfrentaron, se caracterizaron por una interpretación poco literalista. La tradición teológica alejandrina era la interpretación alegórica, que buscaba enseñanzas teológicas en los relatos bíblicos (véase nota 10, capítulo I), a veces de manera tremendamente imaginativa y apartándose por completo de la “letra” de los textos.
“Y el día sábado salimos fuera de la puerta de la ciudad, junto al río, donde pensábamos que habría un lugar de oración. Nos sentamos allí y hablábamos a las mujeres que se había reunido. Entonces escuchaba cierta mujer llamada Lidia, cuyo corazón abrió el Señor para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Era vendedora de púrpura de la ciudad de Tiatira, y temerosa de Dios.”(13)De la misma manera que integraba a las mujeres, sin provocar por ello un estallido social, el cristianismo repudió desde un principio la esclavitud; pero Pablo no se convirtió en un nuevo Espartaco, y mantuvo una actitud prudente, intentando un cambio de la sociedad no violento y desde abajo. Eso sí, el Nuevo Testamento contiene una carta, que es una obra maestra de retórica y diplomacia, en la que Pablo intercede por Onésimo, un esclavo cristiano fugitivo (y que por ello podía recibir un severísimo castigo), ante su amo, Filemón, también cristiano. Finalmente, nadie debería evaluar la postura paulina sobre la mujer usando el texto de 1 Timoteo sin contraponer el texto de Gálatas 3:28, que expresa, no tanto la situación real y consolidada de los cristianos en aquella época, limitados por ataduras sociales y culturales, sino una visión de futuro, el ideal y sueño del cristianismo por el que trabajar: “Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.
“¿Supieron las mujeres de la época apreciar la situación muy superior que les ofrecía el cristianismo en relación con el paganismo? Una vez más, las fuentes son terminantes al respecto. El cristianismo tuvo un éxito extraordinario entre la población femenina del imperio mucho antes de convertirse en religión oficial. De hecho, el número de fieles femeninas de la nueva fe debió de exceder de manera considerable el de varones, y esto en una sociedad donde la ratio demográfica por sexos era exactamente la contraria. Por ejemplo, en un inventario de la propiedad confiscada en una iglesia de la ciudad norteafricana de Cirta durante una persecución en el año 303, hallamos dieciséis túnicas de varón frente a ochenta y dos de mujeres… ¡una desproporción superior a cinco a uno!Y así podemos ver al escritor cristiano Lactancio (h.250-h.325) enorgullecerse sin rubor en un sorprendente texto, de entre 303-310 (durante la última gran persecución al cristianismo), del carácter “inclusivo” de la fe cristiana y denunciar el sexismo y clasismo en la educación filosófica:
[…]. Si, en buena medida, las mujeres se adhirieron al cristianismo fue, ni más ni menos que porque las consideraba seres humanos, porque condenaba su exterminio [el autor se ha referido anteriormente a la frecuencia del infanticidio femenino en aquella época], porque las equiparaba con los varones, obligando además a estos a adoptar patrones de conducta igualitarios como, por ejemplo, el de la fidelidad conyugal, y porque les otorgaba un status muy superior al reconocido por el paganismo en terrenos como la vida conyugal, la familia o la viudedad.”(15)
“Nuestro gran seguidor de Platón(16) pensó que la filosofía no era una cosa vulgar, porque sólo la pueden entender los hombres doctos; «la filosofía», dice, «se contenta con pocos jueces y huye a sabiendas de la turba». La consecuencia es que, si huye del común de los hombres, entonces no se trata de sabiduría, puesto que, si la sabiduría es algo que se ha dado al hombre, ha sido dada a todos sin discriminación, de forma que no hay nadie en absoluto que no pueda entenderla. […]. Y si la naturaleza humana es capaz de llegar a la sabiduría, conviene enseñar, para que sean sabios, a los artesanos, a los campesinos, a las mujeres y, en fin, a todos los que tienen forma humana; y conviene que la comunidad de los sabios esté formada por hombres de toda lengua, condición, sexo y edad. Así pues, la prueba mayor de que la filosofía no busca la sabiduría ni es ella misma la sabiduría está en el hecho de que su secreto se queda sólo en la barba y en el palio. Se dieron cuenta de esto incluso los estoicos, los cuales dijeron que debían practicar la filosofía incluso los esclavos y las mujeres; también Epicuro, que invita a filosofar a los ignorantes; e igualmente Platón, que pretendió construir una ciudad a base de sabios. Éstos intentaron hacer lo que exigía la verdad, pero no pudieron ir más allá de las palabras; en primer lugar, porque para poder acceder a la filosofía, se necesita el conocimiento de muchas disciplinas: es necesario aprender, para poder leer, las letras corrientes del alfabeto, [...] los estudios gramaticales, [...] la geometría, la música y la astrología(17), ya que estas disciplinas tienen algo en común con la filosofía. El conocimiento de todo esto no está en manos ni de las mujeres, las cuales en sus años jóvenes deben aprender los oficios que después les serán útiles en los usos domésticos, ni de los esclavos, los cuales deben servir durante esos años a los que pueden aprender, ni de los pobres, ni de los artesanos, ni de los campesinos, cuya obligación es la de buscarse el alimento diario con su trabajo. […].Llama la atención que ni siquiera Hipatia, que era mujer, y tenía alumnos cristianos y paganos en sus clases, fuese capaz de romper con la homogeneidad masculina entre sus alumnos. Los diferentes testimonios históricos nos hablan de muchos de sus alumnos, y conocemos muchos nombres, en especial por la correspondencia de su alumno Sinesio; pero hasta donde he podido leer, no aparece ni una sola mujer entre los estudiantes de Hipatia. Para ser una abanderada del feminismo, como algunos quieren pintarla en nuestros días, parece que a Hipatia la educación de la mujer, específicamente, no le preocupaba en absoluto… Esto es tan obvio, que incluso en Ágora, Amenábar ha presentado a Hipatia rodeada siempre de hombres: su padre, sus alumnos, sus esclavos y ayudantes, el gobernador, el consejo de la ciudad. Ni una mujer parece beneficiarse de ninguna migaja de la sabiduría de Hipatia. Y, sin embargo, el Nuevo Testamento nos satura de ejemplos de Jesús y sus apóstoles (incluyendo a Pablo) relacionándose con mujeres; mujeres que aprenden de hombres, ¡e incluso enseñan a hombres!
[...]
Así pues, lo que aquéllos, por impulso de la naturaleza, intuyeron que se debía hacer, pero que no pudieron hacer ellos mismos, ni vieron que pudiera ser hecho por los filósofos, lo consigue sólo nuestra doctrina divina, puesto que ella sola es la sabiduría. ¿Acaso esos que no pudieron convencerse a sí mismos de ninguna verdad pudieron convencer a otros de que reprimieran sus placeres, moderaran su ira, frenaran sus pasiones, mientras que ellos mismos se entregaban a los vicios y declaraban que el instinto natural es muy fuerte? El valor, sin embargo, de los preceptos de Dios, puesto que son simples y verdaderos, queda en evidencia en la experiencia diaria. [...]. Esto se consigue gratis, con facilidad y rápidamente, con tal de que los oídos estén abiertos y el corazón tenga sed de sabiduría. Que nadie tenga miedo: nosotros no vendemos el agua ni ofrecemos el sol a cambio de dinero. [...].”(18)
“He leído una novela en la que se representa a todos los paganos de aquella época como sensualistas despreocupados y a todos los cristianos como ascetas salvajes. Se trata de un error grave. En algunos aspectos, había más parecido entre ellos que los que hay entre cada uno de ellos y el hombre moderno. Los dirigentes de ambos lados eran monoteístas, y ambos admitían casi una infinidad de seres sobrenaturales entre Dios y el hombre. Ambos era muy intelectuales, pero también (para nuestra forma de ver) muy supersticiosos. […]. Un talante ascético, místico y de renuncia al mundo caracterizaba entonces a los paganos más eminentes no menos que a sus oponentes cristianos. Era el espíritu de la época. En ambos lados, toda clase de hombres daban la espalda a las virtudes cínicas y a los placeres sensuales para buscar una purificación interior y un fin sobrenatural. Al hombre moderno que le desagraden los Santos Padres, le habrían desagradado igualmente los filósofos paganos y por razones semejantes. Ambos le habrían turbado con historias de visiones, éxtasis y apariciones. Le habría resultado difícil escoger entre las manifestaciones más bajas y más violentas de ambas religiones. A un ojo (y estómago) moderno, [el emperador pagano] Juliano, con sus largas uñas y su poblada barba, le habría parecido muy semejante a un sucio monje procedente del desierto egipcio.”(19)A la vista de este contexto histórico-intelectual (que nos recuerda también la cita de Nilsson, véase capítulo II), no resulta tan extraña la legendaria virginidad de Hipatia y su devoción por la ciencia que nos describen las fuentes históricas. Lejos de ser un prototipo de científica atea o de feminista del siglo XXI, estaría más cerca de un prototipo de “mística” neoplatónica entregada a la ciencia y la filosofía de su tiempo, en consonancia como aparece en la correspondencia de su alumno Sinesio…
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