Y, aunque parezca mentira, puede expresar algo sustancial:
Matsúo Basho, ante un castillo en ruinas, escribía mientras sollozaba:
Hierba de estío:/ combates de los héroes,/ menos que un sueño (1).
Pero después supe que
una composición de un solo verso podía ser el antecedente del haikú: el epigrama. Nacido en la Grecia clásica, expresaba un pensamiento, festivo o satírico, y se escribía sobre un regalo, una estatua, etc. Y siglos después, seguían escribiéndose epigramas, y el humanista Scaligero (s. XVI), estableció para él dos características definitivas: brevedad y agudeza. En el Siglo de Oro español, el epigrama alcanzó gran protagonismo para exhibir el ingenio cortesano. Con él destacaron
Quevedo, Góngora, etc. Al primero de ellos se debe la siguiente rima, plena de descaro, sátira e ingenio:
Entre el clavel y la rosa/ Su Majestad escoja./ Entre la rosa y el clavel,/Su Majestad escoja otra vez. Tuvo su origen en algo tan español –ya en el s. XVII- como la apuesta de una cena por parte de Quevedo a sus amigos de que era capaz de llamar coja, en público, a la reina Mariana de Austria (a quien le desagradaba que se lo recordaran).
Sin dejar el XVII, volvemos a Japón para encontrar al gran impulsor del haikú, el poeta Matsúo Basho (1644). Siendo joven se aficionó a la literatura; se apasionó por la poesía, y se especializó en el haikú, cuyos tres versos pretendían captar la esencia de la naturaleza. En pocos años, en torno a él se reunió un grupo de estudiantes y mecenas, formando la llamada
Escuela de Basho. Años después, comenzó a sufrir dudas espirituales. Pero, cuando al poco, su casa, y parte de Edo (Tokio), fue consumida por las llamas, sintió la desesperación. La expresaba así:
“Cansado de cerezas,/ Cansado del mundo todo,/ Me siento a tomar turbio sake / Y arroz negro”.
Comenzó a sentir el apremio de salir de allí. Era en 1684 cuando realizó un viaje de varios meses, originando su primera crónica de viaje,
Diario de un esqueleto curtido por la intemperie; título coherente con los viajes a pie y los alojamientos precarios. A pesar de ello, inició otro en 1687, y un tercero en 1687-1688, auténticas epopeyas recogidas en Diario de Kashima y Manuscrito en un morral. Escritas en un género, mezcla de haikú y prosa, consagraron al escritor por su poética y la descripción de las extenuantes jornadas.
Pero, su fama y las constantes demandas de los estudiantes, acrecentaron su necesidad de viajar.
“Todos los días son viaje”, dijo, como en un anhelo. Quiso hacerlo ese mismo invierno, pero no le dejaron. Él mismo confesó “sentir que cruzaban su rostro las brisas del más allá”, y quiso visitar lugares destacados por su historia literaria, religiosa o militar, antes de morir.
En mayo de 1689, acompañado por un discípulo, emprendió el viaje.
Durante cinco meses recorrió 2.000 kilómetros a través de tierras, pueblos y montañas y a la orilla del mar de Japón. La crónica la tituló Sendas de Oku. “Es como si la hubiera escrito el alma misma de Japón”, declaró el poeta M. Kenzi de la que fue su obra maestra. Pero, el libro no es una mera guía, realmente es un viaje espiritual, en el que se prescinde de las posesiones mundanas y se abandona el destino al azar, pura filosofía budista. Tras su muerte en 1694, tanto su figura, como sus obras y el conocido como Camino de Basho, tienen multitud de seguidores.
“VENDIMIA ORIENTAL”
Alfredo Pérez Alencart es un inquieto escritor cristiano afincado en Salamanca. A su condición intelectual, añade la virtud de “dador alegre”, ya que me ha enviado numerosos ejemplares, y precisamente, uno de ellos es “Vendimia oriental”, una joyita que recoge unos cuantos haikús de autores procedentes de diversos países.
Volviendo a un Basho embriagado por la naturaleza -por la belleza de los paisajes como por detalles casi imperceptibles, y que cualquiera de nosotros no vemos-, no hizo sino permitir que ella se revelara por medio de sus limitados pensamientos, dotándolos para ello de la pureza y espontaneidad que subyacen en ella. Por ejemplo, el silencio es frecuente en los haikús. Serrano (2) escribe
: Pasa un ave./ Es el silencio./ Basta. O, en otro de él mismo, en colaboración con Kato:
No te distraigas,/ en el silencio / yace la respuesta. Es, quizá, algo tan tangible lo primero que nos entrega. ¿Hemos experimentado ya su belleza?
Alencart ha recibido esa revelación también y describe, tal vez estremecido, su realidad y sus consecuencias
: Tantos aullidos / cayendo la nieve./ ¡Hambre de lobos! Y ahora añade los elementos de un drama:
El tigre acecha: /sus próximos pasos / no solamente serán presagio./ Los girasoles / vuelven la cabeza.
EL HAIKÚ EN PALESTINA
Como suele suceder, la lectura de los haikús me motivó para escribir algunos; pero también concebí una idea, que después encontré justificada; y es que se escribe sobre la naturaleza porque se ama pero, cuánto más no se ama a Dios, su Creador. Por ejemplo, los hechos de nuestro Salvador en esta tierra me parecieron una riquísima mina de inspiración. Algo así:
Su amoroso caminar / muchos pasos provoca. Descansan los pies (en torno a Él) / pero los corazones andan. O
, Anhelan sus ojos / (de la mujer, belleza). Acceden los Suyos.
Pero un haikú,
bíblico, mesiánico, como se le quiera denominar, puede tener su raíz en cualquiera de los 66 libros:
Van los ojos de la taza / a los de su esposa,/ pero sólo alcanza a percibir su aliento,/ y como un eco de gloria... (Mt. 24:40-41).
Sergio de Lis
(Publicado en Edificación Cristiana, nº 238)
(1) El viaje de un poeta, National Geographic, 2/2008.
(2) Vendimia oriental, C/ Cordel de Merinas 143, 37008 Salamanca.
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