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Ágora, ¿paró el cristianismo el curso de la ciencia antigua?

Ágora, ¿qué cambió en el 391? (II)

Decía mi profesor de cine, en el instituto, que toda película tiene un mensaje que “vender”, y que debemos tener eso siempre presente al entrar en el cine, y ser así nosotros mismos quienes decidamos si queremos o no “comprar” ese producto “ideológico”. Desde entonces, esa ha sido siempre mi actitud y, con esa disposición, fui a ver Ágora, la última película de Amenábar.
TUBO DE ENSAYO AUTOR Grupo F&C 05 DE DICIEMBRE DE 2009 23:00 h

¡ADVERTENCIA! A los que no la hayan visto, les conviene saber que en esta serie de artículos se discute la trama y el desenlace de la película.

¿DESAPARECIÓ LA CIENCIA EN EL SIGLO IV?
La distorsión de los logros científicos de Hipatia y de la ciencia antigua en Ágora no es casualidad. Se trata de inflar todo lo posible la cuenta “de resultados” de ese personaje, para que así su pérdida a manos de los cristianos resulte aún más dramática a los ojos de los espectadores del siglo XXI. No es lo mismo hablar de la muerte de una comentarista de Ptolomeo (que poca gente sabe quien es), que presentar la muerte de quien se habría adelantado a los descubrimientos de Copérnico, Galileo y Kepler. Especialmente si tales ideas sofisticadas se contraponen con las ideas que Amenábar retrata como en boga entre los parabolanos: la idea de un universo en forma de arcón con una tierra plana al fondo.(1)

Pero la realidad histórica es otra. Aunque algunos llevan siglos empeñados en hacernos creer que la ciencia antigua murió en el siglo IV con el triunfo del cristianismo (recordemos el “subtítulo” de la película: “El mundo cambió para siempre”), la verdad es que tanto Teón como Hipatia estaban ya bien
 
adentrados en la que los historiadores han llamado la “época de los comentaristas” (como se puede ver por las obras de ambos). Época que empezó tras el declive del mundo helenístico, iniciado ya en el siglo II a.C., y que se instala definitivamente en el mundo mediterráneo durante el Imperio romano hacia el siglo II d.C. (de hecho, existe un proyecto actualmente para publicar las obras de esos comentaristas llamado “Ancient Commentators Project” que abarca del 200 al 600, y que está dirigido por el especialista Richard Sorabji, que lleva publicados unos 80 libros)(2). El filólogo e historiador de la religión Martin P. Nilsson (1874-1967) nos hace esta semblanza de la época:
“Se acusa al cristianismo de haber sido hostil a la ciencia. Es verdad que en algunos Padres de la Iglesia tal hostilidad es expresada de un modo contundente. Sin embargo, no es lícito olvidar que los estoicos moralizantes, los cínicos y los neoplatónicos de la época imperial trataban a la ciencia con idéntico desprecio; ésta es indiferente para una vida buena y feliz, carece de valor para la unión con el Dios supremo. Pero lo peor de todo fue que el espíritu científico se había extinguido; la época imperial vivió de la herencia recibida, que desperdició en desalmadas compilaciones. Lo que los neoplatónicos llamaban ciencia era escolástica y teosofía, hasta el punto de que algunas veces se agradece al cristianismo el haber sacudido esas telas de araña. […].”(3)
El mismísimo Ptolomeo fue en parte un compilador de lujo cuyo gran mérito no fue tanto su propia originalidad como el sintetizar todos los logros de sus antecesores y construir obras monumentales creando sistemas que durarían 1500 años, durante los cuales la actividad científica se centraría en el comentario de las obras del maestro con pequeñas modificaciones.(4) Las tres grandes obras de Ptolomeo son la Geografía, el Almagesto (astronomía) y el Tetrabiblos (astrología).(5) La actitud “compilatoria” y “comentarista” hacia la ciencia empezó, pues, ya antes del 391 y continuó hasta el siglo XVI, aunque, como veremos más adelante, en esos más de 1000 años sí que hubo atisbos de liberación del peso de la tradición filosófica dominante, en especial de la más influyente de todas en el ámbito científico, la de Aristóteles (cuya “física” iba más allá de la astronomía de Ptolomeo y pretendía explicar todos los fenómenos del universo).

Difícilmente el lector oirá o verá nada sobre esto en la TV o el cine, y raramente lo encontrará por escrito. Lo más frecuente es toparse con afirmaciones como las del famoso filósofo Bertrand Russell, que tras narrar el asesinato de Hipatia afirmó sin más que “después de esto Alejandría no volvió a ser molestada por los filósofos.”(6) Pero mientas los divulgadores (y otros que deberían saber más) siguen alimentando el mito de la edad oscura y los 1000 años de tinieblas, los historiadores de la ciencia llevan ya más de un siglo trabajando. Es así como sabemos que la ciencia no desapareció ni en el 391 con el Templo de Serapis, ni en el 415 con el asesinato de Hipatia. La ciencia continuó. Continuó también en Alejandría. Y continuó en manos de los filósofos paganos herederos del legado de Hipatia (neoplatónicos). Sí, es más, la cumbre de la escuela de Alejandría estaba todavía por llegar. Un siglo más tarde encontramos en Alejandría a Amonio (h.440-h.520) ocupando el puesto de cabeza de la escuela neoplatónica que Teón e Hipatia representaron antes. Amonio era hijo de dos filósofos neoplatónicos (sí, su madre también, Hipatia no fue la única mujer en estos temas, aunque sí que tuvo un papel más relevante que ninguna otra mujer en filosofía/ciencia de la antigüedad). Y Amonio también tenía alumnos paganos y cristianos (parece que la cosa no había cambiado tanto). Uno de esos alumnos, el cristiano Juan Filopón, acabaría encabezando la más sorprendente oposición a la física heredada de la antigüedad (básicamente física aristotélica, pues los neoplatónicos no solamente seguían a Platón).

JUAN FILOPÓN: EL ÚLTIMO GRAN CIENTÍFICO DE ALEJANDRÍA
Filopón (h.490-h.570) emprendió un inusitado examen crítico de las obras de Aristóteles (y otros filósofos) en una época en la que sus escritos se veían ya con auténtica veneración. Aunque muchas de sus obras se
han perdido o sobreviven en forma fragmentaria (a veces como citas en las obras de sus opositores), es posible saber algunas cosas sorprendentes sobre sus ideas. En física, Filopón afirmó la posibilidad del movimiento en el vacío y describió un experimento mostrando que dos cuerpos de diferente masa caen a la par (como hiciera Galileo en el siglo XVI). Es más, Filopón describió el lanzamiento de los objetos en virtud a un “ímpetus” que pasaba de la mano a la piedra (por ejemplo). Esta idea sobrevivió durante siglos hasta que pasó a Buridan en el siglo XIV, siendo el germen de una física anti-aristotélica que daría fruto en la idea de la inercia que desarrolló Galileo 1000 años después, en el siglo XVII. En el ámbito teológico-filosófico-científico, Filopón criticó tanto la eternidad del mundo defendida por los filósofos griegos, como la cosmología del universo-arcón de Cosmas que mencionamos antes (nota 1). Finalmente, Filopón dirigió sus ataques a otra de las ideas fundamentales de la cosmología de la antigüedad. La idea de que los astros eran de un material diferente al mundo terrestre y obedecían leyes diferentes (se movían en círculos, mientras que la línea recta dominaba en el mundo terrestre). Así, Filopón tuvo el atrevimiento de desafiar la idea de que los cielos estaban hechos de un elemento especial (el quinto elemento o éter, en contraposición a los cuatro terrestres: tierra, agua, aire y fuego), y negó el carácter divino de los cielos y de los cuerpos celestes, afirmando que el sol es un fuego de la misma naturaleza que los fuegos terrestres. Y aún más, aplicó su idea del “ímpetus” a la cosmología, unificando las leyes físicas terrestres y celestes (¿podría llamarse a eso la primera teoría unificada en la física?); y, criticando la idea, aceptada por otros cristianos, curiosamente el anti-helenista Cosmas entre ellos, de que los planetas son movidos por seres espirituales/ángeles con frases como: “[…] en qué parte de las Sagradas Escrituras han leído que la Luna y el Sol, así como cada uno de los planetas son movidos por ángeles”, o “como si Dios, que creó la Luna, el Sol y los demás astros, no hubiese podido dotarlos de una fuerza motriz.”(7)

Así podemos ver que Filopón, aunque cristiano, no tuvo inconveniente en enfrentarse a otros cristianos en defensa de sus ideas científico-filosóficas. Pero, al mismo tiempo, Filopón se enfrentó con estudiosos no cristianos, siendo ridiculizado y castigado verbalmente con vehemencia por sus antiguos compañeros de estudios neoplatónicos, especialmente Simplicio (h.490-h.560), por sus críticas a Aristóteles. Todas esas polémicas muestran lo difíciles que eran de aceptar muchas de sus innovadoras ideas. Las críticas de Filopón a la ciencia y filosofía de su propia escuela son tan llamativas, que han llevado a que un experto dedique un apartado en su biografía a “explicar”… “cómo pudo ocurrir un fenómeno como Filopón”. Su respuesta no puede ser más reveladora a la luz de la tradición de comentaristas de la antigüedad que ya estaba establecida en Alejandría:
“parece que lo que principalmente permitió a Filopón ser tanto un crítico del aristotelismo como un pensador constructivo estuvo de alguna manera asociado a una comprensión novedosa de lo que uno debe hacer cuando lee e interpreta los textos filosóficos de Platón y Aristóteles. Mientras que los neoplatónicos, especialmente desde Proclo (412-485), tendieron a acercarse a esos textos antiguos como una fuente de signos venerables apuntando por sí mismos y de manera infalible a una realidad sublime y a la verdad, Filopón los leía (como hacemos nosotros hoy día) como indicativos de los pensamientos e intenciones de autores falibles. Este acercamiento hermenéutico más mesurado permitió a Filopón señalar tensiones problemáticas y contradicciones aparentes en la obra de Aristóteles, o resaltar casos significativos de desacuerdo entre Platón y Aristóteles; por el contrario, el programa de la tradición neoplatónica en el que él se educó consistía en ignorar los problemas o justificarlos”(8)
EL DESTINO DE LA CIENCIA ANTIGUA
 
Aunque el asesinato de Hipatia fue un hecho brutal y condenable desde cualquier punto de vista, no fue el fin de la ciencia antigua, ni siquiera el fin de la ciencia alejandrina, que reservó su brillo más intenso para el final. Menos de un siglo después de Filopón, Alejandría cayó en manos del expansionismo islámico. Y aunque algunos autores musulmanes conservaron, estudiaron y usaron el legado de Filopón, la tendencia dominante sería un férreo seguimiento de Aristóteles, que transmitieron y compartieron más tarde con los filósofos y científicos cristianos occidentales medievales. La recuperación de la obra de Aristóteles en occidente supuso, inicialmente, un importante estímulo al espíritu científico. Los estudiosos medievales en occidente absorbieron su pensamiento con avidez; pero fueron también capaces de examinarlo de forma crítica. Así, las críticas a la ciencia aristotélica reaparecen ya en el siglo XIII en las universidades europeas (sí, el siglo XIII, en plena Edad Media).

En cuanto a Alejandría, perdió rápidamente su prominencia tras la conquista árabe en el siglo VII, al ser eclipsada por la nueva capital de Egipto hasta el día de hoy, El Cairo. Pero la cultura clásica no murió, ni ocurrió lo que afirma Amenábar:
“Al introducir toda una trama astronómica a través de su personaje hemos especulado sobre el alcance de los estudios de Hipatia. Incluso sobre hasta dónde podría haber llegado la civilización antigua de no haberse dado ese traspié que fue la edad media y la caída del Imperio Romano de no haberse paralizado el mundo durante 1.500 años.”(9)
Dejando a un lado que la Edad Media no duró 1500 años, sino 1000 (1500 años desde la muerte de Hipatia en el 415 nos llevarían a 1915, y desde la caída del Imperio romano occidental en el 476 a 1976), la ciencia antigua no iba hacia el descubrimiento de las leyes de Kepler, sino hacia la repetición una y otra vez de la herencia científica recibida, situación que apenas cambió por la caída del Imperio romano. Porque, como por desgracia se ignora casi siempre en nuestro contexto cultural, en el siglo V no cayó todo el Imperio romano, sino sólo su parte occidental. Su parte oriental, en la que se encuadraba Alejandría, siguió su camino después del siglo V. La escuela de Alejandría siguió y la ciencia continuó allí, incluso después de la política anti-pagana del emperador Justiniano (483-565)(10), todavía más agresiva que la de Teodosio (347–395). Y, cuando en el siglo VI los cristianos comenzaron a dominar ya la escuela de Alejandría, su legado cultural pervivió:
“Profesores de retórica y filósofos como Aphtonio, Teodoro o Juan Filópono demuestran que la comunidad cristiana no sólo tomó el relevo, mantuvo y transmitió el patrimonio intelectual de Alejandría, sino que su influencia se extendía más allá de los límites locales.”(11)
Además, Alejandría era una auténtica ciudad universitaria, y no hay que pensar que sólo había un centro de enseñanza asociado a Teón, Hipatia o sus sucesores. Por ejemplo:
“[…] la escuela consagrada a esta disciplina [medicina] permaneció en activo hasta después de la conquista árabe, a mediados del siglo VII, y en ella se instruía a los alumnos en los tratados de Galeno e Hipócrates (por este orden), […].”(12)
Es más, la cultura grecorromana sobrevivió en el Imperio romano oriental, Bizancio, hasta su caída final a manos de los turcos en el siglo XV. Y, en esos 1000 años, los cristianos y judíos orientales jugaron un papel capital. Fueron ellos los que, en Egipto, Palestina, Siria, Persia y otros lugares de Oriente Medio, se dedicaron a la transmisión del saber clásico a sus nuevos señores provenientes de los desiertos de Arabia.

Un ejemplo podría ser el obispo sirio Severo Sebokht (h.575-666/7) que escribió, entre muchas otras cosas (ciencia, lógica, geografía, astronomía, teología, etc.), un tratado sobre el astrolabio (que parece estar muy influido por el tratado del mismo tema de Teón, el padre de Hipatia).(13) Severo estaba familiarizado con la astronomía y la ciencia griega en general, en especial Ptolomeo y los autores alejandrinos. Pero, curiosamente, también conocía la ciencia de la India, que admiraba en gran manera, siendo el primero en el mundo mediterráneo en mencionar su sistema numeral, que luego se conocerían como números arábigos, y todavía usamos hoy día. Personajes como él comentaron, citaron y copiaron los libros de ciencia griegos y también los tradujeron al siriaco y al árabe.(14) Sólo así fue posible, siglos después, la tan rememorada transmisión del saber clásico del mundo islámico al mundo europeo occidental a finales de la Edad Media (especialmente en los siglos XI y XII) en lugares como España o Sicilia.

Cuando se nos dice que la ciencia se paralizó o desapareció durante este periodo, lo que se suele hacer es sumar peras con manzanas. En el Imperio romano occidental (el único que desapareció en el siglo V) no había habido nunca ciencia. Durante la época helenística y romana, la ciencia siempre se cultivó en griego y en Oriente (Grecia, Egipto, Asia Menor, etc.), y si alguien quería formación científico/filosófica, solía aprender griego desplazarse a Atenas, Alejandría, Constantinopla, etc. Lo que ocurrió durante la Edad Media fue que se interrumpió la vía de comunicación del Mediterráneo occidental al oriental, y los occidentales quedaron aislados y abandonados a su suerte.

Con las invasiones bárbaras (siglos IV-VI), el avance musulmán (siglos VII-IX) y finalmente las incursiones
vikingas/normandas (siglos IX-XI), la vida en Europa occidental se centró en la supervivencia. Y eso también vale para la ciencia. Sin acceso a Oriente, con el griego prácticamente desaparecido en Europa (lengua en la que estaba escrita la ciencia y la filosofía), y con una tremenda inestabilidad sociopolítica, los pocos intelectuales supervivientes se centraron en la conservación de la cultura. Las pocas enciclopedias científicas que existían en latín adquirieron gran popularidad, como la monumental Historia Natural de Plinio (23-79, cuyos múltiples errores lastraron la cultura europea por siglos), así como otras que se prepararon justo antes del desastre (hay que destacar ahí las Etimologías y Sobre la naturaleza de las cosas del obispo Isidoro de Sevilla, h.560-636). Por eso, cuando se habla de que la ciencia desaparece en la Edad Media, se cometen dos errores: por un lado, se ignora que la ciencia continuó su transmisión en Oriente, primero entre los bizantinos y después también en el mundo islámico, sin que hubiese una interrupción apreciable; y, por otro, se ignora que en Occidente no hubo ciencia tampoco antes de la época medieval, por lo que no se perdió nada, pues nada había que perder. Es más, fue precisamente en la época medieval cuando nació la ciencia europea occidental.

Aislados, los intelectuales europeos no tuvieron más remedio que reconstruir el edificio de la ciencia en casa con los materiales que tenían a mano. Si Isidoro de Sevilla fue un enciclopedista, que no realizó contribuciones originales, poco después, el Venerable Beda (h.672-735) ya hace una contribución apreciable a la historia de la ciencia con su teoría de las mareas desde el norte de Inglaterra. Más tarde, científicos como Gerberto de Aurillac (h.945-1003), que llegaría a ser papa en sus últimos años (Silvestre II, 999-1003), venciendo obvios prejuicios y rencores, serán capaces de acercarse al mundo islámico en España. Finalmente, a principios del segundo milenio, se establecen las universidades, primeros centros del saber en Europa occidental, que continuarán hasta nuestros días la labor educativa e investigadora que se inició en Atenas y Alejandría (se considera que la primera universidad de Europa occidental fue la de Boloña en 1088). A la vez, con las masivas traducciones del griego y árabe al latín (siglos XI-XV), los europeos occidentales volverán a tener acceso a un legado cultural del que se habían visto privados contra su voluntad durante casi un milenio.


Autor: Pablo de Felipe es doctor en Bioquímica, investigador, escritor y profesor de Ciencia y Fe en el Seminario SEUT

En el próximo capítulo de esta serie:
Los cristianos, Serapis y la biblioteca de Alejandría
Cristianismo y revolución social



1) La descripción de esa cosmología que aparece en la película Ágora se parece mucho a la presentada por el viajero cristiano Cosmas Indicopleustes hacia el 550 en su Topografía Cristiana (traducción inglesa disponible en: www.tertullian.org/fathers/index.htm#Cosmas_Indicopleustes). Aunque esa obra apareció más de un siglo después del asesinato de Hipatia, no es descabellado suponer que fuera sostenida antes, dado que el propio Cosmas utiliza citas de autores cristianos favorables a su tesis de siglos anteriores y dado que hay un autor cristiano occidental, Lactancio, que criticó la esfericidad de la tierra a principios del siglo IV (aunque es dudoso que su obra en Latín fuera conocida por el vulgo en Alejandría, y, por otro lado, tampoco propuso un modelo detallado alternativo como Cosmas). La cosmología de Cosmas se basaba en una utilización con fines científicos de referencias dispersas a temas cosmológicos a lo largo de la Biblia, así como interpretaciones, a veces disparatadas, de ciertos datos científicos que Cosmas pensaba que apoyaban sus ideas. Aunque Cosmas escribió su libro en Alejandría, esa cosmología era ajena al entorno cristiano alejandrino, y provenía de una escuela cristiana totalmente diferente, la de Antioquía, cuyo enfoque hacia la Biblia era más literalista. De hecho, recientemente se ha identificado a Cosmas como Constantino de Antioquía (Wanda Wolska-Conus. 1989. Stéphanos d´Athènes et Stéphanos d´Alexandrie. Essai d´identification et de biographie. Revue des etudes Byzantines 47:5-89). La poca popularidad de sus ideas entre los cristianos alejandrinos podría ser la razón de sus frecuentes y feroces críticas a los que llega a llamar “cristianos de apariencia que, sin tener en cuenta la divina Escritura, a la que desdeñan y menosprecian como los filósofos no cristianos, suponen que la forma del cielo es esférica, inducidos al error por los eclipses” (Cosmas Indicopleustes, Topographie chrétienne, prólogo, 4-6. Wanda Wolska-Conus (ed.). Les Éditions du Cerf, Paris, 1968, tomo I, p.264). Su obra fue criticada por el Patriarca de Constantinopla Focio (h.810-h.895, máxima autoridad cristiana en la cristiandad oriental), que dice de su autor: “Siendo vulgar en la expresión, ignora hasta la sintaxis común; además, expone hechos inverosímiles según la ciencia. También es justo considerar a este hombre como un autor de fábulas más que como un testigo veraz. Los dogmas que él discute son los siguientes: el cielo no es esférico, y tampoco la tierra, [...]. El profesa también otras cosas absurdas.” (Fotio, Biblioteca, codex 36). En Occidente, Cosmas pasó desapercibido casi por completo hasta que fue redescubierto en el siglo XVII, y su obra impresa por primera vez a principios del XVIII. Desde entonces, diversos autores han considerado a Cosmas como prototipo del cristianismo antiguo, usándolo como ariete contra el cristianismo (¡esperemos que Amenábar no le dedique su próxima película!), a pesar de las críticas que su ideas recibieron, no sólo de Focio, sino de científicos cristianos orientales como Juan Filopón (h.490-h.570) en Alejandría, o Ananías de Shirak (610-685) en Armenia, y de su falta de influencia en autores occidentales como Agustín, Isidoro, Sisebuto, Beda, etc. Incluso los que, como Agustín, no eran científicos y parece que no tenían clara la esfericidad de la tierra, nunca la atacaron como Cosmas ni pretendieron elaborar un modelo de universo-arcón como él.
2) Véase información en: www.kcl.ac.uk/schools/humanities/depts/philosophy/research/commentators.
3) Martin P. Nilsson, Historia de la religiosidad griega. Gredos, Madrid, 1970. 2ª ed., pp. 214, 215.
4) La actividad matemática sí que tuvo un proceso más continuo de progreso durante la Edad Media, en especial, gracias a la interacción con la matemática de la India a través del mundo islámico.
5) Sí, astrología. En aquel tiempo, la astronomía y la astrología se practicaban juntas por los sabios de la época. A quien sorprenda esto le convendría recordar que fueron precisamente los cristianos los que lucharon contra la astrología con mayor énfasis desde la antigüedad, exponiendo su falta de base científica. Un personaje, especialmente destacado en esa lucha, fue Agustín de Hipona (354-430), contemporáneo de Hipatia, neoplatónico, que vivió también en el norte de África. Más adelante, veremos como Filopón, en el siglo VI, desmitificaría todavía más los astros al comparar su luz, especialmente en el caso del Sol, con la luz desprendida por los fuegos terrestres, negando así su carácter “divino”, para horror de los filósofos neoplatónicos paganos.
6) Bertrand Russell, History of Western Philosophy. London, 1946, p. 387.
7) Citado en S. Sambursky, El mundo físico a finales de la antigüedad. Alianza, Madrid, 1990, p. 162. Esta es una buena obra para iniciarse en el pensamiento y relevancia científica de Filopón. Por desgracia, no conozco muchas obras más sobre este personaje en español, la mayoría de estudios sobre él se encuentran en inglés, lengua en la que se están traduciendo recientemente sus obras (durante el Renacimiento, se imprimieron traducciones latinas de algunas de ellas, así como originales griegos).
8) Christian Wildberg, artículo “John Philoponus”. Stanford Encyclopedia of Philosophy. Disponible en: plato.stanford.edu/entries/philoponus.
9) Página web oficial de Ágora: www.agoralapelicula.com.
10) Que llegó incluso a cerrar la famosa Academia platónica de Atenas en el 529. Su director, Damascio, y seis compañeros, buscaron asilo en Persia en el 532; pero retornaron al Imperio bizantino al año siguiente a raíz de un tratado de paz entre Justiniano y el rey persa. Al parecer, Damascio volvió a Alejandría donde continuó trabajando hasta su muerte.
11) Clelia Martínez, op. cit., p. 180.
12) Idem., p. 187.
13) Se puede encontrar información sobre Sebokht en: www.roger-pearse.com/wiki/index.php?title=Severus_Sebokht&printable=yes y en: islamsci.mcgill.ca/RASI/BEA/Severus_Sebokht_BEA.htm.
14) Sobre la transmisión de la cultura clásica al mundo islámico, hay incluso un libro específico: De Lacy O´Leary, How Greek Science Passed to the Arabs. Routledge & Kegan Paul Ltd., 3ª ed., 1979 (1ª ed de 1949). Disponible en: www.aina.org/books/hgsptta.htm.



Artículos anteriores de esta serie:
 1Ágora, ¿en qué contribuyó Hipatia a la ciencia? 
 

 


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