Realizan comparaciones odiosas, enfermizas, y a veces discriminatorias. Comparar a las personas y a las cosas se ha puesto de moda. Quíén es mejor, quién ostenta más, quién tiene más poder.
Pero yo pregunto: TODO ESTO ¿PARA QUÉ? Si nuestra carrera esta destinada a perecer como perece la hierba de un prado, que en su verdor demuestra a la madre naturaleza que está llena de vida, pero ignora que la próxima estación será su última parada. Si por mucho que un hombre quiera añadir a su estatura un palmo, no conseguirá superar lo que genéticamente ya le fue otorgado. Si en ese camino hacia la nada te dejas a tus amigos, tus hijos, tus familiares… porque una cosa si es cierta: EL TIEMPO PASA Y YA NO VUELVE ATRÁS.
Quiero hacerte reflexionar porque a veces pararse es avanzar. Detenerse a pensar, a observar, a valorar, puede ser la hoja de ruta que necesitas. Sin que el tiempo sea un obstáculo, un enemigo, una barrera. Ese tiempo que para alguno es oro, pero que a veces está mal invertido, como en las carreras sin control que son nuestra actualidad continua. Unas prisas que parece que nunca pasan de moda; y a pesar de eso siempre llegamos tarde a todos lados.
Hace unos días tomé el metro en Madrid (¡yo, un paleto en el metro!). Y pude ver cómo una gran marea humana, que se movía de un lado para otro, me absorbía sin que pudiera frenarla, porque si lo intentaba me arrollaban. O corres como ellos, o al final terminas por los suelos ¿No es esto lo que nos ocurre realmente en la vida que nos ha tocado vivir. O corres o te atropellan? Es como una corriente con vida propia pero sin vida real, donde cada uno -en su carrera frenética- lucha por llegar pronto... compitiendo en esa loca carrera hacia la vejez, dejando por el camino muchas cosas que realmente tienen valor, y que cuando el tren pasa ya no te las devuelve,
a no ser que antes te detengas a preguntarte ¿A QUE LAS COMPARARÉ?
Si le preguntaras a una rosa: ¿a qué te puedo comparar?, te respondería “a otra rosa igual que yo”. Porque sencillamente las comparaciones siempre desmerecen al uno para engrandecer el ego del otro. Y si le preguntases a un hijo tuyo, a tu esposa, a tu familia, a tu amigo, o a cualquiera por muy simple que sea, te respondería que HAY COSAS QUE NO SE PUEDEN COMPARAR SENCILLAMENTE PORQUE NO TIENEN PRECIO. Y en esa dimensión incomparable está Dios.
Porque hay cosas en la vida que no se pueden comparar, que no tienen medida… ¿o es que se puede medir el amor de un hijo?; ¿o acaso comprar la amistad de un amigo, o cambiar el apellido que tengas por muy noble que sea? Todo eso no tiene precio.
Eres como eres por la gracia de Dios. Valora lo que tienes. Dale tiempo a los tuyos, y a ti mismo, porque el tiempo es la única inversión que no se recupera jamás. Disfruta de la paz, de lo que te rodea. De saber que igual que hay cosas que no se pueden comparar, a Dios tampoco se le puede comparar con nada que tengas, porque Él es como es. Sin medidas, sin tiempo, sin estatura, con un amor infinito, con una paciencia donde el tiempo que es nuestro gran enemigo para Dios es su gran aliado.
En la Biblia hay un texto donde un hombre vive afanado por llenar el granero, sin preocuparse realmente de el mismo, ni de su familia, ni de Dios. Y Dios le dice
“ha llegado tu hora y todo lo que has atesorado ¿para quien será?”. ¡Qué triste afanarse sabiendo que nuestra jubilación es el sufrimiento!
Y TE QUIERO DEJAR CON ESTA ÚLTIMA IDEA: PÁRATE UN POCO, Y PIENSA EN DIOS. EL QUIZÁS TE PUEDA AYUDAR, PORQUE CUANDO EL DA, DA SIN MEDIDA, SIN REPROCHES, SIN TIEMPO.
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