Algunos de ellos fueron publicados el año pasado en
Protestante Digital(1). En 1998
Alétheia (nº 13, págs. 13-32) publicó un nuevo artículo del físico evangélico Daniel Casado, comentando los artículos previos y aportando reflexiones propias, y
cuya primera parte se publicó en la entrega anterior de “Tubo de ensayo”. Ofrecemos, a continuación, la segunda parte del texto de ese artículo.
INTERPRETACION LITERALISTA
La interpretación literalista está representada por el artículo de Carlos Pujol, “El Libro de los Principios”, escrito en un tono conciliador y no dogmático poco frecuente entre quienes defienden esta postura, y, en parte, por el de Edwin L. Kerr, “Unidad Apologética entre Biólogos y Astrofísicos”, así como el de Gerald Bray, “La Creación”, ampliamente citado en el punto anterior.
El primero es un claro exponente de la postura literalista o creacionista, habitualmente ligada al catastrofismo. Esta es, sin duda, la postura más frecuente en nuestros círculos evangélicos, debido, al menos en parte, a la influencia de las instituciones norteamericanas que la promueven(2) y a la aparente ortodoxia de sus principios: “La Biblia es la Palabra de Dios escrita, y por creerla totalmente inspirada, todas sus afirmaciones son históricas y científicamente ciertas en todos los autógrafos originales, ello con exclusión de toda otra pretendida fuente de revelación. Para el estudiante de la naturaleza, esto significa que el relato de los orígenes en Génesis es una presentación factual de verdades históricas simples, sin reservas literarias, filosóficas, o de otro tipo”(3).
Es difícil manifestar desacuerdo con una afirmación de este tipo sin que fácilmente pueda uno ser mal interpretado. Sin embargo, es necesario señalar que esta aproximación literalista no hace justicia al texto bíblico, que en ningún caso es un libro de ciencia, como reconoce el autor (nº 10, págs. 9 y 15), ni a la ciencia como tal cuyo único referente es y debe ser el marco experimental. Sigue Carlos Pujol: “Habitualmente la evolución es enseñada como hecho científico y no como hipótesis. Se hace así en base a la interpretación de datos que son considerados como pruebas de su realidad (datos paleontológicos -fósiles, estratos geológicos-, de anatomía comparada, de genética, etc.”). Y más adelante insiste: “Son los científicos los que hablan sobre los orígenes, pero lo que dicen sobre los orígenes no es científico, sino hipotético. La ciencia puede hacer hipótesis, pero ello no obliga que sean ciertas” (nº 10, págs. 12 y 13). Esta contraposición entre hipotético y científico ignora que la ciencia es, toda ella, incluso la más contrastada, hipotética. Es más, toda hipótesis o teoría científica ha de poder ser verificable por vía experimental y, por ende, falsable(4). No es correcto contraponer hipotético versus científico queriendo decir que lo hipotético es más o menos caprichoso o resultado de un acto de “fe” mientras que lo científico es verdadero. Toda la ciencia es una construcción hipotético-deductiva basada en datos experimentales (hechos) y sujeta a verificación experimental y posterior revisión.
Hay otros elementos de confusión.
Por ejemplo, cuando se dice (nº 10, pág. 13) que la irreproductibilidad de la creación priva al conocimiento de un carácter auténticamente científico. Es obvio que la no reproductibilidad de un determinado fenómeno dificulta enormemente la investigación, pero no da al conocimiento resultante, en cuanto ciencia, un carácter cualitativamente distinto. La astrofísica es un ejemplo palpable de ello. O también, poner en pie de igualdad una tesis que excluya a Dios y otra que lo tenga presente, núcleo esencial del creacionismo científico o catastrofismo (nº 10, pág. 13). Desde el punto de vista epistemológico esto es una barbaridad. La acción de Dios en el mundo natural, tanto en los orígenes como en cualquier momento, sólo es aprehensible por la fe (
He. 11:3;
Col. 1:17), de modo que, por su propia naturaleza axiomática y por no ser verificable experimentalmente, es ajena a toda explicación científica, por más que los científicos fueran creyentes. Por otra parte y tal como David Andreu afirma, “el carácter literal de los relatos de
Génesis 1-3 está mucho más abierto a discusión de lo que los creacionistas quieren hacernos creer” (nº 10, pág. 22). Basta considerar, a título de ejemplo, el significado de la palabra polvo a lo largo de todo el texto bíblico o la descripción de la acción de Dios en el mundo natural (
Job 38 y 39;
Sal. 104;
Mt. 6:25-34, etc.).
INTERPRETACION CONCORDISTA
La aproximación concordista al relato de los orígenes está representada por el artículo de Enrique Meier: “Fe y Ciencia en Diálogo” y también, en parte, por el anteriormente citado de Edwin L. Kerr.
Enrique Meier defiende la complementariedad de la Biblia y el saber humano, pero dentro de una interpretación concordista de los capítulos relativos a los orígenes. Sus referencias a la teoría del big-bang, a la composición del polvo, que contiene los 14 bioelementos humanos, y a la coincidencia entre la progresión que podemos ver en el relato de la creación y la propuesta por la ciencia, “La luz (energía), el agua, la tierra (los elementos), las plantas, los peces, las aves, los mamíferos y el hombre. Exactamente ésta es la cadena que aparece en la Biblia, y no contradice cuanto dice la ciencia”, (nº 10, pág. 34) lo manifiestan claramente.
Suscribo plenamente cuanto David Andreu dice en relación a esta aproximación a los orígenes (nº 10, págs. 21 y 22). Hay que reconocer, sin embargo, que esta interpretación concordista de los orígenes seduce fácilmente al lector, tanto más cuanta menos formación científica tenga éste, al “descubrir” en el texto referencias a las más desarrolladas teorías científicas del momento (Edwin Kerr, nº 11, págs. 5-16). No nos engañemos. La historia de la ciencia y del pensamiento cristiano muestran con claridad la debilidad de esta postura: la exégesis está determinada por el conocimiento científico, no por el análisis del texto(5). Depende, por tanto, de la contingencia de aquél(6).
COMPLEMENTARIDAD BIBLIA-CIENCIA.
Tres artículos, los de Enrique Meier, Stuart Park y David Andreu, todos ellos publicados en el número 10, defienden la complementariedad de la Palabra de Dios y del conocimiento científico.
Para Enrique Meier, “Gn 1-3
no debe entenderse como texto científico en el sentido contemporáneo, aunque no tiene ningún elemento que contradiga los conocimientos de la ciencia, hasta hoy” (pág. 36) -aquí aparece nuevamente el concordismo que ya hemos comentado-, por ello “no es lícito, ni por exceso ni por defecto, hacer decir al texto bíblico lo que no dice” (pág. 37). La Biblia, Palabra de Dios al hombre, utiliza palabras humanas y, como tales, tributarias del tiempo y del lugar en que fueron escritas (pág. 35), comprensibles para los destinatarios de su tiempo (pág. 39), de naturaleza poética y rítmica -especialmente los capítulos
1 y 2 de Génesis- con un mensaje claro: “todo lo visible es creación de Dios y sólo él merece adoración”. Para Enrique la complementariedad, es decir, la ausencia de conflicto entre fe y ciencia, se fundamenta precisamente “en que ambas tienen un único y mismo origen: Dios” (pág. 39). En su opinión, que comparto, es función de la Teología interpretar adecuadamente el texto bíblico y trasladarlo a cada momento de la historia, conservando su mensaje original y sin traicionarlo (pág. 37 y 35).
Para Stuart, “La coherencia de la Biblia es total. No obstante la multiplicidad de autores, géneros literarios, y períodos históricos que han moldeado su contenido, evidencia el mismo diseño (designio) inteligente que en el orden material. Por ello, la ciencia y la fe no se contradicen, sino se complementan al servicio del Creador” (pág. 55). Sin duda esta conclusión apunta en la misma dirección que, como veremos, David Andreu nos señala en su artículo: la necesidad de interpretar los primeros capítulos del Génesis partiendo de su finalidad y de su estructura y género literarios. Stuart Park termina señalando que esta “coherencia literario-teológica de la Biblia tiene implicaciones evidentes para la hermenéutica: exige el mismo respeto hacia el relato de la Creación como hacia el relato de la cruz y de la resurrección” (pág. 55). En mi opinión, este respeto profundo a la naturaleza y propósito del mensaje revelado excluye tanto pretendidas conclusiones irrefutables sobre la existencia de Dios o su acción creadora a partir de ciertas teorías científicas como el apoyo o refutación de otras a partir del texto bíblico.
David Andreu nos ofrece una breve aproximación a una interpretaci6n literaria de los primeros capítulos de Génesis, “partiendo de la consideración de su estructura y género literarios, que son claves para desvelar su sentido” (pág. 25), y toma partido a favor de ella aclarando que esto no supone en absoluto “deshistorizar” el relato bíblico, sino aproximarse a él respetando su carácter teológico y literario para así descubrir su mensaje e intención primordiales: “la autoridad última y suprema de Dios en su creación, su soberanía total en el diseño, la materialización y la coherencia lógica de todo cuanto existe” (pág. 28). Coincido plenamente con el autor y sólo echo en falta un desarrollo más amplio de su postura, que es plenamente coherente con sus postulados iniciales de unidad de pensamiento y complementariedad. Por ello puede afirmar que la enseñanza primordial del texto que nos ocupa “es perfectamente vigente y digna de consideración por cualquier persona científicamente formada de nuestro siglo, porque no está condicionada en absoluto por los descubrimientos que la ciencia pueda hacer respecto a nuestros orígenes naturales” (pág. 28), al tiempo que “nos permite mantener el diálogo con la ciencia actual, exigirle rigor en sus formulaciones sobre el origen del cosmos y la vida, y denunciar también los intentos de quienes, desde plataformas más filosóficas que científicas, pretenden vaciar de dimensión religiosa algo tan pleno de significado teológico como la creación del
universo y de sus ocupantes” (págs. 28 y 29). En esta misma línea de pensamiento, José María Martínez enfatiza el carácter eminentemente teológico de
Génesis 1-3 y afirma que “es, sobre todo, la comprensión de la naturaleza y finalidad de
los textos lo que más nos ayuda a avanzar por el camino de
interpretación sin roces serios con la información aportada por la ciencia”(7)
. David termina invitándonos a buscar puntos de coincidencia, tiempo de reflexión y diálogo sincero y oportunidades para proclamar el mensaje siempre vigente del Dios creador y sustentador de todo cuanto existe. Es una invitación que haremos bien en aceptar, esforzándonos por ser testigos fieles del mensaje de salvación que hemos recibido.
Continuará…
1)
- El Debate de los Orígenes (I) Génesis: un debate permanente – Stuart Park
- El Debate de los Orígenes (II). El libro de los principios ante la fe – Carlos Pujol
- El Debate de los Orígenes (III). El libro de los principios ante la ciencia – Carlos Pujol
- El Debate de los Orígenes (IV). Aproximaciones tradicionales a Génesis – David Andreu
- El Debate de los Orígenes (V). Alternativa a la aproximación tradicional a Génesis – David Andreu
- El Debate de los Orígenes (VI) Génesis y revelación – Stuart Park
2) “lnstitute for Creation Research” y “Creation Research Society” son dos de las instituciones más destacadas y beligerantes en la defensa de la aproximación literalista al texto bíblico y en el desarrollo del creacionismo científico o catastrofismo. Sus tesis y publicaciones son promovidas en España entre otros, por la “Coordinadora Creacionista”.
3) Primer principio de la “Coordinadora Creacionisia”. Tomado de su carta de presentación.
4) Para Karl Popper, eminente epistemólogo, la característica esencial del método empírico es la falsabilidad o refutabilidad del conocimiento resultante mediante contrastación experimental. Por ello consideró la historia de la ciencia como una secuencia de conjeturas, refutaciones, conjeturas revisadas y nuevas refutaciones. Bertrand Russell, Mario Bunge y otros coinciden con él en esto: la necesidad de exponer continuamente las teorías científicas a la posibilidad de refutación es promover el progreso del conocimiento científico.
5) El concepto de día que propone Edwin Kenen su articulo (nº11, págs. 5-16) es un excelente ejemplo en este sentido. “Las etapas de la creación en el relato bíblico se entienden mejor, ahora, a la luz de los descubrimientos científicos. Esto nos permite aclarar la definición bíblica de la palabra “día”. La definición que proponernos –un ciclo de oscuridad generalizada en la naturaleza. seguido por otro de iluminación- permite que todos los apologistas, tanto astrofísicos como biólogos, tengan razón en sus respectivos campos” (págs. 6y 7). A continuación nos propone una duración que va de una parte infinitesimal de segundo para la primera tarde (pág. 11), a miles de millones de años para el segundo día (pág. 13), pasando por un periodo indefinido de muchos días y noches que, sin embargo son uno “desde el punto de vista de Dios” (pág. 15), para terminar en días de 24 horas a partir del 4º en adelante. ¿Podemos, de verdad, defender que una interpretación de este tipo se apoya en la exégesis del texto bíblico? Es evidente que no. Más bien “retorcemos” el texto para hacerle decir lo que nuestras convicciones, científicas o no, nos dictan.
6) La literatura evangélica abunda en ejemplos. Citaré sólo uno, que es interesante contrastar con el contenido del artículo de Kerr. F. Bettex, pastor alemán, a finales del siglo XIX, en pleno apogeo del mecanicismo científico, asume el reto teológico de darnos una concepción de la naturaleza fundada a la vez en la palabra del Creador y en los hechos de su creación (La Religión y las ciencias Naturales, Stuttgart, 1898, traducida al castellano y publicada por la Librería Nacional y Extranjera, Madrid). Base esencial de su concepción mecanicista es la materia, cuyo carácter permanente descansa en la inmutabilidad e indestructibilidad de los átomos (en griego, indivisible), que, “dotados de una indómita fuerza vital” sólo pueden ser creados o aniquilados por la palabra de Dios (pág. 61). En esos mismos años (1896), Bécquerel descubrió la radiactividad, lo que no es sino la transmutación natural de los átomos... Sobran los comentarios.
7) José M. Martínez, Hermenéutica Bíblica, CLIE, Barcelona, 1984, pág. 265.
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