Me refiero al viaje que hizo desde España a Chile el barco Winnipeg, transportando a 2.366 refugiados españoles que huían de la dictadura de Franco. La nave, que salió del puerto Trompeloup-Pauillac, cerca de Burdeos el 4 de agosto de 1939 llegaba a Valparaíso un mes menos un día después. A muchos de los refugiados los habían enviado a campos de concentración instalados en Francia. En Chile habrían de comenzar una nueva etapa, en la que si bien los recuerdos del suelo lejano no los abandonaría jamás, la paz y la acogida afectuosa de nuestra gente les ayudarían a echar raíces pronto en ésta, su patria adoptiva. (¡Cómo no nos vamos a sentir hermanos de nuestros hermanos españoles si ellos y nosotros hemos vivido parecidas tragedias!)
Ayer, en una emotiva ceremonia en el Palacio de la Moneda en Santiago, el gobierno chileno hizo recuerdo de aquel hecho, rindiendo homenaje a los refugiados, algunos de los cuales, ya ancianos, estuvieron presentes en el acto conmemorativo; a Pablo Neruda, que fue el de la idea y quien hizo los trámites para el traslado mientras era cónsul de Chile en Barcelona y Madrid y al presidente Pedro Aguirre Cerda quien acogió la idea del poeta y puso los recursos necesarios para el traslado de estas personas a Chile. ¡Aquel era el auténtico país del Himno Nacional que dice que Chile es y será siempre «asilo contra la opresión»!
Buscando algunos datos adicionales en la Internet, me impongo que la presidenta Michelle Bachelet, cuyo padre, el general Alberto Bachelet murió a manos de sus propios compañeros de la Fuerza Aérea (*) denunció durante su discurso las injusticias a las que tuvieron que hacer frente los exiliados de la guerra civil española (1936-1939). «Fue muy alto el costo», dijo, «de no poder convivir en la libertad y en la diversidad».
El caso del vapor Winnipeg nos hace recordar a Neruda quien indirectamente (aunque para ser honestos bastante directamente) fue llevado a la tumba por los militares chilenos el 23 de septiembre, escasos doce días después del golpe. La ignominia que caía sobre Chile esos días sin duda aceleró el fin de nuestro Premio Nóbel. Tenía 69 años. Quienes lo mataron se ensañaron, después de su deceso, con su casa de Santiago, sus bienes, sus libros, destruyendo todo lo que pudieron e incluso procurando dañar su memoria sin conseguirlo; porque Neruda está hoy día, como el Presidente Allende y miles de asesinados y detenidos desaparecidos, más vivo que nunca en el buen recuerdo de su pueblo.
También septiembre se presta para recordar el golpe militar ocurrido el día 11 cuando el Dr. Allende Gossen aun no cumplía tres años de los seis de su mandato. Quienes se han esforzado por amordazar la memoria de los chilenos se han encontrado con que los hechos que siguen ocurriendo hasta hoy se oponen a estos intentos. Y para muestra, este solo botón basta. Copio de la primera página de «El Nuevo Herald» de Miami, de fecha 2 de septiembre de 2009: Ordenan la captura de más de un centenar de militares en Chile. Y la nota de prensa comienza diciendo: «La justicia chilena despachó el martes una orden masiva de arresto contra más de un centenar de ex militares y policías por su responsabilidad en los planes represivos de la dictadura de Augusto Pinochet, entre ellos la “Operación Cóndor”».
«La orden de arresto» prosigue diciendo la nota, «es contra 129 ex agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) la temida policía política que operó en los primeros años de la dictadura de Pinochet (1973-1990) acusada de ser la responsable de la mayoría de las 3,000 víctimas que dejó su régimen».
Contrariamente a lo que posiblemente se imaginaron los militares golpistas, a casi 40 años del triste suceso, la memoria sigue viva. Y la justicia activa. Aunque el responsable mayor, dentro de Chile,(**) logró evadir la justicia que lo tuvo a muy mal traer, hay otros altos mandos ya cumpliendo condenas y otros en vías de estarlo.
Un caso casi olvidado es el del fiscal militar de Temuco, Alfonso Podlech quien en su calidad de tal tuvo una destacada participación en los hechos delictivos llevados a cabo como parte de lo obvio en un golpe: los abusos, la persecución indiscriminada, el abuso de poder, el soplonaje, las torturas y la muerte. Para hacer una referencia más o menos actualizada a este funesto personaje, me comuniqué ayer con un amigo de Temuco a quien le pedí que me averiguara qué ha pasado con él. Su primera respuesta fue: «Aquí nadie se acuerda de él».
¡Es interesante! aunque supongo que entre esos «nadie» habría que excluir a sus familiares: esposa, hijos, sobrinos, quizás nietos. Porque ocurre que algunos de estos torturadores y personajes siniestros que mandan a la muerte a muchos sin que les tiemble la mano, son delicadamente amorosos con sus hijos, con sus nietos y con sus esposas. Pues sí; parece que Alfonso Podlech sigue preso en Italia después de haber sido extraditado desde España a mediados del año 2008 y ya nadie se acuerda de él. (Quizás eso le convenga más que si todo el mundo se acordara de él.) Aunque en su hoja de servicio hay una cantidad no determinada de víctimas, se le está procesando en Italia por la tortura y posterior asesinato del cura italiano Omar Venturelli. Este, que mientras ejercía su apostolado religioso en la región de Temuco conoció a una muchacha de la que se enamoró y para contraer matrimonio con ella colgó los hábitos, siguió ejerciendo su apostolado social sin dejar de lado su vocación sacerdotal. Su esposa, después de la desaparición y muerte de Venturelli viajó a Italia donde, según se reporta, vive esperando que la justicia italiana, no la chilena, le aplique al agresor la pena que le corresponde.
Septiembre también nos trae a la mente la cantidad de creyentes evangélicos que, anteponiendo sus convicciones políticas e ideológicas a las enseñanzas de Cristo, corrieron a identificarse con los golpistas, dándoles su apoyo logístico. En algunos casos este apoyo se llevó a un punto tal que, ejerciendo una fiscalía militar oficiosa, hicieron de delatores, de jueces y, de una u otra manera de verdugos, empuñando también el arma que segó la vida de sus hermanos, evangélicos, católicos o librepensadores. Si la justicia humana pudiera identificarlos y acumular pruebas contra ellos, también tendrían que ser juzgados como los uniformados.
En Chile, septiembre es el mes en que la vida revive de nuevo. Se ha terminado el invierno, el sol empieza a calentar, los fríos se van y las lluvias toman otros rumbos. Los niños salen a elevar sus volantines y las banderas chilenas se aprestan a ondear los días del Dieciocho cuando se celebra un año más de la independencia. Pero en medio de todo este renacer, hay pena y dolor. Porque la maldad y la traición pudieron más que la lealtad y la constitucionalidad. La pregunta que todos deberíamos hacernos hoy es: «¿Y quién salió ganando con todo esto?»
Ni Podlech, ni Contreras, ni Piñera (que quiere ser presidente de Chile) ni ninguno de los cientos de cómplices y/o ejecutores que tuvo el dictador podrán librarse jamás, ni en esta vida ni en la venidera, del sentimiento de culpa que andará rondando dentro de sus conciencias. «Por cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (
Mateo 25:40, paráfrasis del autor).
(*) Poco se sabe del padre de la actual mandataria chilena, la señora Bachelet que, en la última encuesta dada a conocer ayer, goza de un 72% de popularidad entre los chilenos. Es lógico pensar que buena parte de este apoyo tendrá que volcarse en el candidato de la Concertación quien deberá derrotar al multimillonario candidato de la Derecha, Sebastián Piñera. Pero, hablando del general Alberto Bachelet, de la FACH, Fuerza Aérea de Chile, dicen los documentos públicos que Bachelet no estuvo de acuerdo con el golpe militar en el cual participaba el general Gustavo Leigh; por lo tanto, el mismo 11 de septiembre fue hecho prisionero. Él cuenta en una carta que escribió a su hijo Alberto el 16 de octubre de 1973: «Estuve 26 días arrestado e incomunicado. Fui sometido a tortura durante 30 horas (ablandamiento) y finalmente enviado al hospital FACH con un esquema, que es la antesala del infarto. Me quebraron por dentro; en un momento, me anduvieron reventando moralmente. Nunca supe odiar a nadie. Siempre he pensado que el ser humano es lo más maravilloso de esta creación y debe ser respetado como tal pero me encontré con camaradas de la FACH a los que he conocido por 20 años, alumnos míos, que me trataron como un delincuente o como un perro». El general Bachelet murió víctima de las torturas a que fue sometido el 12 de marzo de 1974 en la Cárcel Pública de Santiago. Paradójicamente, años después de su asesinato, su hija asumía el cargo de Ministro de Defensa y se constituía, por imperio de la ley, en jefe de todos los militares que mataron a su padre. Hoy, aquella ministra es Presidente de la República. Pudiendo haber tomado venganza de quienes, intentando ampararse en la voluntad de Dios hicieron tanto daño a tantas familias chilenas, ha seguido el ejemplo de su padre: «Nunca supe odiar a nadie».
(**) La desclasificación de documentos por parte del gobierno de los Estados Unidos ha confirmado lo que ya todo el mundo sabía: la participación de algunos de sus líderes máximos en el golpe militar de Chile. Como consecuencia del golpe, en un país sudamericano murió la democracia, mataron a miles y mandaron a otros miles al exilio asesinando al presidente; sin embargo, uno de los implicados en estos hechos, el presidente Richard Nixon, en agosto de 1974; o sea, 9 meses después de haber instigado el golpe de Chile fue sacado del poder y mandado a morir, políticamente hablando, a su casa. Destino diferente tuvo su estrecho colaborador en esta confabulación contra un gobierno legítimamente constituido: el Dr. Henry Kissinger fue distinguido con el Premio Nobel de la Paz el mismo año del golpe militar que ayudó a implementar: 1973.
Si quieres comentar o