El cristianismo oficial defendió hasta la época moderna este tipo de teología. Muchas personas, que se consideraban a sí mismas como cristianas y espirituales, manifestaban un evidente desprecio hacia el cuerpo. Lo aceptaban como si se tratara de un enemigo a quien había que combatir, castigar y humillar constantemente. No disfrutaban de su dimensión corporal ya que se sentían como obligados, de alguna manera, a albergar un alma noble dentro de una sucia prisión corporal.
Sin embargo, como escribió Pascal: "quien se cree hacer el ángel, termina por hacer la bestia". En nombre de una mal entendida espiritualidad se cometieron errores religiosos graves.
¿Qué ha ocurrido en el mundo actual con estas concepciones que infravaloraban todo lo corporal? Pues que se ha alcanzado el extremo opuesto. De la minusvaloración a la sobrevaloración o mitificación del cuerpo.
Se está asistiendo hoy, en Occidente, a una veneración de lo corporal, a un verdadero culto al cuerpo. El organismo humano ya no es cárcel para el alma sino que se ha transformado en la totalidad de la persona. Hoy muchos contemporáneos exhiben sin pudor su desnudo integral en las playas. La obsesión por guardar la línea, la dieta adecuada, los chequeos médicos, la eliminación de las arrugas, los masajes, el gimnasio y los deportes, evidencian esta especie de religiosidad del cuerpo.
De la prohibición enfermiza y puritana hacia todo lo erótico, se ha pasado al amor libre y al hedonismo sexual. La dualidad típica de la antropología clásica, cuerpo y alma, se ha desvanecido.
Los cuerpos han asesinado a sus espíritus como Caín hizo con su hermano Abel. En el momento presente los cuerpos viven errantes, solitarios y extranjeros sobre la tierra. Porque se ven como lo único que queda de las personas y se lucha por prolongar su buena imagen, su belleza y su longevidad.
Frente a este evidente cambio de rumbo ideológico ¿cuál es la visión bíblica acerca del cuerpo humano? Pues, ni lo uno ni lo otro. La Biblia no apoya ni el dualismo platónico de antaño, ni el monismo materialista contemporáneo. Ni el desprecio del cuerpo, ni el culto o la mitificación del mismo.
Un texto importante, en relación al cuerpo, que ha servido ya anteriormente de referencia, es el del apóstol San Pablo a los corintios (
1 Co. 6:12-20). En aquellos días algunos creyentes apelaban a la libertad cristiana para justificar su comportamiento sexual equivocado. Hay que tener en cuenta que Corinto no sólo era el mayor puerto de mar de toda Grecia, sino también la ciudad más inmoral del mundo. En el santuario de Afrodita existía la prostitución sagrada. Estrabón cuenta que, en la época de Pablo, había más de mil prostitutas sagradas en aquella ciudad. Decir "muchacha de Corinto" equivalía a afirmar meretriz o prostituta. Era, por tanto, muy fácil llevar una vida sexual opuesta a la moral cristiana.
Al parecer, ciertos creyentes conversos del paganismo griego habían tergiversado las propias palabras de Pablo para adecuarlas a sus costumbres y seguir viviendo como siempre. Habían manipulado la doctrina de la libertad cristiana que predicaba el apóstol para decir que ellos eran puros y espirituales, porque habían recibido el Espíritu Santo y que, por tanto, lo que hicieran con su cuerpo no importaba. De ahí que Pablo les responda:
"Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen".
Los libertinos decían que la relación sexual no era otra cosa que la satisfacción de un apetito natural, tan lícito como comer o beber. Si uno podía cambiar de comida cuando quería ¿por qué no iba también a poder tener relaciones sexuales con las mujeres que quisiera? ¿Acaso no estaba hecho el organismo para sus instintos? ¿Acaso el cuerpo no era suyo y podían hacer con él lo que les diera la gana?
¿No hay quien propone también en la actualidad esta misma ideología de la autonomía personal o del amor libre? ¿No resultan familiares tales argumentos?
Aquellos cristianos del mundo helénico creían que todo lo que se hiciera con el cuerpo era irrelevante para el espíritu.
Pero Pablo refuta esta falacia apelando a la dignidad humana y al papel del cuerpo de cada cristiano en el plan divino de la salvación. Comer y beber son necesidades biológicas imprescindibles para la vida en este mundo, pero tanto los alimentos como el aparato digestivo son cosas pasajeras. Llegará el día en que ambos pasarán y no tendrán lugar en el más allá.
Pero el cuerpo, la personalidad, el ser humano como una totalidad no perecerá. El cuerpo del creyente está destinado a la glorificación, a convertirse en "cuerpo espiritual" (
1 Co. 15:44).
Dios ha destinado los alimentos, las bebidas y el sexo para que el ser humano los use sabiamente. No obstante, este uso puede ser lícito o ilícito, acertado o equivocado. Comer cuando se tiene hambre es lícito pero la glotonería es un error. Beber moderadamente es lícito -porque el Señor Jesús también bebió- pero la embriaguez es una equivocación en el cristiano. Tener relaciones sexuales entre los esposos es lo adecuado y necesario pero la fornicación, el sexo fuera del matrimonio, la promiscuidad o el trato con prostitutas no pueden tener cabida en la vida del creyente. Ni en los días de Pablo, ni en nuestra época por muy postmoderna que sea.
¿Cuáles son las razones o argumentos que utiliza el apóstol? El primero se refiere a que no es lo mismo el alimento que el sexo. "La comida es para el estómago, y el estómago para la comida. En cambio, no es verdad que el cuerpo sea para la inmoralidad sexual. “El cuerpo es para el Señor". El alimento es materia necesaria que entra y sale del organismo para nutrirlo pero la relación sexual implica la unión íntima de dos personas. Y si se trata de una unión ilícita, que sólo busca el placer egoísta momentáneo o el comercio económico del cuerpo, como ocurre con la fornicación, tal unión profana la relación entre Cristo y el cuerpo de los cristianos.
"¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo".
La malicia de la fornicación consiste en establecer una relación personal, "corporal", que se opone a la relación del cristiano con Cristo. Es como unir a los miembros de Cristo en una relación íntima con una prostituta. Hacerse un sólo cuerpo con ella. El creyente que cae en la fornicación, no sólo es infiel a su esposa o esposo, sino también al propio Señor Jesucristo. El fornicario se degrada a sí mismo y peca contra su propio cuerpo. Por eso Pablo dice:
"Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca".
El segundo argumento paulino afirma que cuando se profana el cuerpo del cristiano, se profana algo sagrado. Es como si se profanara un templo. El creyente puede ser considerado como un sacerdote en el templo de su propio cuerpo. En ese santuario sirve a Dios y aparta todo aquello que pudiera profanarlo.
"¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?".
Ciertas corrientes hoy en boga, como el feminismo, afirman lo que se llama el "principio de pro opción, es decir que: "una mujer tiene el derecho de utilizar su propio cuerpo como elija". Con tal argumento se defiende que la mujer tiene derecho al aborto libre. Claro que, aquí habría que preguntarse también por el feto. ¿Tiene algún derecho a continuar con su vida? ¿Existe conflicto entre el derecho de la madre y el del embrión? La Palabra de Dios dice, sin embargo, que el cuerpo del cristiano pertenece a Dios, porque es templo donde habita el Espíritu Santo. No existe en el mundo un ser humano que se haya hecho a sí mismo. Somos, por tanto, propiedad de Dios y no debemos utilizar nuestro cuerpo como nos dé la gana.
De manera que, la Biblia rechaza tanto el ascetismo sadomasoquista de antaño, que procuraba el desprecio del cuerpo, como la divinización del sexo y el culto al cuerpo que se observa en el mundo contemporáneo. Pero, no obstante, lo cierto es que Dios tiene una predilección especial por el cuerpo del creyente. El templo en el que le gusta instalarse es el representado por nuestro organismo vital. De ahí que Pablo exhorte:
"Así que hermanos os ruego... que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo..." (
Ro. 12:1-2).
La unidad de la iglesia, de la comunidad cristiana, exige que cada cual se esfuerce, se sacrifique, para superar el mal con el bien. Cuando el creyente se afana por hacer lo que es justo, en su cuerpo, en su vida, en su familia, en la iglesia y en su mundo laboral está dándole a la existencia un sentido de verdadero culto. Y este es el auténtico culto racional, el de la razón, que no consiste en el sacrificio de un animal muerto, como hacían los judíos, o en la recolección de un diezmo económico o de una ofrenda de tiempo, sino en el sacrificio vivo, viviente, de la propia existencia. El verdadero culto espiritual es el que se rinde con el cuerpo.
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