Sin herramientas

Algunos minutos más tarde apareció de nuevo. Esta vez para llevarse la pala. Seguí limpiando tanto como me permitía el rastrillo. Al rato me di cuenta que poco a poco me había quedado sin herramientas y que sin ellas apenas podía seguir trabajando, que el terreno no se podía limpiar. Había hecho concesiones.

Concesiones parecidas hago con Satanás, salvando las distancias, pues Pablo es mí amigo, Satanás mi enemigo. Él llega a mi vida y me pide una herramienta. En ese momento la veo prescindible, no creo que sea importante, de hecho ni siquiera la estoy usando y se la presto, quizás pensando que cuando la necesite la recuperaré, que me la prestará con la misma facilidad que se la entregué. Minutos más tarde, días más tarde e incluso meses, Satanás regresa de nuevo para pedirme otra herramienta, o para cogerla sin ser muy consciente de que se la está llevando, o para argumentar lo poco útil que me resultará y lo ventajoso de estar sin esa herramienta, o para cambiármela por otra aunque menos útil, más atractiva, más cómoda, más placentera, más egoísta.

Y así, vez tras vez, para llegar al punto cuando tomo consciencia de que apenas me queda nada para seguir limpiando el terreno de mi vida. Quizás Satanás me dejó alguna herramienta y llegué a pensar que eso era todo lo que necesitaba para vivir el evangelio. Pero cuando la luz de Cristo ilumina el terreno del corazón, uno empieza a darse cuenta que prestó a Satanás lo que jamás debió haber ni siquiera negociado.

No sé si te robó, si hiciste un trueque o si le prestaste alguna vez alguna herramienta a Satanás, ni qué herramienta o herramientas, no sé si la Luz de Cristo te ha iluminado para que tomes conciencia de esa situación, pero todas esas incertidumbres no son relevantes, ni tengo por qué saberlas.

Sólo recordarte que si ha sido así no estás sólo limpiando el terreno de tu vida, que Cristo está contigo, que es su sangre la que nos limpia de todo pecado, no somos nosotros, ni nuestras herramientas, si no que es Cristo en nosotros y a través de nosotros y que no son herramientas de carne, sino espirituales las que precisamos para que el terreno de nuestro corazón quede limpio de toda hierba de avaricia, de toda hojarasca de mentira, de toda espina de orgullo, de toda raíz de amargura…

Y si la Luz de Cristo en ti te hizo ver que cambiaste la Verdad de Cristo por las mentiras de Satanás, o que te robó el gozo, que perdiste el apetito por lo celestial, sólo sé que hay un tiempo para lamentarse, pero que ese tiempo también termina y que llega el momento de ponerse en pie, de vestirse cómo soldados de Cristo, de tomar autoridad en el nombre de Jesús y de colaborar con Dios para que el reino de los cielos avance, no sólo en nuestras vidas, si no también en la vida de nuestro prójimo.

Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.