De vez en cuando, he de ponerme gotas para que la cera se ablande. Llevo a la playa o la piscina un tapón hecho a medida, como el que usan los pilotos de Fórmula 1, para que no entre ni gota de agua. Procuro situarme a la derecha de la gente, para poder oírles mejor. Además, mi oído tiene otra peculiaridad, y es que la forma de su conducto auditivo se denomina “cuello de botella”, es decir, que en su zona media hay una estrechez perfecta para tender una emboscada al sonido que tiene que luchar por llegar al tímpano.
Antes de que me operaran, escuchaba en el interior de mi cabeza un sonido similar al de unos golpes sobre una chapa en una nave industrial vacía. Sin aviso, durante unos minutos, sentía ese sonido, que tras la operación desapareció, para regresar cuando mi oído externo tiene algún problema. Es como un sentido arácnido. En cuanto voy al médico y me limpia el oído, desaparece otra vez. A muchos esto le resultará extraño, pero es así, no hay que darle muchas vueltas. El caso es que tras la operación se desarrolló también el super-poder de escuchar la música de un modo diferente a los demás, con una agudeza un tanto mayor, o más quisquillosa. Los detalles acuden a mi con una meridiana claridad. Y el oído izquierdo es un prodigio en las audiometrías. Si me operara otra vez para reconstruir la cadena de huesecillos de mi oído afectado, recuperaría el total de la audición, pero no sería un super-aficionado a la música. Para mi, escuchar a
The Velvet Underground, o
Cream, o
The Stooges supone enfrentarse a su música de un modo distinto, único. No porque yo sea muy listo, es que mi oído es así. Como todo super-poder, no es algo que yo eligiese.
Creo que este hecho afectó irremediablemente a todo lo demás, a mi forma de entender la música, de disfrutarla, de recomendarla, de hablar sobre ella. Al mismo tiempo, no puedo escribir sin música. Aunque me muevo como uno más por las tiendas de discos, trato de averiguar si el CD o vinilo que sopeso en mis manos me enriquecerá cuando pase por el filtro de mi “intraudición”, como llamo a mi poder especial. Si es así, será fácil recordarla, e incluso oírla en mi cabeza sin que esté en marcha el equipo. Cuando voy a escuchar un disco, hago como mi gata con su disco favorito (
Bridge Over Troubled Water, de
Simon and Garfunkel), lo huelo, pongo mis oídos en su dirección, y lo analizo aunque no sea demasiado consciente de ello. Veo cómo gira en el tocadiscos, siento el engranaje que mueve la bandeja hacia el láser del reproductor de CD, y los fotones en el interior del mp3 que transportan la música no me son ajenos.
Cuento todo esto porque para mi no resulta extraño ver en la historia del sordo y tartamudo curado por Jesús la expresión “sé abierto” (Marcos 7: 31-37). Pues esto es lo que ocurrió cuando una noche me encerré en mi habitación, entre discos, y oré por primera vez con total sinceridad, a solas con Dios junto al abismo de mi escritorio.
Me gusta cómo describe ese momento una canción de
DC Talk, Red Letters:
Heed the words divinely spoken
May your restless heart be broken
Let the supernatural take hold
(Atendidas las divinas palabras
Que tu corazón agitado se quiebre
Agárrate a lo sobrenatural)
El concepto sobrenatural que titula el disco señala aquello que está por encima de lo natural, lo común, lo establecido. Dios es Sobrenatural. Está por encima de todo lo demás. Es lo que yo creo. Y mis oídos se abrieron como nunca desde el momento en que decidí agarrarme a ese Dios que habló a mi corazón agitado desde el principio de los tiempos. Y lo sigue haciendo, por mucho que mi vida personal sea un completo desastre. Y hubiera seguido hablándome y queriéndome, aunque de mi no hubiera recibido sino ignorancia.
A partir de ese instante (del que no recuerdo la fecha exacta, pero sí cómo sucedió), comencé a entender mejor las cosas que me pasaban, mis deseos, y mis miedos.
Because I´m so scared of being alone
That I forget what house I live in
(Porque tengo tanto miedo de quedarme solo
Que he olvidado la casa donde vivo)
Esto es de
Table for Two, una canción de Caedmon´s Call, unos músicos tremendos con un potentísimo directo, también creyentes en ese mismo Dios que abre los oídos de quien quiera oír y ser oído por el mundo de un modo increíble. Su trabajo toma elementos poéticos insólitos, y se acercan a la música folk de una manera totalmente original.
Caedmon está considerado como el más antiguo poeta inglés conocido, y entre sus obras soñadas bajo la abadía de Whitby se encuentran trozos sobrecogedores como este de su
Himno:
Now [we] must honour the guardian of heaven,
the might of the architect, and his purpose,
the work of the father of glory
— as he, the eternal lord, established the beginning of wonders.
He, the holy creator,
first created heaven as a roof for the children of men.
Then the guardian of mankind, the eternal lord,
the lord almighty, afterwards appointed the middle earth,
the lands, for men.
(Alabemos ahora al Guardián del Cielo,
el poder del Señor, los designios y obras
del padre Glorioso, pues Él, el Eterno,
a todo prodigio diole comienzo.
Él al principio, Santo Hacedor,
El cielo creó para techo de hombres.
Luego la tierra el Eterno Señor,
El Guardián de las gentes, hizo y dispuso,
La que habitan los hombres, el Dios poderoso.)
Y mi casa está llena de curiosidades y de pequeñas pero hermosas rarezas. Notas de amor en el espejo (por ejemplo: “no es oro todo lo que reluce; también puede ser radioactividad”), una guitarra desgastada, descuentos del supermercado dispuestos en orden cronológico, libros de poesía y cartuchos para la Nintendo DS en el mismo estante, una cisterna que funciona a base de tirones, libretas a medio hacer, cajitas de mentas, discos inclasificables, juguetes de gato por todas partes.
Esto es algo que nunca debo olvidar. La curiosidad por seguir investigando, la inquietud de hallar en los ratos de cultura que araño al día a día destellos de gracia y migas de pan hacia el hogar, el edén perdido sólo recuperable en la otra vida, y sólo tras el reconocimiento del dueño de ese jardín de peces de colores.
Sólo se llegan a grandes conclusiones y a encuentros relevantes con un alma delicadamente agitada, como la de
Margit Frenk Alatorre, hispanista que ha buscado en el pajar de la lírica hispánica agujas punzantes con las que formar el
Corpus de la antigua lírica popular hispánica. O la paciencia y amor por la música de
Alan Lomax, revisitado por
Tangle Eye en 2004, en su
Alan Lomax´s Southern Journey Remixed. Los dos grandes aficionados a la música popular americana, aunando respeto e innovación, trasladaron a la época actual, valiéndose incluso de la electrónica, canciones de trabajo, espirituales negros, y antiguas canciones tradicionales del Sur. Investigaron los instrumentos, y le dieron un repaso espectacular.
Como muestra,
Home. Canción popular sobre el regreso al hogar, pero no a un lugar en el mapa, sino al paraíso más allá de los campos de algodón. Se repite la frase “I´m going home, oh yes” (
“Voy a casa, oh sí”) continuamente. Aún se puede imaginar a los trabajadores con las camisas arremangadas, rumiando las dificultades, y cantando esta letanía como para darse ánimos, para recordar en qué casa vivirán cuando esta vida de penalidades y adversidades llegue a su fin.
Una nueva casa, una nueva tierra, un nuevo amanecer. Y un nuevo hogar, para quien quiera oírlo.
(continuará)
Artículo escrito por Daniel Jándula
- 28, dc Talk, Red letters
- 29, Caedmon´s Call – Table for two
- 30, Tangle Eye – Home
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