La salvación de Javier Solana

Javier Solana se reunió hace unos meses con los representantes de Israel y Palestina para las negociaciones de paz en Oriente Medio. Queriendo compensar el aturdimiento de las discusiones, quiso regalarse una buena comida en su restaurante español preferido. Sabía moverse por Jerusalén con facilidad, por lo que dio instrucciones a su escolta personal de que prefería ir a pie.

Q-ENTOS AUTOR Antonio Cárdenas 01 DE AGOSTO DE 2009 22:00 h

A mitad de camino salió a su paso un predicador ambulante que no tardó en desplegarle su credo cristiano. Quedó tan impactado de aquella fugaz entrevista que allí mismo tomó la decisión de reorientar su vida según el plan divino.

Se informó acerca de qué vida debería llevar en adelante. Advertido por su flamante líder espiritual, empezó a abandonar las amistades ajenas al círculo de su reciente comunidad de fe. Se implicó de lleno en la vida eclesial y asistía con frecuencia a los oficios religiosos.

Pero pronto hizo aparición el conflicto familiar por su radicalidad cristiana. Como resultado se separó de su mujer y se enfadó con los hijos. Todo lo soportó con estoicismo, atribuyendo éstas y otras adversidades derivadas de su fe a la irrenunciable persecución que vienen sufriendo los cristianos de todos los tiempos.

En la siguiente cumbre de naciones aprovechó para dar testimonio de su fe. Palestinos e israelíes coincidieron por un momento en el escándalo de ver cómo se desentendía de su función diplomática. Solana se apartó del mundo y se dedicó por entero a ser consecuente con su salvación. Estaba en deuda con Dios. Se alejó de la política y un bondadoso cocinero de su congregación se compadeció de él y le contrató como pinche.

Habían pasado los años y Solana asistía fielmente a las actividades de su iglesia, no era de esos creyentes que tiene la costumbre de ausentarse. Se desplazaba ilusionado en su coche a unos campamentos eclesiales para escuchar a un prestigioso pastor americano en unas prometedoras conferencias.

Por la radio escuchó la noticia de que Israel acababa de hacer el asalto más sangriento de la historia, en territorio palestino. Con gesto distraído cambió de emisora por otra sintonía musical. Estaba ilusionado, la charla era de su completo interés. El tema no podía estar mejor escogido: “¿Puede el cristiano perder la salvación?”

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