Resulta que la cadena norteamericana NBC (responsable ya de la original) tuvo la sagaz idea de atacar un remake de la serie (en realidad, es más una continuación) con un resultado, por lo que se ha podido ver en TVE, francamente bueno: acción, humor y un aire entre clásico y vanguardista que cubre perfectamente el tono de la serie original sin caer en la repetición o el autoplagio.
Pero (siempre hay un pero), la misma NBC ha anunciado que con 17 episodios, de momento, tiene bastante, por lo que los seguidores del coche que habla tendremos que volver a revisar algunos capítulos de las cuatro temporadas ochenteras, con David Hasselhoff al frente. Ya estoy oyendo algunas voces decir: “¡Hasselhoff! El vigilante de la playa!”. Pues sí, pero hay que recordar que si Hasselhoff llegó a pasear musculitos, salvavidas y bañadores rojos y recauchutadas compañeras de trabajo (la “actriz” Pamela Anderson entre ellas) en la serie ¡más vista de la historia! es gracias al prestigio conseguido unos añitos atrás en su papel de Michael Knight, el sufrido “conductor” (recordemos que KITT, a menudo, se conducía él solito) y
rompecorazones de look impagable: tejanos apretados, hebilla gigante, botas llenas de polvo (¡esos derrapajes, esas persecuciones!), camisa medio abierta, chupa (queda más ochentero que decir chaqueta) de cuero y una tofa de pelo a lo Leiff Garret.
Lo mejor de la serie es que aunaba a dos protagonistas que no existían con una organización que nadie conocía. Es decir, se trataba de un coche con un computador que le permitía casi cobrar vida y un policía dado por muerto, el mismo Knight, y devuelto a la vida por una organización medio clandestina, Fundación para la Ley y el Orden, con un coordinador, Devon Miles, que aparecía y desaparecía de la nada en su fabuloso camión que cruzaba largas y eternas autopistas en busca de malos muy malos.
“El coche fantástico es una trepidante aventura de un hombre que no existe en un mundo lleno de peligros”. Con esta cita (casi tan popular como la que introducía a
El equipo A) empezaba cada capítulo. Y ya saben, bocata de Nocilla y a zambullirnos en la historia.
Muchos pensábamos que el hombre que no existe se refería al mismo coche (un vehículo capaz de hacer lo que hacía era casi antropomorfo), pero en realidad hacía referencia a Knight, un policía con un nuevo rostro y una nueva
identidad, un caballero (es lo que significa
knight en inglés, no crean que mi teoría es nada del otro mundo) solitario, un jinete con un caballo lleno de gadgets y con una inteligencia artificial superior, seguro, a la de los contertulios que sobrevuelan los platós del
cuore de Tele 5.
Nada ni nadie podía con KITT ni con nuestro Hasselhoff, una serie que gustaba tanto a chicos (varias carpetas estaban forradas con el Pontiac saltando por encima de un vagón de tren) como a chicas (pasaban del Pontiac, y era Hasselhoff el afortunado), y que en cada entrega garantizaba mucha acción, conducciones temerarias, malos que pringaban y un particular sentido del humor en el habitual duelo entre coche y Michael, aunque, repito, el único extra opcional del vehículo era, precisamente,…el conductor.
El cuarteto protagonista (KITT, Michael y Devon) se cerraba con un complemento ideal, especialmente para escenas de humor, como era el de Bonnie, la mecánica especialista en tener a punto los mecanismos de KITT, y que con su mono rojo, su pelo negro y su mirada azul encandilaba tanto a coche como a conductor. Eso sí, cuando los creadores de la serie detectaron que hacía falta un villano propio (un Moriarty siempre da juego), acertaron de pleno: ¿un asesino recién salido de prisión? ¿un policía expulsado del cuerpo? ¡No! Mucho mejor: otro coche, una especie de réplica de KITT (Knight Industries Two Thousand) bajo el nombre de KARR (Knight Automated Roving Robot). KARR, de hecho, nace de las mismas entrañas de KITT, ya que se trataba de un prototipo previo construido por Industrias Knight. Un error
convierte su sistema informático en peligroso, por lo que acaba apartado del proyecto y medio olvidado en un almacén hasta que, gracias a su autonomía, consigue huir. El problema es que mientras KITT está programado para proteger la vida humana, KARR es totalmente influenciable.
En una lucha cara a cara, KARR acaba en el fondo de un barranco, pero no se destruye tal como Michael y KITT creen. Es a partir de entonces cuando KARR tan sólo busca venganza. Nace el villano, el Moriarty anhelado, que gana aún más enteros ante la estrella de la serie (lo siento, Michael): KITT, un pedazo de coche que más de un poligonero del cinturón de Barcelona querría para tunear y fardar de colorines, espoilers y alerones. Pero nuestro KITT (aunque su salpicadero parecía el de la nave nodriza de alguna serie de marcianos) era mucho KITT y supo mantener impoluta su negra y apolínea imagen exterior, su silueta que cruzaba carreteras a la caza y captura del mal, mientras el pobre Michael se las veía y se las deseaba para no acabar rodando por algún terraplén.
Con permiso del Ford Torino (ya saben, rojo con franja blanca) de Starsky y Hutch, KITT es mi coche favorito, con algunos cuerpos de ventaja respecto el Troncomóvil de Pedro Picapiedra, el Batmóvil y el destartalado engendro de los Cazafantasmas.
Venga amigos, no se corten: denle al botón de Turbopropulsión de KITT y déjense elevar unos metros del suelo mientras el malo se queda con cara de pasmado y, cual quinto miembro de El Equipo A, nuestro héroe debe seguir impartiendo justicia desde la clandestinidad. Entrañable, de verdad.
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